Cuando Young God publica a finales de 2002 “Oh Me Oh My…” (título completo:
“Oh Me Oh My... The Way The Day Goes By The Sun Is Setting Dogs Are Dreaming Lovesongs Of The Christmas Spirit”), el deslumbramiento es total. El disco, veintidós canciones digitalizadas sin retoques ni embellecimientos, tal y como estaban en las cintas originales, destapa el fascinante mundo de un compositor, guitarrista e intérprete flotando en la placenta de un universo sin asideros especialmente conocidos. Es folk, puede, pero alentado por imágenes surrealistas de difícil o imposible descodificación. Impenetrables pero fascinantes, especialmente por el vehículo que utilizan para respirar: una voz siempre al límite de la ruptura, dulce, irónica, maleada por el (improbable) paso del tiempo, y un rasgueo de las seis cuerdas que parece sampleado de prehistóricos vinilos de blues del Delta. Canciones escapadas del subconsciente alunizando en la sala de estar de la emoción, ecos remotos en clave contemporánea con las deudas exactas, sin amarras referenciales que lo anclen en ninguna franja concreta. Su amor por Fred Neil, Mississippi John Hurt o Vashti Bunyan (recomendación uno: busquen sin excusas “Just Another Diamond Day”, 1970, una de las joyas semiocultas del folk británico de todos los tiempos) queda patente, pero la inclasificable personalidad de Banhart hace inútil cualquier otro tipo de comparación.
En la primavera de 2003 aparece
“The Black Babies (UK)” –el título es un homenaje al nombre de su primera banda de los años californianos–, un EP que recupera dos temas del disco anterior y rescata seis de su archivo de cintas. Un aperitivo para saciar el hambre de nuevas canciones, canciones que ahora llegan en
“Rejoicing In The Hands” después de un proceso que ha intentado mantener la pureza del disco de debut. Encerrado en un estudio de Alabama, solo con su guitarra, Devendra fijó, en poco más de una semana, treinta y dos composiciones de las cincuenta y siete que llevaba en cartera. Aquí ofrece la mitad de ellas, las otras dieciséis aparecerán en septiembre bajo el nombre de “Niño rojo”. A las cintas con su voz y guitarra se le añadieron posteriormente pequeños arreglos de percusión, piano, bajo, violín, chelo y guitarra eléctrica. Pinceladas que no desvirtúan la desnudez primigenia pero que realzan la positiva evolución de su escritura –ahora las canciones están mejor acabadas, siempre dentro de su irrenunciable artesanía “sucia”– y su madurez vocal (ya no hay ni rastro de cierto histrionismo, innecesario, que hacía acto de presencia en el primer álbum).
Suena
“This Is The Way” y parece que asistamos a la exhumación de alguna gema enterrada en el fango del Misisipi. Y la risa de Robert Johnson inunda el cruce de caminos entre el pasado vivo y el presente que palpita y se nutre de él (el delicioso tema titular, dueto entre Banhart y Bunyan: sueño cumplido). Charley Patton, Elizabeth Cotten (recomendación dos: consigan “Freight Train And Other North Carolina Folk Songs And Tunes”, 1958, uno de esos discos de folk-blues que crean, mantienen, afición), John Fahey, Syd Barrett, Davy Graham o la corte de ilustres olvidados de Harry Smith también tienen mesa reservada en este banquete. O cuando lo arcaico no es sinónimo de
revival ni sequía, todo lo contrario. La prueba definitiva, en el inminente Primavera Sound. ∎