Cómic

Keum Suk Gendry-Kim

Mi amigo Kim Jong-unReservoir Books, 2025

La figura de Kim Jong-un pertenece a esa categoría de personajes políticos contemporáneos envueltos en una niebla tan espesa de propaganda, desinformación y hermetismo que cualquier intento de aproximación crítica parece condenado al fracaso. El líder supremo de la República Popular Democrática de Corea ha construido –o, más bien, ha heredado y perfeccionado– una maquinaria de opacidad tan eficaz que resulta casi imposible separar al hombre del mito, al individuo de la dinastía Kim que lleva tres generaciones gobernando uno de los regímenes más cerrados del planeta. Frente a este muro de silencio y censura, la aproximación documental tradicional parece insuficiente. Quizá por eso resulta especialmente pertinente que sea el cómic –ese medio híbrido entre periodismo, arte y narrativa personal– el que asuma el desafío de humanizar, sin justificar, a uno de los dictadores más enigmáticos de nuestro tiempo.

La surcoreana Keum Suk Gendry-Kim (Goheung-gun, 1971) llega a este proyecto con credenciales sólidas. Reconocida internacionalmente tras el éxito de “Hierba” (2017; Reservoir Books, 2022), su desgarradora novela gráfica sobre las “mujeres de confort” –esclavas sexuales del ejército japonés durante la Guerra del Pacífico–, y de “La espera” (2021; Reservoir Books, 2023), que narra el drama de las familias coreanas separadas por la guerra, Gendry-Kim ha demostrado una capacidad excepcional para transformar el dolor histórico en narrativa visual sin caer en el sentimentalismo fácil. Su formación en Bellas Artes en la Universidad de Sejong y en la Escuela Superior de Artes Decorativas de Estrasburgo, sumada a sus 17 años viviendo en Francia, le otorgan una perspectiva única: la de una surcoreana capaz de mirar a su país –y a su vecino del norte– con la distancia necesaria para el análisis crítico, pero con la cercanía suficiente para comprender las heridas que no cierran.

La génesis de “Mi amigo Kim Jong-un” (2024; Reservoir Books, 2025) es tan reveladora como el libro mismo. Gendry-Kim vive en la isla de Ganghwa, a escasos kilómetros de la frontera con Corea del Norte. Desde su casa puede ver el país vecino. El paisaje sonoro de su vida cotidiana incluye helicópteros militares, simulacros de bombardeo y la tensión constante de quien habita una zona de conflicto congelado. Esta proximidad física al enemigo –setenta años después del armisticio que nunca se convirtió en paz– es el motor del libro: la necesidad urgente de entender qué hay al otro lado de esa línea, quién es el hombre que perpetúa la división. Para construir su retrato, Gendry-Kim emprendió una investigación periodística exhaustiva: entrevistó al expresidente surcoreano Moon Jae-in, quien durante su mandato intentó un acercamiento histórico con el norte; habló con compañeros de Kim Jong-un de su época como estudiante en Suiza; recogió testimonios de desertores norcoreanos; consultó a expertos. El resultado es un cómic-ensayo de casi 300 páginas que funciona simultáneamente como biografía, reflexión geopolítica y diario personal de la autora.

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Lo notable de la aproximación de Gendry-Kim es su deliberada neutralidad emocional. Consciente de que cualquier juicio moral explícito contaminaría la investigación, la autora opta por una estrategia narrativa más sutil: dar voz a sus entrevistados sin filtrar sus contradicciones. Algunos describen a Kim como un político pragmático que gestiona su país “como un entrenador de baloncesto”; otros lo retratan como un niño sobrepasado por el peso de una dinastía que nunca eligió; los desertores, por supuesto, presentan testimonios escalofriantes del régimen dictatorial. Gendry-Kim no resuelve estas contradicciones porque no pretende ofrecer una verdad única, sino documentar la imposibilidad de acceder a ella. Su trazo limpio y delicado –característico de su obra anterior– contrasta deliberadamente con la dureza del tema, creando una tensión visual que refleja la paradoja del libro: intentar humanizar sin perdonar, comprender sin justificar.

El verdadero acierto de “Mi amigo Kim Jong-un” reside en su estructura fragmentaria, que refleja tanto las dificultades de la investigación como la propia naturaleza esquiva de su objeto de estudio. La autora intercala las entrevistas con reflexiones sobre su proceso creativo, con metáforas visuales sobre la división de Corea –esa imagen recurrente de una mujer partida en dos por una línea negra– y con escenas de su vida cotidiana actual en Ganghwa. El resultado es un artefacto narrativo complejo que trasciende la biografía convencional para convertirse en meditación sobre la memoria histórica, el peso de la herencia política y, sobre todo, la urgencia de la paz. El título del libro, aparentemente ingenuo, esconde una provocación calculada: llamar “amigo” a Kim Jong-un no es un acto de simpatía política, sino una declaración de intenciones pacifistas. Solo reconociendo la humanidad del otro –incluso cuando ese otro sea un dictador–, es posible imaginar un diálogo que rompa el ciclo de violencia.

Con “Mi amigo Kim Jong-un”, Gendry-Kim confirma su posición como una de las voces más importantes del cómic documental contemporáneo. En una época donde la polarización política convierte cualquier matiz en traición ideológica, este libro propone algo casi revolucionario: la posibilidad de mirar al enemigo sin odio, de investigar sin prejuicio, de documentar sin renunciar a la ética. No es un libro cómodo –ni pretende serlo– pero sí es un libro necesario. Y en estos tiempos de simplicidades tóxicas, la incomodidad puede ser la mejor señal de que estamos ante una obra honesta. ∎

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