Pocos aspectos de la naturaleza humana son tan admirables como saber envejecer. No es habitual en absoluto. Lo más común es caer en una melindrosa nostalgia y en un visceral rechazo del mundo. En el cine contemporáneo, arguyendo que “antes todo era mejor” o “ya no se hacen películas como las de antes”, entre otros absurdos sinsentidos, que simplemente denotan un carácter reaccionario que, para colmo, a veces ni siquiera se reconoce como tal. Ya saben, el clásico viejo cascarrabias. Pues bien, Nanni Moretti, que cumplió 70 años en agosto y puede considerarse como el penúltimo de los grandes del cine italiano –a los 83, Marco Bellocchio está también en envidiable forma–, ha hecho una magnífica película, empapada de optimismo y vitalidad, sobre el difícil arte de envejecer de la mejor manera posible en un mundo que, ya lo sabemos, no lo pone demasiado fácil.
La clave está en cómo Moretti sabe reírse de sí mismo, de su propia estupefacción ante el mundo, para acabar descubriendo qué es lo que puede seguir aportando como cineasta y como ciudadano. En abierto diálogo con “Caro diario (Querido diario)” (1993) –que regresa a los cines para su trigésimo aniversario– y demás autoficciones, el italiano se presenta al público en “El sol del futuro” (2023; se estrena hoy) como Giovanni –Nanni es la abreviación de dicho nombre–, un cineasta que atraviesa la crisis de la tercera edad cuando se encuentra enfrascado en el rodaje de “una película importante” sobre el desencuentro de la Unión Soviética y parte del Partido Comunista de Italia en los años cincuenta a raíz de la revolución húngara (reprimida más de una década antes que la Primavera de Praga), un sueño que él mismo llevaría más de un decenio acariciando cual gato persa.
Cineasta desde siempre comprometido con la izquierda, Moretti está sin embargo más cerca del mejor Woody Allen que de su admirado Ken Loach, un tipo más bien avinagrado que no será recordado por su chispa humorística. Giovanni, por ejemplo, no quiere a Stalin en su película, pero no se da cuenta de que él mismo se comporta como un dictador en el plató, como tampoco de que, con su expansiva personalidad, ha anulado a su mujer, la fiel Margherita Buy, que no sabe cómo dejarlo. Sin embargo, acabará (re)descubriendo que el cine es un arte colectivo y saliendo a la calle para demostrarlo en un climático desfile final al que, junto a sus veteranos compañeros de lucha, también camina Alba Rohrwacher, uno de los máximos icono del novísimo cine italiano que ya trabajó con él en “Tres pisos” (2021).
Imposible no dar la razón a Giovanni cuando rechaza Netflix por estandarizar la imagen para mantener suscriptores en 190 países, aunque la respuesta de Moretti no es la de fiarlo todo al algoritmo para luego quejarse, sino una vez más salir a la calle para contribuir al cine y a su supervivencia con una película que, como el cine en general, está muy viva: el cine sigue siendo “El sol del futuro”. Aunque la película rinde tributo a todos sus ídolos, desde Federico Fellini a Krzysztof Kieślowski (hilarante la aparición de Jerzy Stuhr), Moretti se las apaña para que no apeste a naftalina, haciendo de la vida un musical –el ya tan comentado momento Battiato, entre otros muchos, como ese “Et si tu n’existais pas”, de Joe Dassin–, poniendo siempre por delante el buen humor y esa capacidad que tiene para emocionarnos sin caer en el sentimentalismo barato. En la Italia de Meloni, Moretti saca banderas rojas –no nacionalistas– para decir que hay que seguir luchando, con alegría y con optimismo, contra el derrotismo, saliendo de casa y yendo al cine todas las semanas, lo cual hoy por hoy es un acto verdaderamente revolucionario. Y si hay que olvidarse de Stalin, pues se saca a Trotski. ¿Dónde está el problema? ∎