Dentro del inabarcable mundo de las series, podríamos decir que algunas se sostienen gracias a sus trepidantes tramas, otras por sus temáticas de actualidad, las menos por sus innovaciones formales. Existen, sin embargo, algunas que avanzan principalmente gracias a un actor que es capaz de sostener él solo toda la obra. Es el caso de Forest Whitaker en “El padrino de Harlem” (2019-), creada por Chris Brancato y Paul Eckstein, donde interpreta al personaje histórico de Bumpy Johnson, un gánster afroamericano que estuvo activo desde los años treinta del pasado siglo hasta finales de los sesenta. La primera temporada comienza justamente cuando, tras pasar diez años en prisión, Bumpy sale en 1963 con el objetivo de recuperar su posición en las calles de Harlem, en manos ahora de la mafia genovesa. Una historia que se repite una y otra vez –pérdida y recuperación del poder, visto aquí como algo efímero e inestable– y que continúa en la recién estrenada tercera temporada.
Sin duda lo más interesante de la serie, que no basa su potencia en las escenas de acción, es cómo se integra esta dentro del contexto histórico, marcado por la revueltas sociales y la presencia de Malcolm X, amigo de Bumpy. De hecho, en esta temporada en la que Bumpy se enfrenta a Joe Colombo –jefe de unas de las familias de la mafia, contra quien emprenderá una guerra en la calles para hacerse por el control de la droga– es la forma en que se inserta esta narrativa dentro del archivo. Ya en los primeros episodios vemos repetir este recurso: imágenes reales que prologan o anteceden hechos ficcionales que llenan los huecos de la historia, podríamos decir, y nos introducen en el interior de ese mundo, una selva donde las alianzas entre bandas son la única forma de coexistir. Malcolm X, cuya presencia ya era fundamental en anteriores temporadas, se muestra aquí como un hombre atormentado tras haber abandonado su hogar, la fanática Nación del Islam, y estar ahora amenazado de muerte. Para sobrevivir aprovecha la fuerza de Bumpy Johnson, su valedor en la calle. Como figura opuesta aparece también el personaje histórico del reverendo Powell, pionero político afroamericano y defensor de los derechos civiles. Dos caras dentro de la misma comunidad que representan dos formas opuestas de lucha.
Pero, como decíamos, el peso de esta serie lo carga Whitaker, capaz de sostener cada episodio gracias a una interpretación sobria y potente. Su rostro puede transmitir tanto la rabia que surge cuando ve que su mundo se desmorona como mostrarlo afable, protector, temeroso o desesperado. Su trabajo con la voz, sus penetrantes ojos y su fisicidad –aparentemente de hombre mayor, pero que en los momentos de acción se vuelve extremadamente violento– hablan de cómo el poder es ante todo cuerpo y presencia. El poder no es solo una cuestión de dinero, influencias o brutalidad, está relacionado con cómo una persona es capaz de enfrentarse a otras solo con su cuerpo y su palabra. Un poder que se evidencia también en la utilización de la navaja de afeitar que Bumpy siempre lleva consigo. Mata así silenciosamente, sin aspavientos, robando la vida con un solo gesto. Esta aparente sutilidad es la que caracteriza al personaje de Bumpy Johnson, una figura que lucha ferozmente para no perder un territorio que considera propio, Harlem.
“El padrino de Harlem” no habla por tanto únicamente sobre el mundo de la droga y las luchas entre las mafias italiana, hispana y afroamericana, sino que demuestra una especial sensibilidad a la hora de exponer cómo las cuestiones políticas afectan al submundo criminal y este a su vez influye en la más alta política. Así, la trama de esta temporada habla de las consecuencias que tuvieron en 1964 las revueltas provocadas por la muerte de un chico negro a manos de la policía. Hechos del pasado que tienen eco en el presente. Pero más interesante aún es ver cómo todas estas historias de algún modo confluyen en el propio y agotado rostro de Bumpy-Whitaker, curtido por el racismo, el tiempo y la violencia.