David Arnoff es un fotógrafo coqueto que juega al despiste. Hace varios años que no revela su edad y este secreto es guardado por su entorno con celo. A pesar de mantener una imagen de tipo duro y tintes rockeros –gracias a su figura delgada, su cabello negro, sus gafas Ray Ban modelo aviador, con los cristales negros, y su total look black con camisa de estampado paisley–, lo cierto es que, al sonreír y saludar, el cliché desaparece al instante. Es amable, cercano y educado; su voz suave casi se diría modulada expresamente para captar la atención de su interlocutor y reconoce que todavía “sigue siendo un fan”. Resulta un acontecimiento verlo moverse con soltura, humildad y misticismo nada más aparecer en el hall del hotel Bastardo de Madrid, lugar del encuentro con Rockdelux, acompañado por su esposa y por dos personas de la editorial.
En esta mañana soleada, y algo calurosa, de la primera semana de octubre Arnoff está en Madrid para presentar “Disparos en la oscuridad. Las fotografías de David Arnoff” (“Shot In The Dark. The Collected Photography Of David Arnoff”, 2015; Liburuak, 2025): un coffee table book que sirve como tomavistas en blanco y negro de la escena punk y rockera desde mediados de los años setenta hasta mediados de los años ochenta. Entre los artistas y las bandas que Arnoff ha fotografiado, están Patti Smith, Blondie, Nick Cave, Lydia Lunch, The Ramones, The Cramps, Siouxsie o Misfits.
La charla con este fotógrafo estadounidense que reside en Londres pero en su juventud vivió en Los Ángeles –ciudad en la que pudo fotografiar y vivir los años salvajes del rock’n’roll y del punk en lugares tan icónicos como el Whiskey A Go Go– tiene lugar en la azotea del céntrico hotel madrileño. Un espacio en el que también tiene lugar la sesión de fotos y desde el que se ve un generoso fragmento del skyline de la ciudad. Suele resultar curioso observar a un fotógrafo ser fotografiado por otro, ya que asistir al instante en el que surge la metafotografía es todo un acontecimiento sociológico. Arnoff, por cierto, no duda en colaborar y seguir obediente las indicaciones de quien lo está retratando.
Al acercarse al perfil izquierdo de Arnoff, se advierte un pendiente en su oreja con una minicabeza de zorro. Al preguntarle por este adorno, responde sin titubeos: “Es un homenaje a mi mascota. Se llama Ginger”. Resulta que Ginger es una zorra roja; una especie muy común en Inglaterra cuya presencia en Londres está calificada, actualmente, como plaga. El caso es que hace unos años Ginger se acercó a merodear al jardín de la casa de Arnoff –vive pared con pared con el viejo cementerio de Chiswick, oeste de Londres, al cual el fotógrafo destina fondos desde años para su mantenimiento y conservación– y se convirtió en una más de la familia. No duda en enseñar orgulloso las fotos que tiene de ella en su teléfono móvil; hasta la ha incluido en el libro. Un detalle muy amable y sensible que revela a la persona tras el profesional, además de aportar una sencilla cotidianeidad al ya agotado tripartito de sexo, drogas y rock’n’roll que se advierte en las fotos de la época que él mismo tomó.
¿Cuáles fueron tus inicios en la fotografía musical?
Fue hace ya mucho tiempo (sonríe). Solía usar la vieja cámara de mi padre, una Canon. Las primeras fotos que hice fueron en torno al 1971 o 1972, no lo recuerdo muy bien. Retraté a Steve Harley & Cockney Rebel y Mott The Hoople. De hecho, esta primera banda que te digo volvió a salir de gira hace unos años y usaron las fotos que les hice para promocionar el tour. Pero he de reconocer que no sé demasiado ni sobre cámaras ni sobre técnica.
¿Qué sientes ahora, en 2025, al ver aquellas fotos que reflejan una época y una actitud ante la vida tan concreta por parte de los artistas?
Ahora mismo, esta es la cima real para mí. Esta es la mejor exposición que he tenido (Arnoff expuso en la coctelería 12 Botellas, en Madrid, varias de sus fotografías hasta principios de noviembre) y la mejor portada del libro, que, además, ya va por la tercera edición. Ha sido genial poder ver y vivir todo esto una vez que me he retirado. Es un poco raro mirar atrás y darme cuenta de que he hecho todo esto. Alguien me preguntó hace poco sobre las fotos que no he hecho y si me sentía frustrado. No puedo estar pensando todo el rato en eso, en lo que no hice, pero te lo diré. La foto que nunca hice fue una de Nico, de The Velvet Underground. Ella me llamó y me dijo: “Ven al Tropicana Hotel y hacemos unas fotos”. Y allí que fui, pero cuando ella abrió la puerta de su habitación estaba llorando y estaba realmente enfadada. “No estoy para fotos ahora”, me dijo. “Mi mánager me ha dejado, se ha vuelto a San Francisco y no tengo dinero”. Evidentemente, no podía hacerle fotos en ese estado. Así que nos montamos en mi coche, bebimos vodka con naranja y nos fuimos a una fiesta. Ella fue mi cita aquella noche y yo fui su amigo. Después de aquella velada, Nico se animó. Y sí, quizá fue una pena no haber hecho fotos esa noche. Pero en el libro están las fotos que quiero que estén. Y me siento muy afortunado de haber conocido a Nico.
¿Qué diferencias notas entre la escena de punk y rock’n’roll que viviste y fotografiaste con respecto a la que existe en nuestros días?
Ha cambiado la envergadura del negocio. Antes no era ni un negocio ni era tan grande, y ahora sí lo es. Empezando por el precio de las entradas. A mediados de la década de los setenta podías ver un concierto de Blondie y Ramones por tres dólares más o menos. Todo era más familiar y no necesitabas ningún tipo de acreditación para estar allí haciendo fotos.
Entre todas las mujeres que has fotografiado, están Patti Smith, Debbie Harry, Siouxsie Sioux, Exene Cervenka y Lydia Lunch. Con esta última hay una camaradería especial…
Lydia es fantástica. Sin ella mi libro no existiría. Hace tiempo ya me dijo: “Necesitas editar un libro con todo tu trabajo. Pero no una pequeña porquería. Necesitas uno grande, un puto ‘coffee table book’” (risas). Sin ella, además, yo no hubiera podido escribir ni una palabra. Quienes editaron el libro, genuinamente, querían que yo escribiera los textos, pero ella me dijo “es mejor que alguien te entreviste”. Y ella me entrevistó. Me fue llamando desde Barcelona, Berlín, Nueva York… o desde donde estuviera en ese momento. Me ha ayudado muchísimo. Y, ya sabes, a veces necesitas que alguien te apoye y crea en ti o en tu trabajo más de lo que lo haces tú mismo.
No sé si tuviste la oportunidad de conocer más allá del escenario a Debbie Harry y Patti Smith, que son dos grandes iconos para la cultura contemporánea y la música por su identidad artística, su activismo o su estética.
Con Debbie Harry solo coincidí una o dos veces. Era una persona tranquila, con los pies en la tierra y no intentaba para nada hacerse la guapa. Encima del escenario no le tenía miedo al ridículo, se vestía como le daba la gana, se movía desprejuiciadamente y no se tomaba nada en serio. Era la misma persona en el escenario y fuera de él; algo que también pasaba con Patti Smith.Y eso es lo genial de Patti. No se daba importancia y verla encima del escenario era algo que casi sucedía de manera espontánea. Aunque, bueno, ella tenía un punto más serio que Debbie. La gente de Nueva York tiene un sentido del humor más afilado… (risas).
También destacan las fotografías que le hizo a un jovencísimo Nick Cave, en la época de The Birthday Party, junto a Lydia Lunch. ¿Qué me puedes contar de esa sesión?
Lydia hacía el concierto de apertura para The Birthday Party; ella me lo presentó y dijo: “Haznos unas fotos a Nick y a mí”. Fuimos al baño y les hice las fotos. Aquel Nick era menos serio y más divertido que el Nick de ahora. Pero siempre me gustó. Por aquel entonces yo tenía el típico coche biplaza, pequeño, de 1965. Una noche Nick y yo nos fuimos por ahí a pillar drogas pero antes pasamos a recoger a Jeffrey Lee Pierce (líder de The Gun Club). Era bastante divertido ver a Nick, un tipo tan grande, apretado en el espacio de atrás. ¡No era legal que tres personas fuéramos metidas en un coche de solo dos plazas! (risas). Nick siempre ha sido un buen tipo, además de ser un gran escritor y tener mucho estilo a la hora de vestir.
Al comenzar la entrevista preguntaba por cuáles fueron tus inicios en el mundo de la fotografía. Además de explicarlo, también has hablado sobre el hecho de que no tienes mucha técnica usando la cámara. De lo que no parece haber duda es de que sí sabes cómo usar tu instinto.
Eso es lo que intento explicar con el título del libro: que en el acto de tomar fotos en la oscuridad se desea haber fotografiado algo que merezca la pena. ¿Que quizá hubiera sido posible capturar una imágenes con mejor técnica? No lo sé. Soy muy limitado en este aspecto, pero estoy contento con mis limitaciones. Aunque ya sabes: si no sientes el ritmo no puedes disparar. ∎

Un libro de fotografía siempre es una buena noticia. Pero si además resulta que es una suerte de habitación con vistas a la época primigenia en la cual el punk estadounidense comenzó a forjarse y a significarse, mucho mejor. Por eso, que la obra del fotógrafo de Cleveland David Arnoff esté compilada en esta nueva edición convierte este coffee table book en objeto de coleccionismo.
Con la artista Lydia Lunch como maestra de ceremonias –ella entrevista al fotógrafo–, este volumen en blanco y negro contiene 148 fotografías que representan lo más destacado de esta escena que comenzó a tener notoriedad entre mediados de los años setenta y principios de los años ochenta; aunque también se cuelan en la selección algunas fotos tomadas en este nuevo siglo. Dos fotos de la cantante y escritora Patti Smith abren y cierran la selección, pero entre ambas instantáneas se suceden las de Jeffrey Lee Pierce, The Dream Syndicate o Joan Jett. También están Nico, Lou Reed, Stray Cats, John Cale, Misfits o Joe Strummer. Nick Cave, Lydia Lunch, The Birthday Party, Exene Cervenka, Rowland S. Howard, Debbie Harry, Elvis Costello, Ramones o Siouxsie Sioux aparecen de manera destacada.
Protagonizan la portada Lux y Ivy, de The Cramps –Arnoff tomó la fotografía de portada de “Songs The Lord Taught Us” (1980), el primer LP de la banda–, en la parte delantera del Pontiac GTO de Arnoff en una imagen de 1981. Ambos representan, además del espíritu de aquella época musical, el signo de los tiempos: la mezcla perfecta entre lo punk, lo vamp y esos volúmenes estratégicos que trajeron consigo las siluetas de la nueva década. Los cardados capilares se combinaban con unos pantalones verdaderamente ajustados: los pantalones de jeringa. Una nomenclatura sartorial que reflejaba el terrible auge del consumo de heroína de la época. Pero, excesos químicos y socioculturales aparte, no hay duda de que el uso de la memoria sin nostalgia nos recuerda objetivamente de dónde venimos para facilitarnos la consolidación y el reconocimiento de identificar en dónde estamos. Porque, siendo honestos, el futuro nunca existe y confiar en que aparezca es cuestión de magia, misterio y milagro. ∎