Quienes hayan seguido los pasos de Emilia, Pardo y Bazán desde el principio no se van a llevar demasiadas sorpresas con este primer álbum, ya que la mayoría de los sencillos y avances que el grupo ha ido publicando durante el último bienio están recogidos en él. Los que empiecen a prestarles atención desde ahora tienen más papeletas para el asombro, porque los de Talavera de la Reina han conseguido armar un primer repertorio pleno de canciones memorables que destacan por su mordacidad lírica, su agudeza y su solvencia melódica. Casi todas tienen atributos de himno subterráneo y deberían instalarse en el subconsciente de un público más amplio, que puede verse reflejado en este estruendoso breviario de calamidades sentimentales y costumbrismo atroz.
Muchas de estas composiciones están sobrevoladas por feroces enjambres de distorsión que inflaman una mezcla saturada y angulosa de por sí. Es lo que piden canciones que entroncan por vía directa con el libro de estilo de Los Planetas y, también, con el de Los Punsetes. Y es el caso de “La Inmaculada Concepción”, en la que describen el final de una relación que antaño fue dogma de fe insertando viñetas que basculan entre lo trágico y lo cómico. En “No logo” utilizan un arsenal sónico similar para proyectar malestares particulares con scope generacional. Y en “Madriz Central” –tal vez su mejor partitura hasta la fecha– ensayan sobre cegueras sentimentales a través de la sempiterna idiocia de nuestros peores políticos.
“El mal de la juventud” dura media hora escasa, pero su dinámico recorrido esconde hechuras de canción ligera bajo un manto de ruido –el estribillo de “Ana y Oto”– o nos recuerda a los Pixies a la altura de “El paso honroso”: bajos penetrantes, guitarras filosas, el unísono vocal de Paula García y Sergio Sanguino. El eco de Nacho Vegas resuena en la tesitura de Sanguino cuando interpreta la inquietante “Ladrones de cuerpos”. Y se agradece el tono exótico con que aligeran el dolor de “La herida”. Más nubes que claros, en cualquier caso, para un pronóstico poco alentador que nos previene de tormentas en absoluto imaginarias –“12 de octubre” y los verdaderos campeones de la Transición–, pero también nos hace reír con ganas en “Ciudad de vacaciones”. ∎