Álbum

Erika de Casier

LifetimeIndependent Jeep Music, 2025

Erika de Casier va a su aire. Y aunque una parte alternativa de la industria se haya esforzado activamente por hacer que su carrera “funcione” en los estándares pop –sus dos últimos álbumes los lanzó con 4AD, pero no está vinculada con el sello más allá de acuerdos puntuales; su CEO me dijo recientemente que Casier tendrá siempre la puerta abierta en la casa londinense–, ella parece haberse esforzado por negarle la exposición a sus trabajos más incisivos y disfrutar de una intimidad sin presiones en la que desarrollar sus inquietudes creativas. Su primer disco, “Essentials” (2019), llegó desde la independencia y sin mayor apoyo que el boca en boca en internet y perfiles musicales especializados a la condición de culto underground, y ahora regresa a esa estrategia –la primera noticia del álbum, si se puede considerar así, fue una edición limitada en casete en su Bandcamp sin nombre ni info que se agotó en media hora– para “Lifetime”, un trabajo casi improvisado, fresco y no demasiado sobrepensado diseñado en la más completa soledad, de noche y con pocas herramientas, y lanzado de nuevo a través de su propio sello, Independent Jeep Music. Es el primer trabajo que escribe, compone y produce completamente por su cuenta, lo que refuerza la sensación de control y solipsismo, y funciona en un universo completamente propio, entre el downtempo y el trip hop, entre ritmos boom bap y R&B; alejado de modas, de tendencias y de algoritmos de TikTok.

El disco, que en un primer momento iba a llamarse “Midnight Caller” en referencia a ese ánimo nocturno, hot, desiderativo, y que utiliza recurrentemente metáforas telefónicas para hablar de la distancia (no solo física, pero especialmente física) en las relaciones –“And I hope that you’ll pick up when I call you”, canta casi en un susurro en “Miss”– o directamente teléfonos comunicando como los de “You Can’t Always Get What You Want” o “The Chase”, surge de un momento de autoconocimiento y de madurez, de procesar por primera vez de un modo real lo que significa el paso del tiempo: “I just miss what I know, innocence is no more” es la primera frase del álbum, y en “Seasons”, un intenso y oscurísimo downtempo de ciencia ficción, asume que “las estaciones cambian y los pájaros alzan el vuelo”; en “Moan”, especie de gemido con alma industrial que envía a Janet o a Madonna a los territorios de Portishead, canta: “I’ve learned to see the bright side / Healing from it takes time / And I know myself better now”. Pero sobre todo “Lifetime” es un álbum esencialmente modal, sensitivo –si “birds flying high”, “you know how I feel”–, que habla de sentimientos con cierta nostalgia, pero también de deseo entre sábanas de seda y con la piel desnuda.

Desde el primer momento, las luces de ciudad R&B envuelven “Miss” en un boom bap vaporoso que se confunde con las nieblas que vomitan las alcantarillas; el humo escapándose de la boca, asomando desde el extremo del cigarro. “You Can’t Always Get What You Want” podría ser una versión difusa del Peter Gabriel de los noventa o de los Genesis de Phil Collins. “You Got It!” tira de la sensualidad R&B de la escuela Janet Jackson. Y en “Delusional”, la mejor canción de este nuevo conjunto, espoleada por una melodía perfecta, ese ritmo tan intrincado, ese bajo electrónico que por momentos es funky pero que siempre es más una masa informe que arrastra inexorable la pista y ese relincho convertido en leyenda por Cypress Hill en “Insane In The Brain” –y que realmente está cogido de la intro de un tema de funk clásico de la escuela de Chicago, “Good Guys Only Win In The Movies”, de Mel & Tim–, Erika suspira por la desvirtualización de un crush digital. En todas hay una idea vaga y difuminada del amor sexual y del amor romántico, pero sobre todo en todas se intuye un deseo cerebral de materializar el deseo físico desde la soledad, aunque nunca una consumación real, pues esta es la muerte del deseo como algo trascendental, superior, intangible, el material del que están hechos los sueños. “Lifetime” es en muchos sentidos –y como sugiere la hipnótica “December”, uno de los mejores momentos del álbum– como quedarse encerrado en casa durante una nevada invernal con una botella de vino y ponerse a escribir un diario un poco pedo y un poco intenso –lo justo–, jugando de más con el chat del móvil y coqueteando sugerentemente con la masturbación por momentos.

Y aunque en general todo el disco parezca musicalmente una experiencia retrospectiva, deudora de esa trinidad que forman “Love Deluxe” (1992) de Sade, “janet.” (1993) de Janet Jackson y “Bedtime Stories” (1994) de Madonna, y aunque se hable incluso de una “licencia para matar” que parece una referencia evidente al tema de Gladys Knight para la que fue la segunda y última película de Timothy Dalton como James Bond (“Licencia para matar”, 1989), realmente “Lifetime” también traza líneas hacia el presente. “The Garden”, por ejemplo, quizá el tema más complejo a nivel estructural y lírico, ve a De Casier acercándose al registro de SZA, entre un R&B delicado y fraseos de hip hop; los sintes de “Two Thieves” parecen sacados del “Thievery” de Arca, cortes siderales que abren portales a otras dimensiones, pese a un diseño sonoro decididamente retro, y la homónima “Lifetime”, al cierre, se despega aún más del conjunto mirando hacia el actual pop desdibujado danés y a colegas como Molina, ML Buch o Smerz –ese piano vertical casi inapreciable en el fondo–.

Este cuarto trabajo es, simplemente, una nueva prueba de que la idea de popstar que entiende de Casier es fantasmagórica y esquiva, o mejor: no está condicionada en absoluto por las exigencias que la industria asume como normales para las popstars. Ella hace pop desde el otro lado de la pared, un eco de lo que muchos desearían que fuese. Ajena a espacios y tiempos “reales” y renunciando al protagonismo en los que podrían ser sus mayores éxitos comerciales para dárselo a Nick León o a NewJeans, con quienes ha facturado temazos de la talla de “Bikini” o “Super Shy”, respectivamente. No hay ningún mensaje que extraer de “Lifetime”, ningún concepto ni lenguaje escondido, ninguna doble vuelta ni tercer significado y ninguna intención de materializar una popstar en torno a su sonido: solo una pasión desarrollada en la intimidad, a oscuras, y compartida con el mundo sin hacer ruido. ∎

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