En su tercer álbum como Anika, segundo para Sacred Bones, Annika Henderson lo ha tenido más claro que nunca. La cosa no pinta bien ahí fuera, nos aproximamos aceleradamente al episodio nº 8 de la tercera temporada de “Twin Peaks”, los resucitadores oscuros del mal invaden nuestros hogares, el cataclismo está a punto de estallar y el abismo que vislumbramos no es una atracción de campo temático sino algo factible: un horizonte en forma de hongo con peluca naranja. En “Out Of The Shadows”, el séptimo tema de “Abyss”, Anika exclama con su tono de contralto no tan parecido al de Nico, con quien a menudo se la compara, sino más bien al de nuestra activista favorita en Stereolab, Laetitia Sadier –todas ellas exhiben un inglés enfático de ominoso y extraño acento sin complejos–: “You told me I can never be me, I don’t want opinions, I don’t want your advice, I don’t want supervision, I don’t want to be nice, I want my own room”. El tema empieza tranquilo pero dispara rápidamente mil trallazos de electricidad, e-l-e-c-t-r-i-c-i-t-y, como exclamaba el contacto manco de Lynch. Henderson recoge el hartazgo punk de John Cooper Clarke en su clásico “I Don’t Wanna Be Nice” o de las chicas de X-Ray Spex en “Oh Bondage, Up Yours!”, donde dice haberse inspirado, para transmitir su malestar por el poder desactivador que los medios ejercen en las conciencias. El single digital “Hearsay”, reseñado aquí, también habla sin filtros de eso mismo.
La anglo-germana ha mostrado inquietudes no solo políticas –como periodista del ramo que ha sido, aunque esto nunca se deja de ser–, sino también estéticas a lo largo de una carrera que la ha llevado a colaborar con Shackleton en el inquietante “Behind The Glass” (2017). A diferencia del más contemplativo “Change” (2021), con “Abyss” Anika ha querido hacer un disco básico, sin florituras ni distracciones, tan crudo y breve que no alcanza los cuarenta minutos. El post-punk virginal con metafórica batería militar y guitarra hiriente, entre Joy Division y The Pop Group, de “One Way Ticket” es su advertencia contra el derechismo emergente. En “Walk Away” se muestra más melódica pero con la bilis intacta y los estándares de perfección occidentales en el punto de mira: “La verdad es que no me gusto, la verdad es que no me gusta nadie, la verdad es que prefiero que te vayas al infierno”. Las complementarias “Into The Fire” y “Oxygen” suenan, respectivamente, a Young Marble Giants con el aserradero de fondo y a una PJ Harvey recargando el subfusil. Pero la tormenta de tormento, catártica y terapéutica, que Anika plantea en “Abyss” no ofrece panaceas, solo expresa un lamento exteriorizado a través de esta música rock que necesita, y lo consigue, escapar del exhibicionismo simplista que siempre rebaja la carga de autenticidad.
En el internacionalista “Abyss” han intervenido alemanas –Janu Krohm es la autora del diseño gráfico y sugerente portada del disco–, argentinos –el bajista Tomás Nochteff–, italianos –el batería Andrea Belfi–, suecos afincados en México –Martin Thulin, partenaire habitual de Anika en Exploded View, su antiguo proyecto con dos álbumes publicados en Sacred Bones, productor y coautor de todos los temas junto a Henderson– y Lawrence Goodwin –de los temibles The Pleasure Magenta–. Un álbum que no finaliza con “Last Song” –algo de humor dadas las circunstancias, aunque sea teutón, nunca viene mal–, sino con la enrarecida psicodelia pastoril de “Buttercups”, o “ranúnculo”, una planta venenosa que simboliza la pasión. El rock no cambiará el mundo pero lo hace más habitable con su lenguaje rebelde casi siempre con causa –¿o es que desde los años cincuenta ha habido algún momento pacífico excepto un par de efímeros veranos del amor?–. Anika adopta esta nueva encarnación más urgente, cubista y carnal, entre Jefferson Airplane, Wire y el grunge de Courtney Love, para exorcizar las frustraciones de esta vida ultramoderna invadida de semiótica, como ella misma dice, con su mejor álbum en solitario, grabado en directo, sin apenas overdubs, en los Hansa Studios de Berlín, y un viejo lema bajo el brazo: la mejor defensa es siempre un buen ataque, aunque las armas tácticas sean apenas unas guitarras, su voz y un acre ramillete de flores. ∎