Estoy seguro de que el Record Store Day habría fascinado al filósofo alemán Walter Benjamin. Dudo si vería en él la excepción o, por el contrario, un encaje perfecto a sus teorías sobre la reproductibilidad técnica y la democratización del arte en la sociedad de consumo. Desde luego, la vuelta del flâneur parece garantizada con el récord de precios que alcanzan sus aristocráticos vinilos. Por otro lado, el nuevo disco de Brian Eno, publicado en tan señalado día, puede escucharse ya en las plataformas de streaming, por lo que el aura mágica de esta obra de arte no ha tardado mucho en desvanecerse. Se trata de la versión instrumental del oscuro “FOREVERANDEVERNOMORE” (2022), un trabajo místico sobre la belleza invisible de lo microscópico y la caducidad de lo macroscópico o, por así decirlo, acerca de la desconsolada persistencia de lo finito en materiales –polvo, etc– con los que nuestra obsolescente individualidad no se identifica.
“FOREVERANDEVERNOMORE” podía escucharse, si acaso, en plan flâneur despreocupado, sin atender demasiado a las ominosas palabras de Eno –al fin y al cabo, canta en inglés–, pero el inventor del ambient tal y como lo conocemos ha querido regalarnos esta nueva visión de su mejor disco en muchos años. En él persisten las voces humanas, si bien desprovistas de una semanticidad clara –salvo una pequeña excepción– y con un efecto contradictorio para quienes ya escuchamos los cortes originales al estar “contaminados” con su significado literal. Pero hay más cambios. Junto a la portada del álbum, también varía el título de unas piezas que ya no requieren de tanta prescripción extramusical.
Así, “Who Gives A Thought” pierde sujeto y verbo y se transforma en “A Thought”, pensamiento libre de intención, si es que esto fuese posible. De forma similar, “We Let It In” cambia a “Let It In”. Es la única pieza que conserva una palabra comprensible, “sun”, además de los suspiros agónicos de Eno quizás haciendo de Claudio Simonetti. “Icarus Or Blériot” sufre la conversión inversa y pasa a “Who Are We”. Respuesta: ese colectivo egoísta condenado a desaparecer. “Garden Of Stars” es ahora una solitaria “Crystal Light” y la espacial “Inclusion” conserva enteramente su forma originaria puesto que es el único corte instrumental de “FOREVERANDEVERNOMORE” junto a su poética conclusión, la indescifrable “Making Gardens Out of Silence”, aquí reducida a la oscuridad sideral de “Silence”. En realidad, todo el disco recuerda mucho a “Apollo. Atmospheres & Soundtracks” (1983), aunque su faro no sea esta vez tan romántico como la luna.
No todo en “Forever Voiceless” debe reducirse a sesudas cuestiones metafísicas –confrontación entre las cosas del ser y del no ser, de lo concreto y de lo abstracto, anecdótico y sustancial, profano y sagrado–, medioambientales –¿nos encontramos en pleno Antropoceno?– o estéticas –el poder evocador de la música y la oposición entre la llamada oralidad o “logocentrismo etnocéntrico”, la música con letras, frente a la universalidad de lo inefable, la instrumental–. Obviamente, esta última favorece más el pensamiento libre y nos hace creer en el sentido del humor de Eno. Así, “Sherry” acaba siendo “Chéri” –¡a quién no le gusta un buen jerez!–. “I’m Hardly Me” se simplifica en “Hardly Me”, viniendo a decir lo mismo pero sin Auto-Tune. Similar efecto logra “These Small Noises”, que recuerda a Vangelis, con su discreta gemela “Small Noise”. Donde no hay diferencia es en la duración de las piezas, exactamente igual en ambas versiones del disco. Pero lo importante no es que Brian Eno haya pretendido vendernos dos veces casi lo mismo, sino que siga siendo capaz de hacernos sentir y pensar a la vez. Intensamente. ∎