El inicio de la larga línea ascendente que traza la trayectoria de David Rubín (Ourense, 1977) se remonta a más de una década, cuando realizó su apuesta total por el cómic en un entorno tan poco propicio como el mercado español. Desde entonces, su tenacidad y una ética laboral inquebrantable le han permitido compaginar proyectos de germen local e internacional, en solitario o en colaboración con guionistas, conservando siempre una identidad autoral innegociable. A lo largo de varios miles de páginas, la exigencia de Rubín ha hecho que su dibujo gane músculo y multiplique su juego de piernas, en un proceso de mejora constante en que la complacencia no es una opción.
Es esta pulsión creativa la que explica una obra producida en solitario y desde el mercado nacional como “El fuego” (2022), una historia de ciencia ficción apocalíptica que, como acostumbra el gallego, utiliza lo fantástico para reflexionar sobre el yo y todo lo que le rodea. “El fuego” nos muestra el derrumbamiento de la figura del héroe allá donde “El héroe” (2011-2012) delineaba su germen y marcaba su culmen, pasando de una mitología clásica a una distopía hipertecnológica. Un trayecto que refleja no solo evolución vital, sino también los vertiginosos cambios de paradigma de un siglo en el que nos adentramos a toda velocidad.
Rubín construye una historia en la que la destrucción íntima y la ambiental van de la mano en una simbólica capitulación del individuo ante los fuegos internos y externos que creyó poder dominar. La sublimación de la derrota personal a través de la sincronía con el apocalipsis global es un ejercicio de estilo y ambición al alcance de muy pocos. Lo hizo, por ejemplo, Lars von Trier con su “Melancolía” (2011) y lo hace Rubín, ofreciendo un despliegue gráfico que es un exceso en el que no sobra nada.