De “Peter Gabriel. Un explorador musical y su tiempo” podría decir exactamente lo mismo que escribí en esta revista sobre “The Kinks. Música, cultura y sociedad” (Milenio, 2018), la obra con la que descubrí y me hice fan de Javier de Diego Romero (Madrid, 1977) antes de que se convirtiera en compañero de Rockdelux. Su disección de la trayectoria de Peter Gabriel comparte las mismas virtudes: analiza cada uno de sus discos con detenimiento, rigor musicológico, perspectiva crítica y emoción. Pero lo mejor de todo es que no se queda ahí, sino que enmarca cada uno de los movimientos del músico británico en la sociedad de su momento o, más bien, los toma como excusa para trazar en paralelo una historia de Inglaterra, y del planeta Tierra, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días. Lo hace desde lo social y lo político, pero también desde la cultura, la arquitectura, el urbanismo, la moda, la ciencia, la tecnología... Al tiempo, eso ayuda a comprender y poner en valor los pasos creativos de un hombre con ínfulas de artista renacentista, de benefactor y adalid de la justicia social, de emprendedor cultural y tecnológico con un carácter visionario que no siempre fue comprendido o apoyado (¿alguien recuerda aquella suerte de parque temático cultural que quiso construir en la Barcelona del 92?).
Hay momentos que pueden despistar, pero tienen todo el sentido, como la cantidad de páginas que De Diego invierte en explicar pormenorizadamente la historia y funcionamiento de los colegios de élite británicos. En uno de ellos, Charterhouse, se fraguaron el carácter rebelde de Gabriel y el grupo Genesis. Pero, antes de convertirse en el equivalente a David Bowie en el rock progresivo por su magnético y teatral carácter como frontman, asistimos a revelaciones como la de que también fue un reclamado diseñador de sombreros en el Swinging London. Algunos de los pasajes más interesantes del libro son aquellos en los que el autor se detiene escrupulosamente en la evolución de Genesis para separar el grano de la paja dentro de la turra del prog y dejando claro que el punk no destronó a aquel movimiento, sino que fue la prensa especializada la que, a rebufo del punk, lo desacreditó a nivel crítico. Igualmente me ha sorprendido, en el momento en que analiza la evolución de Gabriel en solitario, cómo ella dialoga con las tendencias musicales de cada momento, pero también con la de sus excompañeros de grupo y la de Phil Collins. También hay figuras como la de Brian Eno, que planean sobre toda la historia sin ser nunca plenamente protagonistas. Eso sí, la pasión del autor por el sujeto del libro lo lleva, en algunos momentos, a ser más indulgente de lo necesario con parte de su obra, pero sin llegar a caer nunca en la genuflexión en la que suelen derivar este tipo de libros. El romper la distancia es, en este caso, otro mérito: De Diego podría haberse quedado en un análisis externo y sesudo, pero el autor rompe a menudo con la seriedad y se introduce en el propio relato, cargándolo de más verdad y cercanía, haciéndolo más emocional sin caer nunca en la cursilería.
Por las páginas del libro aparecen, siempre con mucho fundamento, el terrorismo del IRA y la Baader-Meinhof, el rodillo thatcherista (del que “So”, de 1986, se convirtió en uno de sus mejores retratos pop), las teorías de Carl Jung y los emotivos poemas de Anne Sexton, la construcción del concepto de “world music” y los debates sobre apropiacionismo cultural (que no, no comenzaron con Rosalía). También me resulta impactante advertir como subtexto el de la omnipresencia del racismo en la sociedad, como si este fuese un rasgo cultural universal. Hay las esperadas referencias al apartheid de Sudáfrica para explicar el origen de su canción “Biko”, pero también a los disturbios que alentaron en Inglaterra el festival Rock Against Racism o incluso una referencia al asesinato de Lucrecia Pérez en Madrid, en 1992. El concierto de Gabriel en la capital de España, en mayo del 93, comenzó con retraso al coincidir con una multitudinaria manifestación antirracista, y eso lleva inevitablemente a comparar con la sociedad de nuestro tiempo. Demuestra que, por desgracia, canciones como ”Not One Of Us” o “Games Without Frontiers” siguen plenamente vigentes. ∎