Tras casi una década como parte de Domino, ese prodigio del indie rock reciente llamado Alex G –durante un tiempo, con un “(Sandy)” delante porque había otro Alex G– se pasa al mundo de las multinacionales. Resulta curioso, cuando menos, que lo haga tan tarde: “Headlights” es el ya décimo álbum de este antiguo heredero de Elliott Smith convertido poco a poco en inasible entidad propia, mezclador intuitivo de estilos y sonidos en canciones de falsa pereza e intensas cualidades hipnóticas; un héroe de culto con potencial comercial desde, sobre todo, el brillante “House Of Sugar” (2019), con su indie rock marciano pero eficaz y sus astutas apropiaciones de patrones hip hop. De un perfil reciente en ‘Pitchfork’ se desprende que Giannascoli da el salto, sobre todo, por asegurarle un futuro estable a su hijo de 2 años, producto de su relación con la habitual colaboradora en violines –también aquí– Molly Germer.
No lo hace sin ciertas reticencias: “Headlights” debe ser el primer disco de Alex G, artista conocido por sus letras ambiguas y multidireccionales, con una especie de aura conceptual a nivel de letras. En la excelente “Real Thing”, o Red House Painters mirando hacia el R&B, hace referencia al dinero recibido de RCA, que al parecer fue bastante y debería ayudarlo “a llegar a finales de abril”; Alex se justifica –sin necesidad de ello– ante los ultraístas del DIY. Y también la soft rock “Beam Me Up” contiene referencias al incómodo equilibrio entre arte y negocios: “Hay cosas que hago por amor / Hay cosas que hago por dinero / No es que esté por encima él”, canta en inesperado tono ¿confesional?
A nivel de sonido, “Headlights” suena más o menos exactamente como se espera que suene un primer disco de major. Desde hace un par de discos Giannascoli se deja ayudar por un productor, Jacob Portrait, bajista de Unknown Mortal Orchestra; para el anterior, “God Save The Animals” (2022), se recorrió un buen puñado de estudios. Pero desde su arranque con las prístinas guitarras acústicas de “June Guitar”, este nuevo disco suena aún más pulido, mucho, mucho más pulido, casi como en un ejercicio autoconsciente e irónico. Como los R.E.M. de “Out Of Time” (1991) tras su más arisca época en IRS. Se supone que la mandolina de “Afterlife” está inspirada en “Maggie May”, de Rod Stewart, pero también podría ser una referencia a “Losing My Religion”.
Sea como sea, los amantes del Alex G más, digamos, raro pueden respirar tranquilos. Esta no es música que vaya a arrasar en Los 40 ni probablemente seducir al oído mainstream casual. Porque sus rarezas siguen ahí, solo que flotando en una producción más espaciosa. Hablo del motor acelerando al inicio de una “Louisiana”, esa extraña percusión aislada en “Spinning” –lo mejor del tema– o la escurridiza hibridación de shoegaze y hyperpop en “Bounce Boy”, seguida, en un travieso juego de contrastes, por las más rootsy “Oranges”, “Far And Wide” o un par de temas finales muy apoyados en el piano, “Is It Still You In There?” y el grabado en directo en el hotel titular “Logan Hotel (Live)”. Alex G se ha vendido, pero tampoco tanto. ∎