Como decía el discípulo de Freud, Wilhelm Reich, “los hijos no están en el mundo para sus padres, sino para la vida”. Baxter Dury, hijo del gran Ian Dury, líder de The Blockheads, ya no es aquel niño que aparecía junto a su padre en la icónica portada del disco debut de este, “New Boots And Panties!!” de 1977, ni tampoco es el artista melancólico que conocimos hace 23 años con “Len Parrot’s Memorial Lift” (2002).
Baxter Dury ha llegado a esa madurez en la que ya no necesita comparaciones con su progenitor ni aparentar más de lo que es. A sus 53 años, con su noveno álbum de estudio, “Allbarone”, nos sorprende con una explosión magistral de creatividad, gamberrismo y sarcasmo. Moda, arte, sonido, atmósfera, imagen… Parece que lo tiene todo, aunque, desde mi punto de vista, le falta un poco de esa espontaneidad que caracteriza a Charli XCX o a The Dare. Tal vez sea su madurez o esa impronta británica lo que le da ese aire de elegancia.
El resultado es una obra tan personal como social, donde Baxter se convierte en un crítico mordaz del capitalismo emocional. Estamos ante un Baxter más maduro, juguetón, irreverente y audaz: un auténtico maestro del descaro que se ríe de la cultura nocturna mientras consigue que sigamos bailando.
Para su nuevo trabajo, Dury ha colaborado con Paul Epworth como productor, conocido por su trabajo con artistas de la talla de Coldplay, Florence + The Machine, Primal Scream, Adele o Foster The People, entre otros, y reconocido con el Globo de Oro, un Óscar y unos cuantos premios Grammy. Epworth en su Instagram proclama sobre “Allbarone”: “Me lo he pasado genial creando este maravilloso disco con el tesoro nacional Baxter Dury. Escrito y grabado en unas cuatro semanas, incluyendo una digresión en la que regrabamos originales del acid house como banda en directo, no hubo ni un momento para pensar, pero todo encajó como debía. Enhorabuena a Baxter por no haber sido cancelado en su noveno álbum”.
La colaboración surgió de manera casual en el backstage de Glastonbury 2024. Lo que empezó como una conversación terminó convirtiéndose en un trabajo diario e intenso: tres horas cada día en los Church Studios de Londres. Allí, Epworth se encargaba de dar forma a la música, mientras Dury escribía sobre esas composiciones y las grababa casi de inmediato, en una dinámica rápida y espontánea. En ese proceso, Dury le confesó al productor que quería hacer un disco con un aire pop, inspirado en el estilo de “brat” (2024) de Charli XCX. Epworth, acostumbrado a modelar voces potentes y grandilocuentes como la de Adele en “Skyfall”, aquí se adapta a la particularidad de Dury, mezclando su voz arrastrada con texturas electrónicas que recuerdan al electroclash y al pop futurista de club de los años dos mil.
“Allbarone”, que Baxter Dury pronuncia como si fuera un helado italiano, no es ni más ni menos que la cadena de bares sofisticada e impersonal que está repartida por todo el Reino Unido, y que parece haber salido de una estrategia publicitaria de Instagram. All Bar One funciona como imagen central del disco: espacios diseñados para socializar que, en realidad, multiplican el aislamiento. El single describe un hombre mojado por la lluvia que espera un mensaje que jamás le llega, entre el ruido de copas y luces frías. La escena condensa a toda una generación atrapada entre el ghosting, la industria de la atención y la promesa incumplida de conexión humana. Lo que parece una simple anécdota se transforma en un retrato universal de la soledad urbana.
El álbum se extiende a través de nueve canciones que, aunque distintas en referencias, mantienen una unidad gracias a la producción de Epworth. “Schadenfreude” es una invectiva oscura sobre el placer de ver caer al otro; “Kubla Khan” retuerce el famoso poema que Samuel Taylor Coleridge escribió en 1797 y lo convierte en una postal capitalista, y “Alpha Dog”, con un bajo marcado y voces que contrastan, nos hace pensar en Daft Punk. En ella caricaturiza la masculinidad como un personaje ridículo atrapado en su propia pose.
“The Other Me” es un arrepentimiento y una confesión a la vez, como esa noche que sales sin ser tú mismo y al día siguiente te cuesta mirarte al espejo; el ritmo del bajo marca el andar teatral por las calles. “Mr W4”, por su parte, cierra el disco con un retrato burlesco de Londres, que vuelve grises a sus habitantes con hábitos acelerados. Y en “Mockingjay” es donde aparece el Dury más reconocible, con su voz arrastrada en clave de spoken word, desgranando ironía entre sintetizadores y beats que refuerzan la mezcla de sátira y desolación que atraviesa todo el álbum.
En este álbum se percibe la melancolía erótica de Jarvis Cocker, con quien ya colaboró en 2017 en la remezcla de “Miami” de “Prince Of Tears”, y ese sarcasmo constante que los dos comparten. La colaboración con JGrrey añade un brillo especial. Su voz aporta un contraste melódico, suavizando la aspereza de la de Dury y encontrando un pop más introspectivo. En canciones como “Return Of The Sharp Heads” y “Mockingjay”, su presencia da luz a la voz arrastrada e irónica de Baxter. Ese contraste potencia el mensaje.
“Allbarone” es y será uno de los discos británicos del año. No solo por su solidez musical, sino porque refleja con detalle la paradoja de vivir en un mundo diseñado para conectar y, aun así, atravesado por la desconexión. Un álbum que se mueve entre el humor y la desesperación, entre la pista de baile y la barra de un bar vacío, entre la burla política y la confesión íntima.
Y ahí está la magia de Baxter Dury: consigue que te rías de lo que duele y que bailes con lo que incomoda. Puede que no tenga la espontaneidad de Charli XCX, pero su descaro elegante, su ironía feroz y la complicidad vocal de JGrrey hacen de “Allbarone” un disco que, más que escucharse, se vive. ∎