El primer relato de “La sangre está cayendo al patio”, el que de manera salvaje y directa da título a esta nueva colección de sombras y angustias cortesía de Elvira Navarro (Huelva, 1978), nos pone rápido en situación: una lavadora empieza a escupir sangre en vez de agua y lo que debería ser un fenómeno paranormal acaba convertido en conflicto primero vecinal y luego familiar. Un poco más adelante, las cuatro páginas de “El miedo a la ciudad” son más que suficientes para condensar décadas de pánico urbano y sensación de peligro periférico en un relato de desorientación y cuerpos embolsados. “Era mayo cuando dejó a su madre en el asilo, no sin un enorme remordimiento que hacía que, cada vez que pensaba en ello, el corazón le retumbara en el pecho, como si hubiese cometido un crimen”, escribe en “Un ramito de violetas”, despiadado y emocionante salto a los abismos de la decrepitud y de esos aparcamientos para premuertos que son las residencias de ancianos.
A estas alturas es imposible no querer más, así que sigamos. “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado ¿Por qué no escuchas mis gritos y me salvas”, desliza la autora de “Las voces de Adriana” (2023) a modo de elocuente epígrafe mientras los nueve relatos de “La sangre está cayendo al patio”, siamés del no menos fabuloso y denso “La isla de los conejos” (2019), hacen de la extrañeza virtud y acorralan el presente con un triple combo de tensión, incomodidad y pesar. Emociones sin rumbo en manos de tipos sin brújula. Personajes caídos, cuando no arrojados, en los márgenes que tampoco es que pongan demasiado empeño en recuperar la verticalidad. Lo casi fantástico como aperitivo de lo grotesco.
La ciudad, decía Eva Baltasar, tiene la crueldad de fabricar solitarios y obligarlos a convivir, y algo de eso comparten estas historias de precariedad y pérdida; de aislamiento, soledad y agotamiento extremo. Fábulas contemporáneas sobre la incomodidad de no encajar, de saberse siempre fuera de foco, que Navarro trasplanta en escenarios casi distópicos de la España siglo XXI, con casas a medio hacer, urbanizaciones vacías y calles masticadas y luego escupidas por la voracidad de un capitalismo desmadrado… El terreno de juego de una crisis que unos dan por superada y otros, muchos, por enquistada. El escenario de un gótico doméstico que la autora desliza a través de las grietas de la realidad no como masilla, sino como espeso líquido conductor.
Como ocurre con los últimos libros de Cristina Fernández Cubas y Samanta Schweblin, “La sangre está cayendo al patio” captura con maestría y elegante pesimismo la zozobra existencial que sacude con frecuencia a todos aquellos cuya vida no se explica en reels de Instagram ni cápsulas virales de lo que sea, sino a través de noches en vela, trabajos de mierda, pensiones que no dan ni para pagar el agua y parejas condenadas a confinarse en una casa por terminar con crío cada vez más insoportable. Vidas poco ejemplares que Navarro desolla con dedicación para asomarse un poco más a las tinieblas del interior. ∎