Hay que seguir de cerca a Léa Mysius (Burdeos, 1989), que en cuestión de unos pocos años ha enlazado cortos y largos con presencia en grandes festivales o colaboraciones como guionista con cineastas de la talla de Arnaud Desplechin en “Los fantasmas de Ismael” (2017) y “Oh Mercy! (Roubaix, une lumière)” (2019), Jacques Audiard en “PARÍS, distrito 13” (2022) y Claire Denis en “Las estrellas al mediodía” (2022). Más pronto que tarde, quizá sean otros jóvenes guionistas los que se vanaglorien de haber escrito a cuatro manos con ella: “Los cinco diablos” (2022) confirma, después de “Ava” (2017), la aparición de una gran cineasta, otro de esos jóvenes directores franceses que, como Julia Ducournau o Just Philippot, están sacando al cine nacional del anquilosamiento realista-naturalista. Auteurs de género con todo el futuro y todas las posibilidades argumentales y formales por delante.
Si en su primer largo, el citado “Ava”, Mysius se acercaba al proceso de preparación de una joven para la ceguera, aquí es otro sentido el que delimita el universo personal de la heroína. Vicky (Sally Dramé), una niña birracial de ocho años, tiene el sentido del olfato increíblemente desarrollado y se dedica a cultivar y archivar sus olores favoritos en frascos. Entre ellos, claro, el de su persona favorita del mundo, su madre socorrista Joanne (Adèle Exarchopoulos, la antigua Adèle de Kechiche, en un papel que se acaba revelando como otra expansión de su margen de acción). En casa las cosas no van bien y se palpa la creciente distancia entre Joanne y su marido bombero, Jimmy (Moustapha Mbengue). Pero aún pueden ir peor o, mejor dicho, volverse más raras. El regreso inesperado de su tía Julia (Swala Emati) llevará a Vicky de viaje fantástico (nada de spoilers) por la memoria familiar.
Aunque el olfato sea un sentido menos cinematográfico que la vista, Mysius sabe convertirlo en pilar de una experiencia nuevamente física e invitar al espectador a soñar esos aromas que trastocan a Vicky en un momento de su vida ya de por sí complicado, marcado no solo por los problemas familiares, sino también el peligro del bullying. Contada, sobre todo, desde la perspectiva de esta niña, “Los cinco diablos” nunca acaba de recrearse en los graves dramas que retrata y guarda espacio prioritario para la inexplicable fantasía, la luz y la empatía, esto último particularmente en una recta final tan emocional como meditativa.
Entre otras muchas cosas buenas, “Los cinco diablos” es una lección de dosificación de la información. Los personajes no entran en acción y se presentan, sino que sus circunstancias, biografías e interioridades se van formando poco a poco a través de la recolección por parte del espectador de según qué imágenes, según qué palabras o, en este caso, según qué olores. Mysius ha señalado a David Lynch como su guía en esta forma de abrirnos paso en un universo alejado de la realidad. Sin llegar a las libertades psicogénicas de su maestro (con su ritmo ágil, sus grandes emociones y su denso jukebox, “Los cinco diablos” se diría un filme de importante vocación popular), la joven directora también consigue generar un clima de fascinación indiscutible, a veces medio alucinado, además de una sensualidad permanente. ∎