Álbum

David Longstreth / Dirty Projectors / s t a r g a z e

Song Of The EarthTrangressive, 2025

De todas las diferencias entre la música popular y la música académica, la que más me ha llamado la atención siempre es la presencia o ausencia de un programa. El programa, básicamente, complementa de forma crucial un concierto por una razón fundamental: lo dota de un sobrediscurso intelectual, le da a lo interpretado una dimensión más amplia que opera en la cabeza del oyente, y en cierto modo, sí, lo manipula para que no sean sus instintos, sus impulsos, quienes guíen la escucha, sino la cabeza, forzada a anclarse en su faceta más analítica. Es un poco captatio benevolentiae, pero también pacto narrativo y suspensión de la incredulidad.

El último disco de David Longstreth en colaboración con –y no al frente de– Dirty Projectors, para que nos entendamos, viene con programa: es un ciclo de canciones que a priori surge de un encargo de la orquesta mixta de cámara de Berlín s t a r g a z e, dirigida por André de Ridder, y que parte conceptualmente de las visiones de apocalipsis climático que Longstreth lleva temiendo desde los incendios de Los Ángeles –que lo condujeron a huir junto a su mujer en un avión vacío en plena pandemia hacia el refugio de la naturaleza en Alaska– y de la lectura obsesiva de “El planeta inhóspito” (2019) de David Wallace-Wells. Musicalmente, surge como una respuesta contemporánea al ciclo musical “Das Lied von der Erde (La canción de la Tierra)” de Mahler, con sus seis secciones y una voz femenina, la de Felicia Douglass de Dirty Projectors, y la masculina del propio Longstreth alternándose el protagonismo, y toma inspiración de los ciclos de Shostakovich, de las sinfonías de Prokófiev, de la música de Pierre Boulez y del relato colectivo compuesto por su maestro, Olivier Messiaen, en “Quatuor pour la fin du temps (Cuarteto para el fin del mundo)”.

Cuando Longstreth y André de Ridder se conocieron en el marco del festival de Sídney hace ya una década, se dieron cuenta de que de algún modo sus universos tenían muchos puntos en común: Dirty Projectors ya habían trabajado con grupos instrumentales como yMusic, un sexteto neoyorquino de clásica-contemporánea, y su EP a medias con Björk, “Mount Wittenberg Orca” (2010), estaba concebido como un ciclo de canciones pensado para interpretarse en directo. s t a r g a z e, desde su fundación en 2013, han revisado los cancioneros de Brian Wilson –una conexión que se hace patente en “Song Of The Earth”–, Deerhoof o Fugazi, y han colaborado con artistas como Poliça, Aaron Dessner, Richard Reed Parry o Black Country, New Road para llevar sus repertorios al contexto camerístico. Así que “Song Of The Earth” tenía que aterrizar en la intersección de ambos mundos y no tanto caer en uno de esos crossovers entre la cultura pop y lo sinfónico: el resultado, que recuerda en mucho al trabajo que hace Björk con sus directos desde “Utopia” (2017) –con abundancia de cuerdas y flautas– pero sin sus dinámicas contrastantes y su marco electrónico, y que conecta también pero sin entidad emocional con algunas colaboraciones de ANOHNI con The Johnsons a principios del milenio, lo logra, pero también se va enfriando significativamente por el camino.

Gran parte de esto seguramente se deba a su propia naturaleza: porque aunque “Song Of The Earth” esté estructurado en canciones y no tanto en suites o en movimientos, quedando más cerca en ese sentido de la música popular, realmente funciona como un concierto y está pensado para interpretarse y disfrutarse en directo como una escucha unitaria. Y en casa, lógicamente, pierde. Por momentos incluso aburre, y no ayudan los demasiados puntos en los que Longstreth se pone explícito de más para alentar nuestra responsabilidad para con el medio ambiente y el planeta: él mismo ha comentado lo complejo que es hablar sin caer en lo naíf de temas tan colectivos –“El cambio climático nos incumbe a todos, no es un viaje del héroe, y por eso es mucho más difícil de narrativizar”–, y está claro que aquí no lo ha conseguido del todo. La alternancia constante de voces contribuye a esa idea, como lo hace esa basculación entre una belleza que se impone por la fuerza misma de la naturaleza y detalles inquietantes y turbadores: igual que hay temas más expansivos y pensados claramente para un auditorio –sobre todo “Gimme Bread”, horrible líricamente pero interesante en su viraje progresivo y mahleriano, o la más experimental “Opposable Thumb”–, hay destellos de una fantasía pastoral más minimalista y casi psicodélica –a veces, por qué no, medieval: “Paper Birches, Whole Scroll”– que es donde el trabajo mejor descansa, especialmente cuando la obra se repliega en su final en torno a una especie de vuelta a casa y sobre todo cuando son las voces femeninas las que cantan: el tridente formado por “Rave Ascends”, “Blue Of Dreaming” y “Raised Brow” es lo mejor de la obra, pero llega, a todas luces, demasiado tarde. 

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