Del mismo modo en que la controvertida figura de Gabriel Aresti ejerció una influencia capital en los escritores de los setenta, la trayectoria de los fundadores del colectivo Pott (Joseba Sarrionandia, Bernardo Atxaga, Joxemari Iturralde, Jon Juaristi y Ruper Ordorika) ha sido determinante en la configuración de una canción de autor genuinamente vasca. Acaso como contrapunto a una realidad social estanca hasta el agobio, la obra de Xabier Montoia, Jabier Muguruza y el propio Ordorika está repleta de espacios abiertos, telúrico complemento a una concepción del folk que, sin huir del ascendente anglosajón, tiene en Mikel Laboa a un ideal en lo que al ayuntamiento de tradición y vanguardia se refiere. Como ya demostrara en su homónimo álbum de debut,
Anari Alberdi no reniega de su bagaje sino que lo enriquece, incorporando nuevas aproximaciones a viejos modos expresivos (Wild Oldham, Smog, Dominique A) y abordando, en lo literario, un asunto universal –el amor y sus catástrofes– que parecía resistirse al euskera.
Producido por Kaki Arkarazo y la propia Anari en compañía de quienes bien la conocen –Mikel “Bap!” Abrego (batería), Drake (bajo) y Xabi “Dut” Strubell (guitarra)–,
“Habiak” conquista la intimidad de la cámara. La gravedad de un chelo casi omnipresente, la dramática mordiente de los violines y la brisa enguatada de un hammond letal nos inducen a pensar en un disco de atmósferas. Sin embargo, y como ocurre con The Triffids, Tindersticks –una huella evidente en
“Bihotza galdu dut” y
“Aztia”– o The Black Heart Procession, quedan las canciones. Y aquí, a pesar de sus carencias vocales, la de Hernani asume riesgos, invocando a una PJ Harvey cada vez más cercana a la perfección en
“Zubiak” y caminando por el alambre de sus límites interpretativos en
“Ekilibristak”. Por otra parte, la Anari poeta tampoco deja lugar a muchas dudas. Aunque disponer de una buena traducción de las letras –todas salvo la del muy publicado Juan Luis Zabala (
“Amultsu dator iluna”) y mejores cuanto más sintéticas, como en
“Aztarnak” o
“Itsas-Erauntsiak”– facilita el análisis, tampoco hay que ser Harold Bloom para adivinarlas llenas de piedras y de musgo, de mar y de sal, de noche y de luna.
Si el inesperado y notable
“Anari” (1997) invitaba claramente a la esperanza, estos nidos (“habiak”) confirman la fecundidad de una artista inevitablemente abocada hacia la madurez que duerme
“abrazada a las alimañas muertas de los arcenes” y despierta con los sueños derretidos:
“Lo que ayer era un gran bloque de hielo es hoy solo agua entre los doloridos dedos”. Pues sí, la respuesta se llamaba segundo disco. ∎