La nueva película de Pedro Almodóvar, “La habitación de al lado” (2024; se estrena hoy), flamante ganadora del León de Oro en Venecia, podría formar un díptico crepuscular –sobre la vejez, sobre el convencimiento de que la vida fue algo que ya pasó– con “Dolor y gloria” (2019), solo que si en dicho filme el cineasta manchego parecía invocar al Fellini de “8 ½” (1963) –o al Woody Allen de “Desmontando a Harry” (1997) en clave melancólica–, aquí son la desesperanza y el vacío (existencial, formal) de la obra de Ingmar Bergman los que se apoderan del relato. Nunca pensamos que pudiéramos utilizar el término “minimalista” para describir una película de Almodóvar, pero “La habitación de al lado” –pese a la exuberancia de decorados, de vestuario y a la compleja red de referentes culturales que utiliza, todo marca habitual de la casa– podría encajar en dicha definición al centrar la narrativa en dos personajes principales, dos mujeres, y (casi) un único espacio, pero también en el uso conscientemente limitado, y riguroso, que el autor hace de sus recursos expresivos.
Basada en la novela “Cuál es tu tormento” (2021), de Sigrid Nunez, “La habitación de al lado” es la historia de Martha (Tilda Swinton) e Ingrid (Julianne Moore), dos viejas amigas unidas por una tragedia: Martha tiene un cáncer terminal y le pide a Ingrid que la acompañe en sus últimos días. Ambas se retiran a una lujosa casa en mitad del bosque, rodeadas de libros, música y películas, donde Martha tiene pensado tomarse una pastilla que ha conseguido de forma ilegal para acabar con su vida; solo le pide a Ingrid que, cuando esto suceda, ella esté en la habitación de al lado. El filme está dividido en dos partes bien diferenciadas. La primera, que transcurre casi en su totalidad en el interior de la habitación del hospital donde está internada Martha, evidencia cierto desorden narrativo por la intrusión de algunos flashbacks no del todo justificados que parecen existir para poder incluir en el reparto a algunos rostros conocidos del cine español: Juan Diego Botto, Raúl Arévalo, Victoria Luengo. Esta primera mitad acaba con un milagro o, si utilizáramos un término aplicado a la obra de Rossellini –cuya “Te querré siempre” (1954) aparece citada directamente en el filme–, con una epifanía: una nieve rosa que cae sobre el skyline neoyorquino que Martha e Ingrid contemplan a través de las ventanas del hospital, y que certifica la entrada de la película en un territorio espectral, desvinculado de la realidad. Una nieve rosa que cae, también, sobre “los vivos y los muertos”, citando el último y estremecedor párrafo del relato “Los muertos” (1914), de James Joyce, que aparece referenciado en múltiples ocasiones a lo largo del filme y del que, cerrando el círculo, Rossellini también extrajo un fundamental pasaje para “Te querré siempre”.