Es toda una sorpresa encontrarse con la publicación de un nuevo LP de los de Baltimore apenas un año y medio después del anterior. Últimamente Animal Collective se tomaban su tiempo. El misterio lo resuelven en la nota de prensa: estas canciones se compusieron al mismo tiempo que las de “Time Skiffs” (2022), antes de la pandemia, que afectó de lleno a su grabación y así cada miembro tuvo que realizar sus partes por separado. Para esta nueva entrega decidieron hacer todo lo contrario, juntarse en un estudio y hacerlo como banda. Con batería e instrumentos reales, reduciendo el uso de samplers y demás ropajes electrónicos y dejándose ir. Además, para reforzar la calidez y organicidad del sonido incorporaron al productor Russell Elevado, que había trabajado con D’Angelo, The Roots o Kamasi Washington; casi nada en términos de groove...
Del citado disco anterior se mantiene un tono menos eufórico y sobrecargado que el de pretéritas entregas; pero ahora introduciendo más espacio y hasta cierto sabor clásico tratándose de quien se trata, porque la ductilidad y fluidez siguen ahí. Al igual que sus amados The Beach Boys en la época post-“SMiLE”, abrazan la cercanía y la sencillez tras años de locura creativa y experimentación en el estudio. Quizá al no encontrarse en el centro del hype y la expectación como tras el éxito de “Merriweather Post Pavillion” (2009), sin la urgencia de epatar, han decidido concentrarse en capturar el duende. “Soul Capturer”, precisamente, es la que abre fuego; la guitarra acústica y ese ritmo sixties con una melodía central clara trae a la mente las canciones que Panda Bear publicó el año pasado con Sonic Boom en “Reset” (2022), basado en sonidos pop de los sesenta. A la psicodelia pastoral de finales de dicha década, que tan bien trajeron de vuelta los geniales Broadcast, remite “Genies Open”.
Son los de siempre en “Broken Zodiac”, pero recién levantados, sin la cara lavada antes del primer café. No llega a los tres minutos. Un paseo corto antes de las dos etapas reinas: “Magicians From Baltimore”, de más de nueve minutos, y “Defeat”, de veintidós. La primera con un ambiente onírico y misterioso que, empezando en un silencio nocturno, va en crescendo hasta romper y terminar celebratoria con un animado piano cabaretero. La segunda exige cierta paciencia, empezando como una arrastrada letanía góspel que rompe la batería pasados los nueve minutos, para dar entrada a un animado estribillo que irá desvaneciéndose poco a poco hasta volver a una calma acuosa.
En “Gem & I” consiguen una bonita pieza pop de inspiración jamaicana, pero es la siguiente, “Stride Rite”, la que sorprende por su clasicismo, toda una balada de piano interpretada por Deakin, siempre por detrás de Avey Tare y Panda Bear en tareas vocales, pero que aquí se destapa como un crooner sensible, asistido por sus colegas a los coros para tratar de atraer la canción a la casa colectiva.
Quizá le sepa a poco a los que siempre esperen de ellos esa constante traca final de fuegos artificiales; la noche siguiente el cielo parece vacío y requiere cierta capacidad contemplativa. En ese trance, la despedida con “Kings Walk” casi a capela, con esos entrelazados de voces de monjes psicodélicos rodeadas de silencio, nos da el “podéis ir en paz”. Y en paz nos quedamos. ∎