Que Claustrofobia es uno de los grupos más infravalorados de la historia del pop nacional es algo tan injusto como memorable es el material discográfico que hoy nos ocupa, nada menos que obras rompedoras como “El silencio” (1986) y “Repulsión” (1987). A estas hay que añadir “Arrebato” (1984), su estruendosa aparición desde el trastero de la movida pop en los años ochenta.
Felizmente reeditadas por Satélite K a propósito del Record Store Day, en una edición de 300 copias en vinilo, ahora solo nos faltarían los siguientes trabajos discográficos de la formación comandada por Pedro Burruezo, que en 1991 también formó parte del único LP de El Ejército de Salvación, a recuperar totalmente.
Pero vamos a los que nos toca, que no es poco. Y es que hacía mucho tiempo que se venía demandando una reedición a la altura de los tres primeros renglones torcidos discográficos publicados esta banda barcelonesa. Y es que no hay más que recordar cómo dentro de su microuniverso podían convivir El Lebrijano, Golpes Bajos, Gato Pérez, Los Chichos, la música africana, Sisa, New Order, Vainica Doble e incluso Robert Wyatt. Este último aparece en “Repulsión”, su segundo LP, escogido en 1987 como mejor disco del año en Rockdelux.
La aparición del elfo de Bristol se hace realidad en “Tu traición”, uno de los tantos puzles rotos que conforman el contrastado alud de fusiones que rigen los latidos de tesoros ocultos, como la emocionante pulsión rumbera de “¡Algo en el amor tiene un sabor tan amargo!”, sin duda alguna uno de los picos más emotivos que nos ha brindado el pop mestizo español de los años ochenta.
Todo en “Repulsión” suena pasional, desbordante y felizmente anárquico. Sus recetas estilísticas provienen de la confluencia mágica de dos universos enfrentados en aquellos años. Por un lado, las sectas siniestras, pop o post-punk. Por el otro, el flamenco, los cantautores, las rancheras, la música latina, el jazz, las músicas de raíz, la clásica.
Claustrofobia fueron los primeros que en España fundieron ambos mundos y salieron engrandecidos en su ambición outsider. El resultado de tal cantidad de maridajes estilísticos dio lugar a momentos tan improbables como “Carlove” o “Mis noches con Sherezade”, en los que aplicaron la tecnología con intuición arrabalera.
Antes de llegar a este monolito de sabiduría a contracorriente, vino “El silencio”, donde ya se intuía lo que podía pasar más adelante. En el mismo, suenan himnos al exilio pop como “La princesita feliz” y “El final de la era industrial”, en los que arrecia el tremor emocional de New Order dentro de un disco donde la Barcelona rumbera, el ritmo malí y el Mánchester de Factory Records encuentran un lenguaje común.
Dos años antes de “El silencio”, Claustrofobia daban su primer paso discográfico con “Arrebato”. En la portada de este mini-LP, los tres miembros del grupo parecen salidos de un concurso de imitadores de Décima Víctima. Nada más lejos de la realidad. En las siete canciones aquí reunidas (tres de ellas en directo) ya se discierne la pulsión bicéfala de un sonido que era capaz de jugar con una versión sci-fi del bolero, romper las reglas del tango e introducir los rasgos del pop andalusí en la caligrafía post-punk. Esta última vía de introspección surge en “Amor sensible”, verdadera canción semilla de todo lo que vino después y que también nos regaló grietas en el tiempo como “Un chien andaluz” (1989) y “Encadenados” (1992), a la postre, el último golpe de genio de un grupo que en su edad dorada, aquí reeditada, asentó los raíles de un sonido tan personal como tremendamente influyente en generaciones posteriores. ∎