Su convivencia en Chelsea es sintomática de una urbe que expulsa a las poblaciones locales.
“Hay lugares en Chelsea donde por la noche no se ve luz. Durante mis investigaciones, en una ocasión le pregunté al vigilante de un inmueble de quince pisos si el edificio estaba muy ocupado. Y me respondió que solo había cinco o seis personas que vivían allí. Los otros quizá solo se quedaban un mes al año”. Una segregación de los tiempos modernos.
“Cuando era estudiante, todo el mundo podía vivir en un sótano de Chelsea. Sin calefacción, por supuesto. Yo incluida, sin demasiado confort. Pero podíamos estar en el centro, compartiendo el piso cuatro o cinco personas”.
El marco de una historia ambientada en Navidad, recuerda Simmonds, favorece esta atmósfera grisácea y de repliegue interior.
“Es una temporada llena de paradojas. La Navidad y el invierno son el blanco y el negro. Se podría decir que el invierno se identifica con la muerte y, al mismo tiempo, con la promesa de la vida, de la primavera. Es la oscuridad, pero también el brillo de la nieve. Cuando esta cae, es la perfección y, al cabo de unos días, es sucia e impura”.
El estilo de la autora es muy personal y poco corriente. El texto corrido, como reflexión de los personajes, es tan importante como las imágenes. Pero nadie duda de que tiene entre las manos un cómic.
“Al cabo del tiempo, he aprendido a manejar mejor el soporte de la información: lo que será imagen y lo que será texto. Las imágenes van muy bien para la escenografía, para describir el tiempo, los personajes. Hablo de los silencios evocadores. Pero el texto está muy bien, porque evita una lectura rápida. Es como una pausa, un freno”.
En cierta medida, esta simbiosis procede de toda su vida profesional dibujando tiras cómicas en la prensa. Y, en especial, para el diario ‘The Guardian’. De las páginas femeninas a las literarias, pero nunca con una intencionalidad directamente política. Un mayor reconocimiento le ha llegado con las adaptaciones cinematográficas de “Tamara Drewe” (Stephen Frears, 2010) y “Gemma Bovery” (Anne Fontaine, 2014).
“Tampoco me gustaría que una película fuera una transcripción de mi libro”, comenta sobre estas adaptaciones en pantalla que se bifurcan en otras direcciones.
Y, en medio de un festival tan bullicioso como el de Angulema, Simmonds nos cuenta cuál es su refugio interior. Muy lejos, eso sí, de los
blockbusters.
“Me siguen gustando las historias de superhéroes de mi juventud. Mi magdalena de Proust sería el olor de la tinta de los cómics norteamericanos: recuerdo estar tumbada sobre la hierba un día de verano, somnolienta, con Superman sobre mi rostro, cuando tenía 8 años”. ∎