De Gasca a Carlos Gasca, este es el camino que nos propone tan delicado estilista pop para su tercer LP en veinte años, cada uno publicado en su respectiva década, y que ahora alcanza el summum de sus poderes por medio de la decena de canciones más sobresalientes que ha compuesto hasta el día de hoy.
Con la mesura lírica como patrón de sus acciones, Carlos resplandece como uno de los primos lejanos más inspirados dentro de la cadena interminable de herederos surgidos del único LP de Family. Resulta imposible pensar algo distinto con cortes tan representativos de esta tendencia como “Cuando vengas”.
En otro extremo de referencias, se hacen fuertes los modismos tan personales de Carlos Berlanga a la hora de fraguar melodías perfectas desde la ecuación lírico-instrumental ultrapop desafectada. Esto mismo es lo que sucede en muestras tan inspiradas como “Esto sí”, que eleva a Carlos Gasca al cajón supremo de herederos naturales del genio valenciano (con Charlie Mysterio aún en lo más alto del pódium).
Desde estos dos cauces referenciales, Carlos ha tejido un mural exquisito y altamente reconfortante, donde se aprecia el aroma inconfundible a estetas del detallismo pop como Lee Hazlewood o Serge Gainsbourg.
Los filtros utilizados para destilar la inspiración nacen de una composición natural de postales anímicas tremendamente personales. Las canciones finalmente resultantes de dicho proceso, en el que han intervenido en la producción Javier Carrasco (Betacam) y David Rodríguez (La Estrella de David), conforman esta radiografía de un Carlos Gasca que, para la ocasión, se ha decidido a conformar lo que se podría entender como una declaración de los principios autorales de la condición pop, aquí sublimados por medio de actos de magia pura como la bucólica luminosidad reflejada en “La noche de San Juan”. Precisamente, este es uno de los pilares sobre los que se sustenta el abecedario musical articulado en torno a otras muestras sobresalientes de cómo hacer de la caligrafía neutra el cauce más desbordante de la emoción empática. Esta misma florece en toda su inmensidad por medio de juguetes de tapizado minucioso, siempre reducido a la expresión más delicada, como en “No perder un segundo”, donde sintetiza el sentir general de un disco que predica la devoción por mezclar los sueños de verano e invierno, los traduce en una fila india de pequeñas excursiones hacia las bondades de vivir en soledad con tus recuerdos y les otorga nueva vida a través de la subjetividad positiva de la recreación pop emocional.
De esta pauta de acción están borrachas las canciones aunadas para conformar lo que, desde el mismo día de su publicación, se ha convertido en uno de los estriptis emocionales más hermosos que nos ha brindado el pop nacional en estos últimos años. Ahora, solo nos queda esperar que su próxima manifestación discográfica se cumpla antes de que los años vuelvan a ejercer su función de olvido en el trastero de nuestros discos-amigos, tan señalados para formar parte de los recuerdos concretos de un momento de nuestra vida en el que nos agarramos a salvavidas como el aquí presente. ∎