Película

Sidonie en Japón

Élise Girard

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“Sidonie en Japón” (2023; se estrena hoy) –que precede a “Necesidades de una viajera” (2024), la última colaboración de Isabelle Huppert con el cineasta surcoreano Hong Sangsoo tras “La cámara de Claire” (2017), rodada en Cannes, y “En otro país” (2012), localizada en Corea del Sur– parece establecer de una vez por todas un nuevo tipo de subgénero cinematográfico: el de las películas que tienen como protagonista a la superestrella francesa –y actriz indomable– Isabelle Huppert visitando un país asiático y que la muestran viviendo algún tipo de choque cultural o idiomático. Huppert, como siempre, sale bien parada de todas ellas y es su interpretación justamente la que nos permite conectar filmes tan radicalmente distintos como “Sidonie en Japón”, una afectada e irregular reflexión sobre el duelo, y la inminente “Necesidades de una viajera”, un divertimento aparentemente ligero y juguetón en el que Hong Sangsoo, pero sobre todo Huppert, se lo pasan en grande.

Élise Girard no es Hong Sangsoo, pero tampoco es Sofia Coppola, por lo que no se puede esperar de “Sidonie en Japón”, pese a sus virtudes, una reflexión lúdica sobre la existencia, el amor y el deseo entendidos como sinfonía interminable de variaciones y repeticiones (“En otro país”), pero tampoco un melancólico y etéreo retrato de una mujer joven en tránsito, lejos de su país y de sí misma como el de “Lost In Translation” (Sofia Coppola, 2003). ¿Qué es, entonces, “Sidonie en Japón”? Un filme sobre el duelo, en primer lugar, y también una película de fantasmas. Y, en última instancia, una película sobria, pausada, sobre una escritora madura (Huppert) que, en un viaje promocional a Japón para presentar la reedición de su primera novela, hace las paces consigo misma y con un pasado traumático. 

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Sidonie Perceval, la solitaria escritora a la que interpreta Huppert, es acompañada en este viaje iniciático –un tour por Japón que lleva a la protagonista de Osaka a Kioto y de Naoshima a Tokio y que podría estar financiado por alguna agencia estatal de turismo– por su editor japonés, Kenzo Mizoguchi (la estrella japonesa Tsuyoshi Ihara), cuyo apellido provoca un chiste recurrente sobre si está relacionado o no con el “famoso cineasta”. Pese a no existir parentesco entre Kenji y Kenzo (el editor le explica a la escritora que Mizoguchi es un apellido corriente en Japón), la obra de este último, uno de los maestros del cine japonés, sirve como lejana inspiración a Girard tanto como la de otro de los grandes: Yasujiro Ozu. La directora intenta emular de forma un tanto epidérmica la austeridad de la puesta en escena de este último, así como privilegiar alguna de sus localizaciones predilectas: los templos de Kioto o los interiores geometrizados de las casas tradicionales japonesas. En cuanto a Mizoguchi, su influencia está presente en el uso sistemático de elaborados y amplios planos generales, así como en una narrativa que normaliza la convivencia de los vivos y los muertos y la presencia cotidiana de un fantasma, el de Antoine (August Diehl), el marido de Sidonie, en la vida de esta.

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Girard toma algunas decisiones arriesgadas que acaban siendo interesantes: las apariciones de Antoine, así como los numerosos viajes que Sidonie y Kenzo hacen en taxi (y que les permitirán, finalmente, intimar), están filmados utilizando un croma o pantalla verde que da al resultado final un cierto aire analógico y anacrónico, como si nos encontráramos frente a sobreimpresiones o retroproyecciones. Por otro lado, la cineasta intenta –aunque con resultados irregulares– compensar el peso dramático de la historia, su aliento fúnebre y su seriedad algo impostada con toques de comedia en los que resulta fundamental la interpretación de Huppert, que, en contadas ocasiones, recuerda al registro cómico y excéntrico que la actriz despliega, juguetonamente, en los filmes de Hong Sangsoo (“Necesidades de una viajera”, aún no estrenada en España, es, contra todo pronóstico, una comedia en la que es posible reírse a carcajadas gracias a la actuación desatada y sin complejos de Huppert). Pese a todo ello, a “Sidonie en Japón” le acaban viniendo demasiado grandes las referencias cinematográficas sobre las que se asienta –Mizoguchi y Ozu son estándares complicados con los que compararse– y su tono, entre apesadumbrado, cómico o directamente solemne, es tan dubitativo que no acaba nunca de concretarse. Aunque tal vez lo más grave es que Girard confunde la mirada extrañada y distante que muchos cineastas nómadas han lanzado sobre un país ajeno e inasible al que desean retratar –Wim Wenders en gran parte de su filmografía, pero también la ya mencionada Sofia Coppola– con una mirada turística. Esto da como resultado una película en ocasiones emocionante, a veces divertida, pero a la postre algo superficial, que es lo más parecido a cuando unos amigos tuyos pasan quince días en Japón e intentan explicarte a la vuelta y con una confianza a prueba de bombas cómo viven, aman, comen y sienten los japoneses. ∎

Made in Japan.
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