¿Qué pasa con las recetas de una madre cuando ella ya no está? ¿Qué parte de nuestra herencia pasa a la siguiente generación, qué parte muta, qué parte muere con los que se van? La nueva serie de animación de Raphael Bob-Waksberg –“BoJack Horseman” (2014-2020), “Undone” (2019-2022)– contiene tantas preguntas como cualquier historia personal o familiar. En ese sentido, es prácticamente infinita.
Con un elenco compuesto en su mayoría de actores judíos, “Long Story Short” (2025-) es una serie animada que cuenta la historia de los Schwooper: Naomi (pone la voz Lisa Edelstein) y Elliot (Paul Reiser), sus hijos Avi (Ben Feldman), Shira (Abbi Jacobson) y Yoshi (Max Greenfield), y los múltiples satélites que completan la familia y la expanden en todas las direcciones: hacia el pasado o hacia el futuro. Tiene algo de la fórmula que popularizó “BoJack Horseman” –comedia que apuntala una cuestión existencial un poco dura de fondo– pero se separa de ella en su vocación realista y costumbrista.
No es autoficción, aunque el creador bebe de su propia crianza como judío practicante en la bahía de San Francisco para crear este relato familiar. No es un ensayo sobre ser judío, sea lo que sea que eso signifique, pero sí es la serie que más en serio se toma su judaísmo de todas las que yo haya visto: no como punchline de un chiste formulado desde el ateísmo laico, al estilo de Larry David, ni como cuento con moraleja sobre los peligros de la religión organizada, como “Unorthodox” (Anna Winger y Alexa Karolinski, 2020). Tampoco como anécdota o como capricho, sino como la amalgama de cuestiones –identitarias, rituales, espirituales, culinarias, afectivas, culturales y prácticas– que construyen la vida de estos personajes y nos dicen quiénes son.
Está llena de guiños: los parientes envían enlaces de artículos de ‘Hadassah Magazine’, en los créditos suena “Jerusalem” de Dan Bern, no se pueden contar las palabras en ídish porque los personajes hablan a todo meter. Se indaga también en el estereotipo de la “madre judía abrasiva” que tanto dio que hablar en “Nadie quiere esto” (Erin Foster, 2024), ahondando en lugar de cerrar el catálogo de “tipos” reconocibles a todos los lados del espectro judío, y del espectro humano en general.
Hace muy poco encontré mi propia respuesta a la farragosa pregunta sobre “qué es ser judío” que cierra la reflexión de “Long Story Short”. Si es relevante para este texto es porque creo que me sitúo en la misma línea que Bob-Waksberg cuando digo que, para mí, el judaísmo es recordar. También cuando puedo dar la respuesta larga: que los ritos y costumbres que pueblan el calendario judío se portan como una caja de herramientas que, en muchos casos, no sabes por qué ni para qué llevas. Puede ser por fe, como en el caso de Yoshi, por presión, como Avi, o tan solo porque alguien las llevaba antes que tú. Pero a veces la vida te lanza algo –una pérdida, un remordimiento, una guerra, o todas a la vez entremezcladas y multiplicadas por infinito– que, de repente, las dota de sentido.
Esas herramientas pueden ser heredadas o encontradas: incluye Bob-Waksberg con mucho acierto la trama de la conversión de Kendra el día de Yom Kipur, una de las más bonitas y significativas de los diez capítulos; o la vuelta de Yoshi a la ortodoxia, que lo dota por fin de paz y termina por unir a la familia alrededor de las velas de Shabat, a los presentes y a los que ya no están. No es casual que el eje estructural de la serie sea el tiempo: diferentes líneas temporales se entremezclan sin que ninguna domine sobre otra. No hay un “antes” y un “ahora”: todo se afecta mutuamente y se repite de otra manera, en un tiempo en apariencia fragmentario pero que en realidad es cíclico. Así es el tiempo de la memoria.
En una entrevista con ‘Variety’, el creador afirmó que con ello deseaba provocar la misma sensación que nos embarga al pasar las páginas del álbum de fotos familiar. Responde, también, a la pregunta de por qué no afronta todas las cuestiones y conflictos que atraviesan la identidad judía norteamericana, a saber, la relación de la comunidad con Israel. Ante el tema que desinfla la energía de cualquier conversación, elige la opción emocionalmente más sencilla para creador y espectador: hacerse un favor y “centrarse en todo el resto de cosas que implica ser judío”.
Si prestas atención, la serie ya contiene todo lo que necesitas saber al respecto: que hay tantos judaísmos como individuos, que una familia se construye en el disenso y en los puntos de vista que chocan, matizándose o atropellándose por el camino. Hay quien critica “Long Story Short” porque sus personajes no son siempre agradables. Para mí su valor y su honestidad reside en que, en su descripción de lo que es ser una familia, no huye del conflicto: sabe que hay amor en el cuidado silencioso y también en las heridas heredadas, los reproches y el rencor. En un momento en el que las identidades se determinan por los traumas y dolores compartidos, Bob-Waksberg enuncia lo que muchos sentimos: “Necesitamos razones buenas para reunirnos”.
El tema en el corazón de “Long Story Short” es el duelo, y los recuerdos de la pandemia del COVID que aparecen salteados a lo largo de la serie acaban golpeándonos de forma inesperada en la recta final. Yo también enterré a mi abuelo en mitad de la pandemia, con el rabino hablándonos por videollamada. A veces pasa que miras la televisión y la televisión te devuelve la mirada. La familia, en ese último capítulo, se autoexamina y se pregunta en qué consiste recordar, si lo estarán haciendo de la forma correcta. Es Yoshi quien verbaliza: “Creo que nosotros somos el recuerdo”. No hay mejor respuesta que esa. ∎