Ramón de España, más de cuarenta años después. Foto: Sergi Paramès
Ramón de España, más de cuarenta años después. Foto: Sergi Paramès

Entrevista

Ramón de España: “Veo el rock bastante muerto, tal y como lo conocíamos”

Como casi todos los periodistas de su generación, vio cosas que quienes ahora no sobrepasan los treinta años apenas creerían. No eran naves en llamas más allá de Orión, pero sí un país marcado por una prensa musical tan emergente como marginal y un panorama editorial en el que los libros sobre música pop escritos en castellano eran casi un milagro.

Por todos estos motivos, “En la cresta de la nueva ola”, publicado originalmente en 1981, cuando Ramón de España (Barcelona, 1956) solo contaba 24 años y recién reeditado por Efe Eme sin añadir ni una coma más allá del prólogo, fue un libro de referencia en su día.

Se trata de un volumen que en su momento fue pionero en la prensa musical española, firmado por este periodista todoterreno –con más de treinta libros en su haber, entre ensayos y novelas; también ha trabajado como guionista de cómic o televisión y hasta fue autor de una película– que desde entonces apenas volvió a frecuentar eso de escribir sobre discos y canciones.

Había un descaro insolente en tu forma de escribir, tal y como reconoces en el prólogo del libro.

Lo que se conoce como desfachatez juvenil. Quise poner una nota al principio para aclarar mis comentarios displicentes sobre Gay Mercader y sobre Bertha M. Yebra y José Luis Martín Frías, de ‘Popular 1’. Con Gay acabé siendo amigo. Bertha y José Luis, cuando los conocí al cabo de un montón de años, me parecieron una pareja encantadora. Muy buena gente. Lo que pasa es que la perspectiva de 1981 era diferente. Pero no quise cambiar el texto porque su única gracia era dejarlo como una cápsula temporal. Lo leo ahora y con lo fundamental estoy de acuerdo, pero descubro unas salidas de pata de banco… Con una actitud muy de la época, como de aparentar que estás muy de vuelta de todo cuando en realidad no has ido a ninguna parte.

“Ten en cuenta que escribir sobre música a finales de los setenta conllevaba un cierto estilo de vida, como un manifiesto generacional. Estabas condenado al entusiasmo en ambas direcciones: a hablar maravillas de lo que te parecía fundamental y cagarte en todo lo que te parecía lamentable”

¿Echas en falta aquel descaro en la prensa musical actual?

Pudiera ser, pero la prensa musical que leo son estas revistas para personas mayores que editan los ingleses, como ‘Mojo’ o ‘Uncut’. Reconozco que no estoy muy al corriente. Aparte de que me llegue a casa ‘Popular 1’, por cortesía, donde sigo viendo el mismo entusiasmo que el primer día, aunque lo escriba gente que no conoces sobre músicos que tampoco conoces. Y creo que el entusiasmo pervive en Rockdelux y ‘Ruta 66’. Ten en cuenta que escribir sobre música a finales de los setenta conllevaba un cierto estilo de vida, como un manifiesto generacional. Estabas condenado al entusiasmo en ambas direcciones: a hablar maravillas de lo que te parecía fundamental y cagarte en todo lo que te parecía lamentable. También ha desaparecido el supuesto underground, que era una prensa marginal que llegaba a los quioscos, cuando ahora apenas creo que salga de internet. El entusiasmo era y es fundamental. Lo veías en los libros de Nik Cohn o en los artículos de Tom Wolfe y Hunter S. Thompson. Y la música pop era una cosa tolerada por nuestros mayores pero con cierto reparo; tenía una capacidad de molestar que se ha perdido por completo. El rock tal y como lo conocíamos lo veo bastante muerto. Ha sido sustituido por divas, raperos, inventos a lo Rosalía, que no tengo nada en contra… pero durante años hubo relevos generacionales volviendo a lo básico, y ahora ya no. O no me entero, o ha bajado mucho. Las bandas de rock se han convertido en un anacronismo.

El diván de la ¿nostalgia? Foto: Sergi Paramès
El diván de la ¿nostalgia? Foto: Sergi Paramès

Sigue habiendo muchas buenas bandas de rock que han tomado el relevo, lo que ocurre es que quizá su público seguramente es más minoritario.

Sí, esto que pasaba de que Bowie sacara un disco y tuvieras la certeza de que lo podías comentar con todos tus amigos, porque todos se habían comprado el puto nuevo disco, ha dado paso al “cada loco con su tema”. Algunas fijaciones se mantienen: ahí tenemos al amigo Ignacio Julià con su bendita fijación por Lou Reed o la de Jaime Gonzalo con Iggy Pop. O la mía con Roxy Music y Bryan Ferry. Es verdad que se siguen publicando novedades que están muy bien, pero yo ya no sé con quién comentarlas. Me hice el otro día con el disco de estos que ha producido Dan Auerbach, el de Hermanos Gutiérrez. Me gustó mucho, pero ¿a quién se lo comento? Absolutamente a nadie. Y otro fenómeno es cómo el mainstream ha ido empeorando. La última persona decente que vendió discos debió de ser Beck con “Odelay” (1996). O los Strokes, un anacronismo ya, que los pobres tienen más de cuarenta años... Ves que las cosas van por otro lado distinto al de cuando tú tenías veinte años.

Muchos periodistas de tu generación empezaron escribiendo sobre música y pronto lo abandonaron. Tú mismo escribiste esto como una despedida del periodismo musical. ¿Tenías claro que ahí no había mucho futuro?

No, de hecho nunca dejé de hacerlo, ahora estoy acabando una serie en ‘Crónica Global’ que se llama “La edad de plástico”, que son cien perfiles de músicos o grupos que me han alegrado la vida. Lo que pasa es que cuando me encargaron “En la cresta de la nueva ola” fue el año en que se fueron a la mierda las revistas donde yo escribía: ‘Star’ y ‘Disco Express’ palmaron en 1980. Y supongo que mi visión era apocalíptica. Pensaba que más valía irme despidiendo. También pasó cuando estaba más metido en los cómics, cuando sacamos ‘Cairo’, con Joan Navarro, que fue en 1982. Fue una especie de despedida y cierre. Pero aunque no me especializara en plan Diego Manrique o Jesús Ordovás, nunca dejé completamente la música. Luego escribí biografías sobre Roxy Music y Buddy Holly para Editorial Júcar. Ya ves lo coherente que fui (risas).

“Lo que pasa es que cuando me encargaron ‘En la cresta de la nueva ola’ fue el año en que se fueron a la mierda las revistas donde yo escribía: ‘Star’ y ‘Disco Express’ palmaron en 1980. Y supongo que mi visión era apocalíptica. Pensaba que más valía irme despidiendo”

Mencionabas antes a Hunter S. Thompson, y antes del tuyo se publicó otro libro de referencia, “45 revoluciones en España” (1960-1970), del recientemente fallecido Àngel Casas. ¿Cuáles eran tus referentes?

Ese era un gran libro, me gustó mucho, aparte de que conocía a Casas y le tenía cariño. Lo tenía en la cabeza, junto con las lecturas de la universidad, que iban desde los que leían a Vázquez Montalbán a los que leíamos a Tom Wolfe y Hunter S. Thompson, que es algo que tiene que ver con el sentir alternativo y underground de la época. El pop no era admitido en la prensa seria y adulta. Cuando ‘El País’ saca “El País de las Tentaciones” es cuando mi generación mete la zarpa en un medio que les estaba vedado. Y hasta entonces tampoco querías formar parte de eso. Si estabas en el underground, lo peor que te podía pasar es que te ofrecieran escribir en ‘La Vanguardia’. Por entendernos. Éramos una pandilla de muertos de hambre, pero pensábamos que íbamos por el buen camino. Típico de los 23 o 24 años.

Escribir en primera persona era la norma, lejos de cualquier idea clásica de la objetividad, que era algo que supongo ni contemplabais.

Nos habíamos tragado lo del Nuevo Periodismo norteamericano y considerábamos la primera persona no como una forma de darnos aires, sino de acercar la historia al lector. Hacer notar la voz del intermediario. Y hacer algo de literatura por el camino. Años después, cuando empecé a colaborar en ‘El País’, hubo algún sector de la redacción a la que le disgustaba lo de la primera persona, como si yo intentara parecer más de lo que era. Mi director me lo permitía. Cosas que hoy nos parecen normales, hace cuarenta años chocaban. Con la entrada del colectivo underground en la prensa convencional, se mezcló todo. Y creo que todos salimos ganando.

Amor por Bryan Ferry. Foto: Sergi Paramès
Amor por Bryan Ferry. Foto: Sergi Paramès

En el capítulo “La nostalgia es un error”, hablas sobre grupos de los sesenta que en los ochenta ya estaban viviendo en directo de sus rentas de dos décadas antes. Me acordé de “Jóvenes carrozas”, unas recopilaciones de 1980 y 1981 que mis padres tenían en casa cuando yo era un crío. Hoy en día estamos acostumbradísimos, y con revivals que retroceden treinta, cuarenta o cincuenta años.

Volvieron a la carga Los Sirex y Los Mustang. Aquello me parecía lo peor del mundo, aunque tampoco lo era. Sirvió para apreciar que Los Sirex eran un grupo con cierto fundamento y que Los Mustang eran un desastre que hacían versiones malas de los Beatles. Pero volver hacia atrás es algo constante. Hay una nostalgia ahora por los ochenta, que no los recuerdo especialmente memorables. A quien se echó novia escuchando a Spandau Ballet igual le parece un grupo cojonudo. Y hay gente cuya época puede ser la de Duran Duran, compadezcámoslos. ¿Y qué les vas a decir, si todo se basa en recuerdos personales? Lo que te marca para toda la vida es lo que escuchas en la adolescencia. Los setenta, para mi generación. Cuando alguien decía “en mi época”, yo pensaba: “Iaia, tu época es cualquiera en la que estés viva”. Pero ahora que paso de los 60 veo que tenían razón con lo de “mi época”. Desconoces lo de ahora, lo que te puede llevar al error de despreciarlo. La música pop tiene un ingrediente sentimental. Cómo te afecta en un momento muy concreto de tu vida. Pasado el tiempo, cada vez hay menos cosas que te sorprendan. Es la fatiga de los materiales. Pero te pilla el “Ziggy Stardust” (1972) con 16 años y te parece la repolla.

“Lo que te marca para toda la vida es lo que escuchas en la adolescencia. Los setenta, para mi generación. Cuando alguien decía ‘en mi época’, yo pensaba: ‘Iaia, tu época es cualquiera en la que estés viva’. Pero ahora que paso de los 60 veo que tenían razón con lo de ‘mi época’”

Por cierto, menudo tercer grado al que te someten en la oficina de EMI por una mala crítica.

El “promocionero” era como el camello del periodista, te pasaba los discos y confiaba que fuera todo laudatorio. Estaban cabreados. Tendrían que rendir cuentas a Londres o Los Ángeles. Detectábamos un aura servil en los “promocioneros”, los tomábamos un poco a pitorreo. Eran como nosotros teóricamente, melenudos que fumaban canutos, pero no del todo, porque tenían que defender a muerte la última mierda que hubieran sacado. Había una guerra larvada, una relación de amor y odio que nunca sabías por dónde te iban a salir.

La descripción cáustica que haces de “promocioneros”, promotores, público, músicos y periodistas, en esencia, creo que sería aplicable hoy en día, cuarenta años después, con algún matiz.

Tú lo sabrás mejor. Pero entonces, a la que te cruzabas con un auténtico inútil y corrupto dentro de la industria, al cabo de meses estaba en otra compañía en un cargo más alto y cobrando más (risas). Eso siempre me fascinó. ∎

Enseñar y entretener

“En la cresta de la nueva ola”
(Icaria, 1981 / Efe Eme, 2022)

Precozmente escéptico, con ese punto descreído de quien se ríe prácticamente de todo –hasta de sí mismo– y con ese espíritu a medio camino entre Pepito Grillo y el enfant terrible de gustos heterogéneos que matiza sus filias al tiempo que gotea un inteligente vitriolo para hablar de las ajenas, Ramón de España pasaba revista al estado de la industria musical española y de la escena del momento –la de aquí y la de fuera– con solo 24 años, en lo que entonces se perfilaba como réquiem por una prensa que quemaba cabeceras a la velocidad de la luz –para regenerarse en otras, la historia de siempre– y en medio de un panorama editor en el que no proliferaban esta clase de ensayos.

El responsable de esta reedición del libro originalmente publicado por Icaria en 1981, Juan Puchades –editor de ‘Efe Eme’ y director de ‘Cuadernos Efe Eme’–, define al autor en la introducción como “un esteta”. Y el autor reconoce también en su advertencia inicial que para entretener al personal “la mejor excusa es la pop”. Y “En la cresta de la nueva ola” no solo entretiene, también ilustra. Trazando un perfil repleto de sarcasmo sobre “promocioneros”, promotores, músicos, periodistas y público. Diseccionando la new wave e ilustrando sobre el art rock –“rock-idea”, lo llama él– de Roxy Music, David Bowie, John Foxx –a quien entrevista– o unos Radio Futura que emergían como lo más granado de una movida sin la marca autóctona de la escena de Sevilla o Barcelona –poca simpatía por ciertos identitarismos: notable es su aversión al independentismo en la última década–. Haciendo leña del fenómeno fan en torno a Leif Garrett o Miguel Bosé. Y elaborando semblanzas de Sisa, Steve Harley o La Banda Trapera del Río.

El último capítulo, “Si yo tuviera un grupo de rock”, es una delirante historia ficcionada que preludiaba su faceta novelística de la que él mismo dice es “una chaladura demencial con personajes aparecidos en las dos partes anteriores, por ser original e intentar no hacer el típico libro”. De esta manera pone el broche a un opúsculo pionero que, desde la perspectiva de hoy, esboza un estado de las cosas que no suena en absoluto desfasado. Quizá porque la historia se repite. Una y otra vez. ∎

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