Heridas abiertas.
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Literatura del dolor: cuando las palabras desgarran

La literatura que hurga en la herida revuelve, retoca, sutura. Transmite una vida al filo que cala hondo. Nos han tocado historias personales punzantes desde la narrativa con poso autobiográfico, en un cruce entre ficción y no ficción. Hablamos con las escritoras Alana S. Portero, Mar García Puig y Eider Rodríguez para ahondar en la identidad trans, la depresión posparto y el alcoholismo, respectivamente.

La literatura es un viaje que no deja indiferente, siempre impacta en nosotros: desde una ensoñación, un viaje o una fantasía hasta otras realidades desconocidas y complejas. Siempre hay algo que se trasvasa a nuestra lectura y roza nuestra existencia. Es el caso de tres libros: “La mala costumbre” (Seix Barral) de Alana S. Portero, “La historia de los vertebrados” (Random House) de Mar García Puig y “Material de construcción” (Random House) de Eider Rodríguez. Los tres publicados en 2023 y cuyas historias han calado hondo. Obras, con sus matices y diferencias, que pueden incluirse en la literatura del dolor, en una nueva literatura del desgarro que utiliza géneros híbridos: el ensayo, los diarios, las cartas y hasta la confesión.

“La mala costumbre” narra una historia de identidad de género en el barrio madrileño de San Blas y la evolución personal de la protagonista en los años setenta, ochenta y noventa. En “La historia de los vertebrados”, la autora escribe sobre su experiencia de depresión y ansiedad posparto al tener a sus hijos mellizos, y lo hace compaginándolo con partes más ensayísticas, reflexiones de mujeres que han sufrido casos similares. Y “Material de construcción” cuenta la historia de un padre alcohólico a lo largo de la infancia, adolescencia y madurez de la escritora. Tres novelas escritas con maestría: historias personales que seccionan y llevan traumas, dolor y desgarro.

Eider Rodríguez: sanación. Foto: Lander Garro
Eider Rodríguez: sanación. Foto: Lander Garro

Eider Rodríguez: lo que atraviesa

“A mí siempre me ha interesado la literatura del dolor, como por ejemplo Marguerite Duras. Esa densidad de la prosa que te atraviesa, no solamente te llega al cerebro sino que se va diseminando por el cuerpo. Cuando la descubrí siendo adolescente me causó muchísima fascinación. Había disfrutado mucho con la literatura de todo tipo, de ciencia ficción, aventuras… Pero para mí fue un grandísimo descubrimiento. ‘El extranjero’, de Albert Camus, está en otra dimensión, pero para mí es literatura del dolor”, comenta Eider Rodríguez (Rentería, 1977).

El título “Material de construcción” hace referencia a “la empresa familiar que literalmente vende material de construcción y luego a la construcción de la figura de un padre, pero también a la construcción de la figura de una hija”. Es una novela fragmentaria en el sentido de que hay diferentes texturas. Parte de diarios, pero también incluye cartas, artículos periodísticos, prosa narrativa y recoge lo más propio, lo más personal. “Esos diarios son un material íntimo, que tenían fuerza para mí y que vertebran la novela porque estaban escritos desde el mismo filo de la experiencia”.

A ella le costó “muchísimos años” entender que “el dolor podía ser escrito y podía ser metabolizado. Y es lo que he intentado hacer con este libro. Una de las capas es el sentimiento de vergüenza. Evidentemente, me dio vergüenza, de hecho todo el libro es una exorcización o un intento de exorcizar aquello que me generaba tanta vergüenza y que me ha pesado durante tantos años. Sí que es cierto que una vez le di permiso a mi persona para escribir el libro, ahí ya el pudor se desvaneció de alguna manera”. En su dura historia a veces también aflora lo tierno. “Es que hay espacio para todo”, señala la autora guipuzcoana. “Al final la fantasía de escribir este libro es entablar un diálogo con mi padre, el diálogo que nunca tuve”. En la parte final de “Material de construcción” aparecen las cartas que escribió su padre a su madre al principio de su relación, pero también hay diarios, artículos periodísticos, prosa narrativa.

“El dolor podía ser escrito y podía ser metabolizado. Y es lo que he intentado hacer con este libro. Una de las capas es el sentimiento de vergüenza. Evidentemente, me dio vergüenza, de hecho todo el libro es una exorcización o un intento de exorcizar aquello que me generaba tanta vergüenza y que me ha pesado durante tantos años”

Eider Rodríguez

En muchos casos la escritura hace de palanca, abre caminos insospechados, nos lleva hacia el abismo. “La escritura funcionó como un machete. Yo me iba abriendo camino entre la maleza, no sabía qué era esa maleza, iba escribiendo. Cuando echaba la vista hacia atrás, no podía corregir tampoco, porque era eso, no había más. No está embellecido porque era material muy bruto. La intimidad tan de primera mano y tan cruda era un material genial con el que trabajar, porque yo quería contar mi intimidad pero también dándole una dimensión colectiva. Luego el libro tiene otras capas y no se queda solamente en la diarística. Una de las premisas antes de empezar a escribir el libro fue dejar espacio a la persona que leyese, para que reconstruya la historia por sí misma”, confiesa Rodríguez, que sabe muy bien hacia dónde dirigirse, qué claves y recursos utilizar y explotar. “Cuando escribo intento atrapar la tensión inquietante. A veces uno de los hilos conductores que me llevaba era la vergüenza, pero también me ha guiado el no saber qué sentía, el no saber qué iba a encontrar hablando de mi padre, el no saber qué pensaba acerca de él. Eso me generaba tensión. O la historia misma de un padre borracho, que imagínate la tensión que genera. La intimidad también es tensión, lo que está pasando en un lugar oculto y protegido, que no quieres que trascienda. Hay una tensión entre lo público y lo privado. Funcionó porque era algo que nunca había puesto en palabras”, añade.

Con la autoficción, la vergüenza aflora pero también te provoca y “lleva consigo la necesidad de exhibirla”. Y no todo es una exaltación de tu vida, sino que va más allá, se traslada a los otros. “La hemos catalogado como novela de no ficción, porque es un artificio. Pero quería darle una visión ética y estética al asunto. He intentado convertir el objeto literario, artificial, a pesar de que parte de vidas reales y el material es autobiográfico, pero la licencia de la novela permite distanciarse mucho. Y volver a tu vida de otra manera una vez has escrito la novela. Eso es así. Ahora esta historia ya no es solo mía, ya no solo me pertenece”, subraya. Y eso es lo bueno. Que todos estos materiales tan personales se liberan y llegan a los demás, a la sociedad. En ese momento, nos sirven para entrar en diálogo con el dolor de situaciones vitales frecuentes. Y entenderlo, superarlo, asimilarlo.

Mar García Puig: reconciliación. Foto: Rita Puig Serra
Mar García Puig: reconciliación. Foto: Rita Puig Serra

Mar García Puig: arqueología literaria y psicopatologías

Las novelas sirven para conocer otras realidades, pero también para concienciar. Mar García Puig (Barcelona, 1977), además de editora, ha sido política, diputada en el Congreso por Podemos-En Comú Podem de 2016 a 2023, especializada en feminismo y cultura. Con su novela habla de ese triángulo tan desconocido y denostado: salud mental, feminismo y maternidad. “Es cierto que ahora se está hablando mucho de salud mental, pero, por ejemplo, conjugar la salud mental con la maternidad por el hecho de ser mujer y vincularla mucho más claramente a las condiciones de desigualdad de las mujeres, pues para eso aún falta mucho. De hecho, cuando en la política institucional se habla de salud mental, se habla de tener más psicólogos, más psiquiatras, y se habla poco, por ejemplo, de cómo excluye el género”, señala.

Contar sirve para sanar, para expurgar, para descomponerse y volverse a componer. “El libro me ha servido bastante para, al reconstruir mi historia, comprender esos papeles de la gente que tenía cerca, empatizar más. Me refuerza mucho en lo que tiene la literatura de terapéutico, sin caer en los discursos de autoayuda”, explica. “Hice esa indagación de cómo a las mujeres se nos ha ocultado deliberadamente una parte de la maternidad no tan idealizada y no tan dulce”. García Puig también señala ciertas tendencias y cómo se acude a ciertos elementos, características y formatos. “Está habiendo muchas obras fragmentarias que recurren a un híbrido de géneros, porque con un único género se te queda corto. Pero fragmentario no quiere decir que sea fragmentado, también tiene una intención comunicativa, un mensaje, hay una secuencia, hay un pulso narrativo. Mi novela parte de la fragmentación, de esa necesidad de llegar a algo unitario a través de los trozos, y eso tiene mucho que ver con esta arqueología feminista”. Mar empezó con una investigación más histórica y ensayística, “una especie de arqueología literaria”  feminista, con historias de mujeres, escritoras con las que fue encontrando paralelismos con su propia historia de depresión y ansiedad posparto que le resultaron llamativos y llenos de contenido. “Encontré a través de la medicina el discurso más político, más feminista, a través de las experiencias de otras mujeres”. Y se vio obligada a contar su historia “para ilustrar que hay un hilo que no se ha roto y que llegaba hasta mí. No partía de una conciencia inicial, clara, manifiesta, pero sí que al final me resultó inevitable hablar de mi historia”. Luego se sirve del género “gótico del siglo XIX a la hora de articular cómo me sentía o intentar rememorar estos sentimientos. Aparte, el feminismo ha recurrido a ese tipo de literatura para mostrar ese encierro de la mujer en el sentido también figurado”.

“En los llamados partidos de izquierda progresista no se entiende realmente el potencial que tiene la cultura, se considera como algo más accesorio, pero sigue sin entenderse la cultura como algo transversal y vertebrador. Hay estudios de cómo el acceso a la cultura ayuda en el bienestar emocional y en la salud mental”

Mar García Puig

En la vida todo contiene una postura política, un posicionamiento. “Tenía una intención política de romper con el estigma que rodea siempre la salud mental, pero mucho más vinculada a las mujeres y a las madres. Actualmente sigue habiendo el estereotipo de cómo debe ser la madre, y para algunas tiene consecuencias realmente graves en la separación de sus propios hijos. En la política institucional sé de muchos casos de retiradas de custodias, de mujeres que han sido estigmatizadas con la etiqueta de mala madre. Muchas veces no solo es por el problema de salud mental, sino que está vinculado con las posibilidades económicas que tienes, con las redes. Mujeres que están solas. Las mujeres que migran con sus hijos no tienen las mismas redes que de donde venían. Muchas mujeres no se atreven a contar sus problemas psicológicos porque tienen miedo de que las separen de sus hijos, que les pase factura en su vida pública. Hay un problema de acceso a los servicios médicos de salud mental por un tema económico, y de que no existen psicólogos ni psiquiatras, pero también por un tema de mentalidad”, precisa.

Otro punto determinante que esta filóloga barcelonesa considera crucial es el papel de la cultura, tan menospreciada pero con un valor principal en el eje vital. “Hay un déficit en cómo entendemos la cultura y la importancia que le damos. En los llamados partidos de izquierda progresista no se entiende realmente el potencial que tiene la cultura, se considera como algo más accesorio, pero sigue sin entenderse la cultura como algo transversal y vertebrador. Hay estudios de cómo el acceso a la cultura ayuda en el bienestar emocional y en la salud mental. Siempre tenemos este discurso de ‘más psicólogos, más psicólogos’, como si fuera una varita mágica que lo fuera a solucionar todo. Y he hablado con psicólogos de la frustración que genera cuando alguien va a la consulta y ve que con eso no es suficiente”, afirma.

También es importante elaborar un colofón y cierre fundamental a los problemas. “En el proceso del libro también hay un proceso de reconciliación conmigo misma y con esa época. Me ha servido para perdonarme, porque me sentía muy culpable por cómo no pude gestionar mi ansiedad de otra forma, que no pudiera afectar tanto a mi entorno y a mis hijos. Lo había vivido como lectora. Con el último libro que me ha pasado ha sido con ‘Los astronautas’, de Laura Ferrero, que habla de un divorcio desde una hija de divorciados. Y creo mucho en ese potencial de la literatura, de reconciliación con tu propia historia y tu propia vida”, sentencia.

Alana S. Portero: liberación.
Alana S. Portero: liberación.

Alana S. Portero: el armario que asfixia

“La mala costumbre” narra de manera magistral una transformación de identidad, desde la primera persona de un chico que se siente chica, reflejando el universo personal trans: el cuestionamiento, el despertar, las salidas escondidas, el entorno social y familiar, la vida de barrio, el largo recorrido de aceptación. Esa transición resulta tan imbricada y tan dolorosa que merece ser contado. “El armario es un lugar de asfixia absoluta. Y aunque una pueda permanecer mucho tiempo, por seguridad, por miedo, por miles de razones… eso te destroza la mente para siempre, te destroza la salud mental para siempre. Es un lugar en el que no se puede vivir. El armario es vivir la vida sin experimentarla, es estar en la vida pero sin tocarla. Y además ejerces una violencia brutal contra ti misma, porque eso solo se puede canalizar a través del autodesprecio, y todo es hacerte daño. Entonces, los momentos de liberación son como pequeños regalos. Son explosiones de vida que duran horas, porque luego hay que volver a encerrarse otra vez. Así no debería vivir nadie. Hay una fragmentación de la psique y del alma que luego ya solo se une parcialmente. Una no sale indemne de ahí nunca”, remarca Alana S. Portero (Madrid, 1978). Todo esto conecta las consecuencias en la salud mental con ciertas elecciones y procesos vitales.

La escritora madrileña resume el contenido –emocional y emocionante– de “La mala costumbre”: “Es la historia de un montón de malas costumbres: de no comunicarse con efectividad; de mirar a las personas, definir sus contornos antes de preguntarles quiénes son; de no escuchar a alguien decirte quién es, sino que tú lo ves y tú te haces la idea, por cuatro pinceladas; de sucumbir al miedo; de hacer que nuestras vidas sean más estrechas de lo que ya serían por una cuestión de no atrevernos a vivir”. En el libro, perfila una protagonista que tiene mucho de espejo de ella. “Yo me siento protegida por mi personaje, en el que sobre todo hay una coincidencia generacional; sus problemáticas sociales son las mías, el barrio. He estructurado esta novela en torno a la estructura fundamental de mi vida porque tampoco tengo una gran imaginación, y me permitía partir de un sitio seguro, no equivocarme, no pasarme de rosca. Hay mucho de mí, es obvio, y eso ayuda a que la ficción sea más intensa y que la conversación con los lectores sea más íntima”, explica. Y por eso la lectura atraviesa, nos hace partícipes y nos llega, porque nos presenta como si fuéramos sus confidentes.

“La familia de la protagonista no la comprende porque no han tenido tiempo para sentarse a hablar, porque están molidos de trabajar y no les queda energía nada más que para sobrevivir. Esa es la gran pérdida de las familias obreras, se les ha extraído el tiempo para refinar su manera de amarse. Pero no significa que no se amen”

Alana S. Portero

Es asombroso el poder de ciertos elementos para construir una historia apasionante y trepidante. “El dolor y la violencia son increíblemente poéticos. Para describir el dolor, para describir la violencia, para describir esas oscuridades, si se quiere describir con precisión, hay que poner mucha poética para que esa descripción sea precisa”, afirma Portero. En “La mala costumbre” sobresalen una serie de personajes, las moiras: “Los más importantes de la novela. Probablemente la generación de mujeres trans más maltratada de nuestro país en los últimos cincuenta o sesenta años. Se llevaron la peor parte de la Ley de Vagos y Maleantes de los setenta. Entraron en cárceles masculinas y estuvieron mucho tiempo, y allí cualquiera se puede imaginar el tipo de violencia al que se las sometía. Cuando salieron, trabajaban en la calle prácticamente todas, o muchas de ellas, o bien en esa frontera difusa entre el espectáculo cabaretero y la calle. La pandemia las arrasó, las asociaciones LGTB no se ocuparon de ellas y las feministas tampoco. Las pocas que han sobrevivido son las tías con mejor humor, más inteligentes y más sabias, con un bagaje personal impresionante, con una manera de entender la vida increíble, con una capacidad para estrechar lazos que es la hostia. Me he basado en mujeres que he conocido, una mezcla de muchas. Son mujeres que me han enseñado a vivir, personas que te ven de verdad, que te miran y saben quién eres. Le dicen al protagonista: ‘Tú perteneces aquí y no tienes dónde huir. Además no huyas de ti mismo, porque solo puedes huir hacia adentro, y ahí te vas a perder’”.

Qué importante puede ser la familia para entender muchas cosas. “Quería contar varias cosas que me parecían importantes. Primero, que no hay que confundir incomprensión con rechazo. La familia de la protagonista no la comprende porque no han tenido tiempo para sentarse a hablar, porque están molidos de trabajar y no les queda energía nada más que para sobrevivir. Esa es la gran pérdida de las familias obreras, se les ha extraído el tiempo para refinar su manera de amarse. Pero no significa que no se amen”, concluye. ∎

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