Libro

Matthew Collin

Máquinas de sueños. La música electrónica en Gran Bretaña desde el BBC Radiophonic Workshop hasta el acid houseContra, 2025
Al contrario de lo que se acostumbra a creer, la historia de la música no es un campo de eruditos selectos, y pocas innovaciones, en sus inicios, se consideran de buen gusto. El nido de cualquier creación artística se parece más bien a un loquero lleno de visionarios con poco o mucho sentido del humor y un gran poder de intuición. Personas capaces de utilizar sus conocimientos del derecho y del revés. Algo bastante alejado de lo que se permite en la academia o se congela en el conservatorio. “He hecho muchas cosas que se me había dicho que no podía hacer”, se sinceró Delia Derbyshire, que, junto a Daphne Oram, Jane Beat o Maddalena Fagandini, es una de las estupendas protagonistas de Máquinas de sueños. La música electrónica en Gran Bretaña desde el BBC Radiophonic Workshop hasta el acid house” (“Dream Machines. Electronic Music In Britain From Doctor Who To Acid House”, 2024; Contra, 2025; traducción de Ibon Errazkin), enciclopedia de normas rotas para que en el futuro pudieran resurgir escritas por Matthew Collin.

Tal cual se recoge en el libro, todos los avances tecnológicos del Reino Unido fueron tergiversados, con anécdotas graciosísimas al respecto, para permitir que los sonidos de muchos nuevos mundos se multiplicaran. Poniendo el foco en los verdaderos pioneros, que normalmente son las girls, los gays, los migrantes y los raritos del grupo en general, que no atienden al orden ni el orden los entiende a ellos. Una enciclopedia sobre cómo la tecnología pasa de un uso funcional a otro disfuncional y ocioso, dotándonos de una nueva paleta de sonidos que, al principio, se leyeron como una herejía. “Me gusta esa niebla de los comienzos de una innovación –decía el músico inventor Thomas Dolby–, cuando sabes que algo es interesante pero no sabes muy bien por qué”.

Aquí encontraremos desde plugins a instrumentos –casi sabe mal utilizar este término– tan originalmente inverosímiles como el Electrode, el Singing Arc, el Luminophone, el Oramics y el Shozyg. También hay profesionales con comportamientos luditas, como los baterías que se unieron al Sindicato de Músicos para acabar con el uso de las cajas de ritmo en 1967, por miedo a que les quitaran el trabajo. Otros, como el americano John Cage, que se quejaron de que los teclados de doce notas del Moog arruinaban la creatividad musical hacia horizontes más emocionantes, más allá de la dictadura de la octava. Bandas que se disuelven como experiencias comunitarias, desde los Hawkwind a COUM Transmissions: sí, Genesis P-Orridge, sabíamos que eras tú, la misma persona que decía que “cuando aprendes acordes te estás rindiendo a la tradición”. Apostando siempre por los usos más técnicamente incorrectos, llenaban otros universos de posibilidades.

Entre las muchísimas narrativas improbables, pero que decidieron convertirse en ciertas en nuestro mundo, está la de Malcom McLaren promoviendo la llegada de los cinco elementos del hip hop al Reino Unido, en otro de sus improbables descubrimientos. O los Buggles, la versión robot de The Beatles. Brian Eno y el accidente que lo llevó a escuchar la música inaudible. O una declaración de amor totalmente sorpresa de Afrika Bambaataa, Larry Levan o Ron Hardy hacia Gary Numan, Visage o Yazoo, que los pinchaban sin cesar en sus sesiones, abrazándolos como música negra.

Otros protagonistas improbables: de golpe los ingenieros de sonido y los operadores se convirtieron en rockstars con la llegada del dub y los soundsystem de Jamaica. Acompañados de las revueltas raciales y, luego, del magnetismo generalizado de toda la escena rock y punk hacia ese tipo de sonidos, que Jah Shaka definió como “soñar con los oídos”. “Lo que llevamos a hombros no es un ‘soundsystem’ –le confesó uno de los operadores a la periodista británica Vivien Goldman–, es un mensaje”. Y así seguimos pensando que mundos de ciencia ficción radican lejos, sin darnos cuenta de cuánto de sci-fi tiene ya de por sí nuestro propio territorio o, en este caso, el anglosajón, que en esta macrodiscografía está, por fin, muy bien llevado. ∎

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