Es curioso como solo nos gusta hablar de fracaso cuando salimos de él, cuando enmarca una historia de superación y describe un arco dramático ascendente de redención y sosiego. Nos encanta leer historias de personas que han salido del pozo. Nos chifla. Vivan las segundas oportunidades. Aunque a todos no. A la escritora Eva Baltasar (Barcelona, 1978), por ejemplo, no le gustan en absoluto esas historias. No cree en finales felices. Cree que el fracaso no solo existe, sino que no tiene final, por lo que no toca nunca ningún fondo. Jamás. Porque no existe eso de que fracasas y has perdido y ya está, la vida se acaba. Títulos de crédito y a otra cosa. No, la vida no se acaba nunca y eso es “Ocaso y fascinación” (“Ocàs i fascinació”, 2024; traducción de Concha Cardeñoso). ¿Qué es exactamente esta novela? La respuesta a la pregunta que pocos se atreven a hacer: ¿qué ocurre después de que lo hayas perdido todo, hasta la esperanza?
En esa interrogación está el triunfo de la narración, en su honesta y sincera caída a los infiernos de una pobre chica de 27 años que en un momento dado es expulsada de su habitación realquilada, pierde su trabajo precario de media jornada y deambula por las calles de Barcelona perdida y sin rumbo. Escrito en una cruda y poética primera persona, esta chica reflexionará sobre su situación totalmente desnortada y con la certeza de que poco le queda ya para poder dar la vuelta a la situación.
Baltasar, que acaba de hacer un raro home run dentro de la literatura catalana con su trilogía formada por “Permafrost” (2018), “Boulder” (2020) y “Mamut” (2022), vuelve aquí a utilizar su seco y punzante lirismo para hablarnos de una chica normal, sin ningún atributo destacable, forzada a subsistir sola frente a todo el horror vital de la vida contemporánea.
Como la protagonista del libro, Baltasar también estudió Pedagogía sin que le sirviese de nada. También tuvo que subsistir limpiando casas. También experimentó en primera persona lo que es tener que dormir en la calle. Y esto se nota, y en este realismo está lo verdaderamente poderoso de la novela, en los detalles enfermizos de una degradación moral y física de una joven que no sale en las revistas, que no sale en Instagram, que apenas nadie quiere mirar a la cara, si no es para compadecerla con condescendencia.
Sin embargo, parece que Baltasar no cree que el personaje tenga la suficiente fuerza para aguantar por sí sola toda la novela. Si ha fracasado en la vida, parece decir la escritora, también tiene que fracasar como personaje en la ficción, y al final del libro la traiciona y añade una segunda parte histriónica y extraña donde no sabes qué es real, si la pobre chica ha perdido finalmente el juicio y su desarraigo sí que es final. Son dos historias, porque no tienen nada que ver, y juntas solo parecen querer dejar claro que la pobre chica se ha transformado en un monstruo.
Sinceramente, el lector cree en el personaje. Está lo suficientemente bien escrito para no juzgarlo, para dejarlo libre, para seguirlo en todas sus extrañezas. Te interesas, tienes curiosidad. Quieres saber qué le va a pasar. Pero Baltasar duda, no cree que sea lo suficientemente interesante y la convierte al final en algo ajeno, en un personaje banal, literario, poético, irreal, no una persona reconocible, y pierde así su potencia. Simplemente, se contradice a sí misma. En la primera parte afirma que el fracaso no es un final y nos habla del dolor de la permanencia en esta vida que es una mierda. La segunda parte nos dice que el fracaso sí es un final y nos presenta una extraña historia de amor llena de destartalados monstruos. Por favor. Hay vida en el fracaso. Baltasar es genial explicando esta vida, pero no dibujando monstruos. ∎