Cómic

Sebas Martín

Que el fin del mundo nos encuentre bailandoLa Cúpula, 2023

Hay autores que parecen tener una necesidad compulsiva de contar historias, por encima de cualquier otra consideración; Sebas Martín (Barcelona, 1961) parece ser uno de ellos, a juzgar por la frecuencia con la que publica, siempre de la mano de La Cúpula, una novela gráfica tras otra. Con su última obra abandona, solo temporalmente, el ámbito de la autoficción que explora con su personaje Salvador –en “Demasiado guapo” (2016) o “Mi novio, un virus y la madre que me parió” (2021), entre otras– para explorar otro de los más visitados por el cómic español contemporáneo: el de la memoria histórica. Pero, si hablamos de la memoria de las personas LGTBIQ+, no resulta tan sencillo encontrar buenos ejemplos, de ahí el interés que puede despertar “Que el fin del mundo nos encuentre bailando”: la historia de Tomás, inspirada libremente en las vivencias de uno de los tíos de Sebas Martín; un joven que descubrirá su homosexualidad leyendo a Federico García Lorca y conociendo a Basilio, en los meses finales de la Segunda República.

Resulta complicado aunar en un solo libro una historia de amor, la mencionada memoria histórica, el retrato de época de Barcelona y el relato de los hechos políticos sin que parezca que al menos alguno de estos elementos sobra o ha sido encajado a martillazos. Sebas Martín, sin embargo, lo consigue de una forma que parece fácil porque tiene un sentido narrativo y una capacidad para mostrar con sencillez, sin énfasis innecesarios, que le permite imbricar los diferentes temas a través de conversaciones al paso o comentarios familiares. La experiencia es un grado, y Martín ha alcanzado ya una madurez como historietista que lo convierte en uno de los mejores narradores naturalistas del cómic español, con un oído para los diálogos notable y un dibujo eficaz, rico en expresiones, con una bien modulada caricatura personal que no evita deleitarse con las escenas de sexo. Todo ello marinado en un ritmo fluido, que prescinde acertadamente de separación en capítulos o cartuchos que sitúen temporalmente la acción, lo que tiene como resultado una lectura muy absorbente y rápida.

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A Sebas Martín se le ha emparentado con Nazario y se ha dicho de su producción, como de la del padre de Anarcoma, que es “cómic gay”. Es una etiqueta que se entiende en un contexto reivindicativo, pero que resulta curiosa si se tiene en cuenta que nunca hemos oído hablar de “cómic hetero”, y que dice mucho de cómo el público general sigue considerando, incluso con la mejor de las intenciones, que lo que se muestra en estas obras pertenece a una otredad minoritaria que no le interpela. Pero no es así, evidentemente: no solo porque lo narrado en este libro debería importar a todo el mundo, sino también porque, en el fondo, está contando algo universal. De hecho, el romance entre Tomás y Basilio es muy clásico: dos personas muy diferentes entre sí, aparentemente sin nada en común, que se enamoran y aprenden a vencer sus distintos miedos y los prejuicios de la sociedad para poder estar juntos.

La situación de las personas homosexuales durante la Segunda República, a pesar de que empeoraría muy pronto, distaba mucho de ser buena: la policía y la extrema derecha de Falange se cebaba con ellas. El entorno familiar y profesional podía mostrar su incomprensión, cuando no su abierta hostilidad hacia quien decidiera salir del armario. Tomás lo va descubriendo poco a poco, como descubre los placeres de la noche barcelonesa, en locales míticos como La Criolla, pero también el compromiso obrero, en un contexto de creciente polarización.

Hay un evidente paralelismo inverso en las páginas de “Que el fin del mundo nos encuentre bailando”: mientras Tomás madura y encuentra su lugar en el mundo y, quizá, la felicidad, la Segunda República se descompone y España cae en una Guerra Civil que, se apunta en el tramo final, exigirá un compromiso aún mayor por parte de los dos protagonistas. Que los lectores sepamos cómo acaba ese conflicto tiñe toda la historia de un tono agridulce que no opaca, sin embargo, los momentos de felicidad, la pureza de un primer amor y del descubrimiento de su propia orientación sexual que hace Tomás.

A Martín se le podría criticar que no suele sorprender en lo formal: ha encontrado su manera de hacer las cosas y rara vez la cambia. No hay mucho lugar para experimentos. Sin embargo, este libro demuestra que, cuando se pretende centrar la atención en los personajes y las situaciones costumbristas, a veces lo mejor es depurar las cosas hasta hacerlas casi invisibles. Hay más maestría de lo que parece en el trabajo de este veterano, que brilla sobre todo en la construcción psicológica de unos personajes que respiran de una forma veraz, con sus contradicciones y miedos, con sus triunfos y sus fracasos. ∎

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