El estreno el pasado verano de “El Escuadrón Suicida” (2021) nos demostró dos cosas. La primera: libre del preconcebido corsé moral de Marvel –ya sabéis, “Guardianes de la Galaxia” (2014), etc.–, el director James Gunn es aún más divertido. Y la segunda: quizá sí haya esperanza en el mundo de los superhéroes cinematográficos pese a la clara sobreexplotación a la que nos vemos sometidos un año sí y otro también. La película de Gunn no estaba exenta de errores –los habituales: metraje pasado de madre, espectacularidad digital cansina, etc.–, pero sí tenía la virtud de hacer reír mediante un uso de la violencia tan desorbitado como desenfrenado, muy propio de los cómics del escuadrón matarife.
La serie de DC/Warner para HBO Max “El pacificador” (2022) rescata a su protagonista allá donde lo había dejado la película: un paria musculoso más bien idiota que, para colmo, se había mostrado como un traidor a la causa. James Gunn lleva los mandos –guion y dirección– y ha aprovechado la ocasión para acentuar el patetismo del personaje. Y, ojo, que aquí viene la curva: ha sido capaz de dar forma a un héroe lleno de fallas –machista, racista, asesino– con el que uno acaba por empatizar. Para ello, Gunn explora tanto la extrema soledad y tristeza del personaje como la propia raíz de su carácter: es hijo de un supervillano nazi que le torturó durante su infancia y que fue el responsable directo de la muerte de su hermano, al obligar a ambos a pelearse para disfrute de sus anormales acólitos.
Dicha mezcla, compleja y extraña, cobra vida aquí a través de un humor que llega de la mano de esa violencia que transforma el reventar cabezas en un gran chiste. Pero eso no es lo más interesante de la serie, eso ya lo sabíamos. Como muestra su insuperable cabecera –en la que los actores realizan un delicioso baile ridículo al son de “Do You Wanna Taste It” (Wig Wam)–, “El pacificador” hace de lo camp –de gran presupuesto, eso sí– su razón de ser. La pasión del protagonista por el hair metal es de traca: Mötley Crüe, Kix, The Dogs D’Amour, The Poodles, con mención especial para su baile en gayumbos haciendo karaoke con “I Don’t Love You Anymore” de The Quireboys. Y el trabajo de John Cena es la principal arma de la serie. El exluchador es la verdadera sorpresa de la misma y es capaz, en sus mejores momentos, de combinar la screwball comedy con los hermanos Farrelly, de ser un cruce cachas entre Cary Grant y Will Ferrell, batiendo el récord de decir el máximo de estupideces divertidísimas en el menor tiempo posible.
Al final, claro, estamos ante un trabajo con sus bajones narrativos, su relleno argumental, sus tramas desenlazadas sin más ni más… Pero lo cierto es que el viaje se agradece un montón. Aunque solo sea por amenizar –electrocutando las pelotas de los protagonistas– el retrato de esa Norteamérica tan cazurra que no dudaría en volver a poner a Donald Trump como presidente por los siglos de los siglos. ∎