Hace justo diez años, Mike Flanagan estrenaba “Absentia” (2011), una propuesta indie en la que dejaba entrever su particular visión acerca del más allá y los espectros que lo habitan. Tras haber dirigido una serie de cortometrajes y películas de presupuesto poco menos que amateur, el director de Salem iniciaba así una imparable trayectoria que muy pronto lo convertía en uno de los nombres del nuevo cine de terror independiente a los que seguir la pista, junto a Nicholas McCarthy y autores mumblegore como Adam Wingard, Ti West, Simon Barrett o David Bruckner. En 2013 llegó “Oculus. El espejo del mal” (que ampliaba el imaginario de uno de sus cortos) y en 2016 regresaba por partida triple con “Somnia. Dentro de tus sueños”, “Ouija. El origen del mal” y “Hush”. Fue esta última, una home invasion en la que una escritora sordomuda (Kate Siegel, coguionista del filme y pareja de Flanagan, además de protagonista de varias de sus producciones) era asediada en su hogar por un psicópata enmascarado, la que dio el impulso definitivo a la carrera del director.
Netflix, que en aquel momento empezaba a posicionar su estatus en el streaming cual gigante dispuesto a devorar el pastel de toda la amalgama de propuestas audiovisuales, se hizo con los derechos de “Hush” para su distribución mundial. La película significó el comienzo de un idilio entre el creador y la plataforma, en una relación bidireccionalmente fructífera: por una parte, el contenido con la firma de Flanagan ha articulado una forma de entender el fantástico y el terror por encima de la media de las producciones originales de la plataforma (que asumen, en muchos casos, un cuestionable rol de “fondo de catálogo”); por otra, el cineasta ha logrado asumir una serie de retos profesionales que lo han situado en la vanguardia del actual panorama del cine y la televisión de terror contemporáneos.
La primera prueba de fuego llegó en 2017 con “El juego de Gerald”, producción original para Netflix que adapta de forma genuina la novela homónima de Stephen King. En ella, Carla Gugino debuta en el universo de Flanagan como Jessie, la mujer que deberá ingeniárselas para sobrevivir estando esposada a una cama y con el cuerpo de su marido (Bruce Greenwood), muerto a causa de un infarto, inerte en el suelo. En 2018 llegó “La maldición de Hill House”, adaptación de otra de las firmas clave de la literatura de terror, Shirley Jackson, en esta ocasión en formato serial, con un total de diez episodios que tomaban de forma un tanto libre el texto de la escritora. Los espectros que habitaban la mansión que da título a la obra, además de protagonizar algunos de los jumpscares más aterradores de los últimos tiempos, perfeccionaban la representación de los fantasmas que Flanagan había llevado a cabo hasta entonces, concebidos a medio camino entre lo aterrador de una entidad malévola y lo melancólico de un ser atrapado entre dos mundos.
En 2020, la fórmula se repetía con “La maldición de Bly Manor”, versión libre de “Otra vuelta de tuerca” de Henry James, en la que Flanagan ejercía de showrunner y guionista de sus nueve episodios (como si eso fuese poco), dirigiendo únicamente el primero de ellos. Su menor implicación responde a un motivo claramente laboral, pues en 2019 callaba bocas de crítica y público al dirigir (en esta ocasión sin el amparo de Netflix) “Doctor Sueño”, continuación de “El resplandor” (Stanley Kubrick, 1980), basada en la novela que Stephen King publicó en 2013. La película confirmó su talento innato como excelso adaptador del autor de Maine, logrando lo imposible al conseguir dar vida a una historia que debía navegar entre las aguas de la fidelidad al texto y las del final de la película de Kubrick (que, como bien sabemos, King siempre odió).
Hasta ahora, han sido varios los elementos que han ido repitiéndose en la meteórica trayectoria de Mike Flanagan, y no es exagerado decir que con “Misa de medianoche”, su tercera serie original creada de forma exclusiva para Netflix, el cineasta da con el broche de oro perfecto a un vertiginoso primer ciclo profesional. Siendo consciente de la importancia que tiene la televisión en este nuevo siglo, la forma en la que se ha abanderado el nuevo modelo de producción para construir su propio universo es digna de estudio y celebración. Porque “Misa de medianoche” fue, primero, un libro que había escrito la protagonista de “Hush”, el cual podíamos ver también en la estantería de encima de la cama a la que estaba atada Carla Gugino en “El juego de Gerald”. Estos easter eggs no hacen más que darle valor a la afirmación de Flanagan de que este es su proyecto más personal; una frase que muchas veces se usa como mero cliché.
Tras su estreno mundial el pasado 24 de septiembre, “Misa de medianoche” se ha posicionado como uno de los productos más vistos y comentados en Netflix, del cual se ha alabado la genuina forma con la que el realizador (que vuelve a tomar las riendas de su obra, como creador, director y guionista en sus siete episodios) conjuga nuevamente la creación de espacios y criaturas monstruosas, con una carga dramática que, en esta ocasión, sirve de oscura tesis acerca de la fe ciega y el fanatismo religioso.
Como si se tratara de una historia de Stephen King que este aún no ha escrito (no es extraño que el escritor fuera uno de los primeros en darle hype), “Misa de medianoche” nos lleva hasta la remota Crockett Island, donde una comunidad que vive al borde de su propia desaparición se verá sacudida con la llegada de un extraño. Este no es otro que el nuevo párroco del lugar, el joven y misterioso Padre Paul (Hamish Linklater), un Caballo de Troya que bajo sus lecturas bíblicas y sermones, introducirá en la comunidad un horror ancestral que viciará la impasible tranquilidad en la que los lugareños llevan décadas viviendo, como si se tratase de un limbo terrenal al que las fuerzas de un mal primigenio han llegado para pervertirlo todo a su paso. Queda clara la principal inspiración kingsiana de Flanagan, aunque sea por cómo la sombra de “La tienda” (1991) y “La tormenta del siglo” (1999) planean sobre ella, y la caracterización de algunos personajes trae a la mente, de forma inevitable, “El misterio de Salem’s Lot” (1975). En la primera (adaptada al cine en 1993), la llegada de un extraño a Castle Rock para abrir un negocio llamado “Cosas Necesarias” desatará un oscuro influjo alrededor de quienes han establecido cualquier tipo de compraventa. En la segunda (en realidad, el guion de miniserie), una entidad llega junto a una voraz tormenta a la isla de Little Tall, anunciando que se marchará una vez consiga lo que quiere.