Finalmente aparece en castellano “El cómputo de los días” (“Days Out Of Days”, 2004; Hojas de Hierba, 2024; traducción de Javier Calvo), la obra que cierra el círculo –fueron sus últimos relatos publicados en vida–, previa a “Yo por dentro” (2017) y al póstumo “Espía de la primera persona” (2017), sobre el mito de Sam Shepard (1943-2017) y que solo puede definirse como un verdadero acontecimiento: el libro es un verdadero festín para los admiradores del escritor, poeta, actor, guionista y dramaturgo de Fort Sheridan.
Son 300 páginas de prosas breves (y poemas intercalados) que pueden definirse –pero no sería del todo correcto– como un diario de viaje por las carreteras de Estados Unidos, postales fijadas desde los márgenes de una América alejada de las grandes urbes y de, digamos, la modernidad.
Hay algunos personajes recurrentes que van apareciendo aquí y allá –Dennis (Ludlow) y Johnny (Dark), inseparable amigo de Shepard, autor de las fotografías de “Crónicas de motel” (1982); imprescindible hojear la correspondencia entre ambos recogida en “Dos buscadores” (2013; Editores Argentinos, 2017)– y un fantasmagórico hombre sin cabeza que interactúa con el autor.
Carreteras y pueblos yermos –Arkansas, Texas, Arizona, Tennessee, Luisiana, Dakota del Sur, Nevada…– que guardan la memoria de una América desaparecida y que activan los recuerdos familiares de un Shepard que también mira a la guerra del Vietnam, a su trabajo como actor, a su infancia y a sus amoríos. Hay, por supuesto, diálogos magistrales –¿cómo obviar al autor teatral de piezas como “Buried Child” (1978) o “Locos de amor” (1983)–, mucha desolación y también, ocasionalmente, un maravilloso sentido del humor.
La masacre de Wounded Knee, el blues y el rock’n’roll, el rescate de Fats Domino durante la tragedia del Katrina, México y los rastros de la conquista española, y, por supuesto, Jack Kerouac (¿fue Shepard el último de los grandes escritores beat?) relampaguean como balas en el desierto en una prosa concisa, evocadora y preñada de poesía que tanto puede remitir al esencialismo de Raymond Carver como a las visiones ebrias de Rimbaud. ¿El mejor libro del firmante de “Luna Halcón” (1973)? Yo afirmaría que sí. ∎