Película

Labordeta, un hombre sin más

Paula Labordeta y Gaizka Urresti

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En, “Ya ves”, una de las canciones de su disco de 1975, “Tiempo de espera”, Labordeta cantaba: “Recuérdame como un hombre sin más”. Ese es el título escogido por una de sus hijas, Paula Labordeta, que aquí ejerce de codirectora (es también coguionista) junto al realizador bilbaíno Gaizka Urresti, para el documental que glosa la figura del poeta, cantautor, ensayista y político aragonés nacido en 1935 y fallecido en 2010. La película empieza precisamente con las emotivas imágenes de archivo de su capilla ardiente y funeral, septiembre de 2010, con más de cincuenta mil personas despidiéndole en el Palacio de la Aljafería de Zaragoza. Gente santiguándose o elevando el puño al aire frente al féretro. Joan Manuel Serrat haciendo con la cabeza un gesto de respeto y reconocimiento.

De estilo neutro, y con esa a veces tan molesta música de fondo que, al parecer, se sienten obligados a utilizar el noventa por ciento de los documentalistas, “Labordeta, un hombre sin más” (2022) tiene una forma imaginativa de construir este repaso por los momentos más importantes en la vida y obra de quien impulsara la nueva canción aragonesa y cantara las cuarenta a los miembros del Partido Popular en algunas de sus comparecencias en el Congreso como diputado de la Chunta Aragonesista. Primero vemos conversaciones rodadas ahora entre la viuda de Labordeta, Juana de Grandes, sus hijas y sus nietas, en casa o viajando en tren. El hallazgo de un diario oculto, en el que José Antonio Labordeta escribió en más de una ocasión que estaba descontento consigo mismo, sirve de hilo conductor. Leyendo párrafos de sus páginas, la familia de Labordeta –un núcleo sólido solo formado por mujeres– y los responsables del filme evocan cosas sabidas y reconstruyen cosas desconocidas, acercándose también mediante charlas a otros personajes de la vida cultural que lo conocieron.

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Por el documental desfilan los recuerdos veraniegos de niño en Canfranc (Huesca), que acabaría convirtiéndose en una especie de reivindicada Arcadia particular del músico. También las tertulias literarias en un café zaragozano; la decisiva influencia de su hermano mayor, el poeta Miguel Labordeta (1921-1969); las filmaciones de su boda; películas en las que aparece Labordeta o aquellas a las que puso música, como “Monegros” (1969), corto de Antonio Artero; la importancia en su temario de la inmigración aragonesa y el tema de la España vaciada; la creación del cineclub Luis Buñuel en Teruel; el trajín como diputado entre 2000 y 2008 –y antes presentándose al Senado por Izquierda Unida y siendo uno de los fundadores del Partido Socialista de Aragón–; el desencanto con la política; la frustrada modernización de su música actuando con un grupo o cantando en directo con Joaquín Sabina; la reafirmación como poeta –se consideraba un cantautor que cantaba los poemas que escribía– o la historia de su primer disco, un EP con el tema “Los leñeros” que salió en 1968 y un año después desapareció de circulación durante el estado de excepción, promulgado el 25 de enero de 1969 por el gobierno franquista para acabar con las “acciones minoritarias, pero sistemáticamente dirigidas a turbar la paz en España y su orden público”.

Esa era la España en la que vivió Labordeta, aunque tras el fin de la dictadura continuó actuando sobre ella, con canciones y con cargo político, porque pocas cosas llegaron a cambiar. “Labordeta, un hombre sin más”, sin ser un relato acre ni una apología del personaje retratado, deja constancia de todo ello. ∎

Homenaje que trae un viento de libertad.
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