El fan, esa figura que alienta miradas condescendientes, es el objeto de este libro inmersivo del veterano Fred Vermorel, autor de la primera biografía de Sex Pistols (“The Inside Story”, 1978) y de destacados libros acerca de figuras como Gary Numan, Adam & The Ants y Kate Bush. El recorrido por estas páginas nos reserva episodios estridentes, testimonios aliñados con desórdenes alimenticios, enamoramientos poco cabales y un amplio espectro de disfunciones, ya que Vermorel decanta su atención hacia el fan fatal, mucho más allá del mero simpatizante del artista. Pero, consciente quizá de que uno no puede vivir de aquello que odia o desprecia, desliza un mensaje de comprensión hacia estos protagonistas de psique alterada que, siguiendo las estaciones de sus nueve capítulos, transitan de la pasión al delirio.
Al fin y al cabo, advierte Pete Townshend en el prólogo que en la adoración del ídolo se observa la búsqueda de Dios, y “todos necesitamos héroes en este mundo”. Y Vermorel pinta a unos fans determinados, que toman las riendas de su destino anclando su estabilidad en proyecciones de vida y de éxito: hasta 400 entrevistados que comparten con orgullo su obsesión, por muy loca que pueda parecer. Conocemos así la historia de Joanne, que piensa en Barry Manilow cuando retoza con su marido, y la de Heather, que cree ver mensajes cifrados de David Bowie en horóscopos y emisiones radiofónicas, y la de Jane, que, ante la amenaza de una guerra nuclear, solo se le ocurre preguntarse “¿estaría Boy George a salvo?”. Los mozos no quedan al margen: ahí están los idólatras de Debbie Harry y de Cheryl Baker (de Bucks Fizz, eurovisivos del 81) o el adolescente que sueña con vérselas con Bruce Foxton (The Jam) en los lavabos del colegio, un capítulo de puro porno (y no es el único).
“Starlust. Las fantasías secretas de los fans” (“Starlust. The Secret Fantasies Of Fans”), traducido por Ibon Errazkin, vio la luz en inglés en 1985 y por eso su galería de iconos corresponde a aquella era (no aparecen fans de Rihanna ni de Ed Sheeran), pero sus ejemplos de devoción son universales y atemporales. Es cierto que muchas pautas de adoración y de descarrilamiento se repiten de un caso a otro, pero no dejan de fascinar estos episodios de encantamiento tan integral. Vermorel no trata al fan como una víctima, y se desprenden del libro incluso trazos de una nobleza superior a la del artista, apuntados por Townshend cuando avisa: “Creedme, todas las estrellas se sienten subestimadas por los fans”. Sabe de qué habla. ∎