Libro

John Waters

Consejos de un sabelotodoCaja Negra, 2021

Probablemente, la carrera cinematográfica de John Waters (Baltimore, 1946) acabó con “Los sexoadictos” (2004) –él mismo reconoce que es casi imposible que vuelva a dirigir otro largometraje–, pero afortunadamente nos siguen llegando escritos de este “viejo indecente”, una actividad que cultiva desde hace años y que continúa proporcionando cosas tan impagables como “Carsick” (2014), su desternillante viaje a dedo desde su ciudad natal hasta San Francisco.

“Consejos de un sabelotodo” (“Mr. Know-It-All”, 2019; Caja Negra, 2021) tampoco defraudará a los seguidores del Rey de la Basura: sus casi 350 páginas –con el impagable subtítulo de “La sabiduría desviada de un viejo repugnante”– ofrecen una maravillosa inmersión en el particular, irreductible e innegociable universo del firmante de “Pink Flamingos” (1972).

A sus 75 años, Waters sigue riéndose de todo y de todos (empezando por él mismo) y su pluma y su olfato, lozanamente incorrectos, no dejan títere sin cabeza y nos obligan (con mucho gusto) a replantearnos la fina línea que separa alta y baja cultura, una distinción que para Waters jamás existió y que sigue defendiendo con uñas y dientes (y su inmortal bigotito).

“De alguna manera me volví una persona respetable. No entiendo cómo”: es lo que primero que leemos al abrir “Consejos de un sabelotodo”. En las páginas siguientes, el autor se encargará de demoler esta “respetabilidad” que lo ha llevado a las filmotecas y museos más distinguidos del planeta.

Nada se resiste al ojo despierto y experto de Waters. Encontraremos aquí reflexiones sobre la fluidez de género, el arte contemporáneo, la música, la gastronomía, la arquitectura, el sexo, la muerte y, por supuesto, el cine, picoteando en una trayectoria que lo propulsó desde las catacumbas del underground más infame hasta los despachos de Hollywood, donde llegó a engatusar a grandes corporaciones para que soltaran los dólares y financiaran sus descabellados proyectos.

Difícil escoger entre el frondoso bosque de momentos delirantes y lúcidos que echan raíces en estas páginas, pero aquí van algunos inolvidables: su sesión de consumo de LSD tras décadas de estar alejado de los alucinógenos, el recuento de sus vacaciones en Provincentown (su lugar de veraneo desde 1964), su recuerdo de los salvajes lugares de encuentro gays antes de la aparición del sida, su retrato de Andy Warhol (a quien reivindicada como uno de los más grandes cineastas de todos los tiempos) y su repaso por los distintos géneros musicales que lo han acompañado durante su vida (“Si les gustan las drogas, el jazz es para ustedes”).

Son solo algunas pepitas de oro en un volumen que es una verdadera mina, constatación de que la mente del Pontífice del Trash continúa tan despierta como en los lejanos 60, cuando él y sus Dreamlanders salieron a comerse el mundo (y a inundarlo de perfumada basura). 

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