A una década vista de su debut, la heterodoxa factoría de Crudo Pimento sigue funcionando a pleno rendimiento. Ajena a modas y tendencias de temporada. Haciendo virtud de la economía de medios. Retorciendo la tradición tras zarandearla bien a gusto para dejarla casi completamente desfigurada. Escarbando en su hedionda poética de frenopático. Luciendo su condición de perspicaces luthiers del desguace. Ciscándose en la dictadura del algoritmo y en los music curators de las playlists semanales. Lo suyo sigue siendo fruto de una era analógica, pero no por ello pierde vigencia. La túrmix de Raúl Frutos e Inma Gómez sigue triturando todo lo que se le ponga a tiro, y en su quinto álbum redoblan (si cabe) la apuesta ya desde el mismo título, con referencias cruzadas a la Biblia y al barrio murciano desde el que operan. Y por mucho que uno se estruje el cerebro, no alcanza a localizar parangón en nuestra escena a su quijotesca cruzada, abonada ya de por sí al desdén mayoritario y al aprecio firme de una distinguida minoría. Es lo que hay. Es lo que son. La apuesta por el margen.
Los ingredientes, en realidad, no varían tanto respecto a álbumes anteriores. Quizá sí un sesgo general que, ellos mismos avisaban, es algo más apocalíptico. Lógico, con la que nos ha caído en los últimos tres años. Pero su balance entre lo arcano y lo novedoso, así como lo esquizofrénico de su brújula, siempre cambiando de orientación hacia un punto cardinal distinto en cuestión de segundos, es similar. En “Hira Tensu Terruá” emerge un cante jondo bastardo. “Paladista parrandero” parece querer fundir a Led Zeppelin con el folclore, en una misa negra bendecida por Tom Waits y su lírica de vertedero. La electrónica de cloaca brota en fusión con una melodía arábiga y guitarras eléctricamente rasposas en “Ojo de gallina”. El clásico ritmo sinuoso del mejor hip hop instrumental colide con algo que se parece bastante (si es que no lo es) a unas gaitas en “Garra y padre”. “Trono” hermana a ZZ Top con Morente mientras que “El Carmen” deriva en un desarrollo de jazz exótico que a mí me recuerda al siempre reivindicable Benevento/Russo Duo.
Tan solo “Cantar de locos” se asemeja a una canción convencional, con su cara y sus ojos, oculta entre la herrumbre de fandangos campesinos (“Verdiales carmelitanos”), folk polvoriento (“Hueso ardiendo”), rock jondo (“Cadáver divertido”) y hard rock (¿o es directamente heavy metal?) agitado por una percusión que parece salida de unos pasos de Semana Santa (“Tomorrow Is A Monster”). De nuevo indomables. ∎