Película

El llanto

Pedro Martín-Calero

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Ester Expósito ya tuvo una mala relación con un vetusto edificio de apartamentos en “Venus” (2022), notable película de Jaume Balagueró para la que se prestó a jugar con su personalidad pública. Es decir, con su condición de incontestable diosa del amor transmutada en gogó de discoteca poligonera adorada por la masa empastillada, y con su adorado cuerpo, que se prestaba a castigar de todas las formas posibles, llenándolo de heridas y empapándolo de sangre a lo largo de un recital de body horror en el que luchaba bravamente por salir de aquel edificio embrujado al que había llegado huyendo de los hombres.

En “El llanto” (2024; se estrena hoy), la ópera prima del vallisoletano Pedro Martín-Calero –realizador de publicidad surgido de la productora Canada y coronado como mejor director en el pasado Festival de San Sebastián–, esta nueva Venus, convenientemente disfrazada de estudiante modosita para que su aura divina –el magnetismo de esa mirada asustada– no desequilibre las diferentes partes de la película, hace el amor a distancia, con una pantalla de por medio (Àlex Monner es el desafortunado), y vuelve a acabar en un edificio maldito, esta vez en un apartamento muy concreto, donde han sido reunidos los cuerpos de todas las mujeres vejadas. El edificio creado por Martín-Calero y su coguionista, la gran Isabel Peña, está situado en al menos dos ciudades distintas, aunque la película nos invita a creer que cada gran urbe tiene el suyo, pues el llanto del título es el de todas las mujeres del mundo.

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En “El llanto” aparece un póster de “Tres colores. Rojo” (Krzysztof Kieslowski, 1994), aunque la película recuerda más a “La doble vida de Verónica” (Krzysztof Kieslowski, 1991), por aquello de las vidas de dos mujeres extrañamente relacionadas en dos ciudades muy diferentes. Aunque, en este caso, existe un vínculo menos mágico entre el personaje de Expósito, que vive en Madrid en la actualidad, y el de la francesa Mathilde Ollivier, que reside en La Plata (Argentina) en un tiempo distinto, un par de décadas atrás. La película remite también al j-horror encabezado por la mítica “The Ring (El círculo)” (Hideo Nakata, 1998)ya que tanto Expósito como Olivier y Malena Villa –una estudiante de cine que se obsesiona con ella– se ven amenazadas por un ente masculino-maligno que únicamente resulta visible al ojo humano a través de los dispositivos electrónicos, ya sean videollamadas en la primera historia (ingeniosa solución visual para los mensajes de texto) o grabaciones en VHS en la segunda. El ente masculino-maligno, quintaesencia de toxicidad, tiene, por supuesto, una dimensión simbólica a la orden del día.

Planteada como un rompecabezas en el que el espectador ha de ir juntando y relacionando las piezas, la película exhibe un estilo frío y efectivo y genera imágenes hipnóticas, sobre todo cuando aparecen mujeres en la pantalla –una cosa muy Canada, hay que decirlo–, que es la mayor parte del tiempo. También hay una mirada a lo Michelangelo Antonioni a los espacios arquitectónicos, siempre envueltos en un gris existencial y con toque vintage, por los que se expande el universo de la película. Los cálculos para mantener la compleja estructura en equilibrio (más allá del desequilibrante aura de Expósito) son también dignos de admiración, amén de que tratándose, en fin, de una película de terror, la tensión se mantiene en todo momento, extremo que garantiza la participación de Peña, quizá nuestra mayor experta en los mecanismos del thriller, en el guion. “El llanto” logra generar una inquietud muy particular, que le es propia. La escena de apertura, que muestra un momento de violenta confusión en la pista de baile, entrecortada por agresivas luces estroboscópicas a ritmo de techno machacón, es simplemente memorable.

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Las escenas de discoteca son siempre un reto, tienen que resultar vividas y es fácil caer en el artificio, y esa en concreto ha constituido la base para la construcción de un sólido edificio, bien estructurado y altamente fascinante, que se quiere monumento a las víctimas de la violencia de género. Lo más reprochable podría ser que las piezas acaban encajando demasiado bien. La resolución de un misterio siempre implica un microduelo: la desaparición de la atmósfera inquietante del misterio nos deja un vacío que pone en peligro la perdurabilidad de las imágenes en nuestra memoria. De ahí la lynchiana fascinación por los cabos sueltos. De ahí también que la última historia, el último eslabón de la maldición que heredan las mujeres, no sea más que una coda abierta que queda en el aire. Y, sin embargo, puede persistir la sensación de que “El llanto” podría haberse guardado algunos misterios para no dejar escapar al espectador. Aunque no llega a ser “Huellas de pisadas en la luna” (Luigi Bazzoni, 1975), otro clásico que nos atravesó la mente durante el visionado, “El llanto” logra dejar su poso y de paso algunas imágenes icónicas, no solo en torno a la maravillosa Expósito. También Malena, una tomboy aferrada a su cámara de VHS, o una desequilibrada Olivier surcando la noche argentina dejan tras de sí un rastro de insondable melancolía. ∎

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