Cómic

Jaime Infante / Javier Marquina

Dum DumAutsaider, 2024

Cuando soy bueno, soy bueno; cuando soy malo, soy muy entretenido”. En sus años dulces de animal televisivo e icono pop, a mediados de los años setenta, el boxeador José Luis Pacheco regalaba titulares con el mismo estilo aguerrido y directo con el que se movía por el ring, conectando continuos golpes de realidad a una audiencia fascinada por el relato de una vida salpicada de miseria, violencia, crimen y castigo, con puntuales militancias en la Legión o bandas callejeras como Los Ojos Negros. Con su particular desparpajo y peculiar sentido del humor, Pacheco acabó por glosar sus memorias en “Mear sangre” (1976), autobiografía que comenzó a escribir a los 19 años, tras tres de estancia en la cárcel de Carabanchel, y abandonó tras proclamarse campeón de España de boxeo de peso wélter en 1975.

El libro, largo tiempo descatalogado, fue recuperado por Autsaider Cómics en 2021, pero Ata Lassalle, fundador de la editorial, quería ir aún más allá. El material pedía a gritos un complemento gráfico en formato de cómic, que acabó por llamarse como el alias del boxeador, “Dum Dum” (2024). El proyecto se encargó al guionista Javier Marquina (Huesca, 1975) y al dibujante Jaime Infante (Madrid, 1989), concienzudos enciclopedistas de la historieta que ya habían trabajado juntos en dos obras, Progenie” (Sallybooks, 2021) y “1585. Empel” (Cascaborra, 2023). Ambas exhiben algunos de los rasgos autorales que caracterizan “Dum Dum”: una particular forma de narrar visualmente a base de tintas y claroscuros, como sucedía en “Progenie”, y un ánimo obsesivo por reconstruir hasta el más mínimo detalle los escenarios por los que transita el púgil, de los míseros poblados de chabolas de la autarquía franquista a los hedonistas clubes de finales de los setenta.

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“Dum Dum” no pretende ser una traslación literal de la autobiografía de Pacheco, aunque Marquina conserve muchos de sus pasajes y replique su tono de barra de bar y su narración anárquica y caótica. En “Mear sangre” se trazaba un arco de redención y superación de final más o menos feliz. Al extenderse más en la biografía del boxeador y documentar los aciagos años que siguieron a su momento de efímera gloria, Infante y Marquina convierten la fábula moral del relato original en una tragedia griega con ecos de costumbrismo quinqui y fatalismo noir. Como advierte la cita de Heráclito con que arranca la obra, el carácter del hombre es su destino, y el de Pacheco, teñido de mala sangre cuando se sentía acorralado o importunado, nunca fue fácil. “Dum Dum” arranca in medias res, con el boxeador besando la lona tras perder un título que fue capaz de defender hasta en siete ocasiones, para repasar a continuación por medio de continuos saltos en el tiempo una carrera que el protagonista siente que fue truncada por las malas compañías, las mujeres que lo “tentaron” o las trampas que le tendió la fortuna. Pacheco se lamenta, pero nunca se arrepiente, sirviéndose de un tono confesional en clave católica para justificarse, o al menos buscar el perdón, en línea con aquellos sufridos protagonistas de la novela picaresca del Barroco con los que Infante y Marquina lo emparentan por su condición de narrador no siempre fiable. Aunque esquivan la tentación de juzgar en retrospectiva, los autores se valen del formato gráfico para establecer una disonancia entre el relato en off y las crudas imágenes que lo matizan o desmienten; una técnica que utilizan al abordar algunos de los pasajes más escabrosos de la vida de Pacheco, como los repetidos episodios de violencia machista o un aterradora secuencia de sexo no consentido.

“Dum Dum” también se eleva por encima del material del que bebe en su brutal representación de la violencia, que Pacheco contaba con proverbial ligereza, y que aquí se refleja en brutales explosiones de sangre, sudor y lágrimas. Al plasmar los combates de boxeo, Infante recoge el testigo del más famoso pintor del ring, George Wesley Bellows (1882-1925), logrando que la intensidad física de la contienda traspase el papel merced a una sinfonía brutal de rostros desencajados, composiciones dinámicas y angulosas y un marcado uso de la luz. Una violencia que recorre la biografía de Pacheco y estructura una obra en la que abundan las viñetas en plano subjetivo en las que el protagonista alza su brazo para golpear o los flashes en los que aparece esa suerte de perro rabioso con el que siempre se identificó. La espiral autodestructiva alcanza su culmen en las escenas carcelarias, impregnadas de un naturalismo expresionista que recuerda al trabajo de David Mazzucchelli en “Born Again” (1986) –totémica saga de “Daredevil” guionizada por Frank Miller– o al del vallisoletano David Aja, particularmente en la demoledora splash-page que muestra a Pacheco tendido en posición fetal mientras prepara su cuerpo y mente para sobrevivir al infierno que lo espera.

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Lassalle, editor de la obra, apostó desde el principio por el uso exclusivo del blanco y negro. Infante –que, con todo, introduce también tonos grises– recoge el guante y aprovecha las reglas de juego para acentuar mediante contrastes de color las contradicciones vitales del personaje y trazar propuestas formales y simetrías tan impactantes como las peripecias del protagonista. Verbigracia: cuando Pacheco ingresa en la cárcel, se opta por una composición de página en la que una misma imagen –que lo muestra de espaldas al lector mientras se adentra en una aterradora masa de negro y confiesa afligido que “la cárcel es el sitio más desagradable del mundo”– se divide en nueve viñetas, que simulan los barrotes de una prisión. Páginas más adelante se recurrirá a la misma plantilla, pero optando por un fondo blanco inmaculado que enmarca un personaje redimido que mira al frente con gesto triunfal. El expresidiario comiéndose el mundo. Pero las tragedias nunca tienen final feliz, y la de Pacheco no es una excepción. En octubre de 1982, sufrió un accidente de circulación en el trayecto de Almería a Madrid que le impediría disputar el campeonato de Europa y desbarataría su carrera. Infante y Marquina cierran entonces el plano sobre las cicatrices y magulladuras de un Pacheco que ha cambiado su locuacidad por un tono abatido, mientras contempla cómo se apaga su estrella. Un fin de fiesta que acaba por fundirse engañosamente a negro. Las luces del ring se volverán a encender por última vez, a tiempo para que Pacheco esboce una última disculpa: “Lo siento… me voy… Tengo que seguir peleando”.

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