Álbum

Ezra Furman

All Of Us FlamesAnti-Bella Union-[PIAS] Ibero América, 2022

Tras asistir al paulatino crescendo de la inaugural “Train Comes Through”, una pieza cuya lógica compositiva en la acumulación de capas acompaña un desfile de versos de ritmo cada vez más marcado hasta alcanzar un tumulto no muy alejado de la cacofonía, resulta inevitable reflexionar sobre la evolución artística (por no decir personal) de esa joven que antaño lideraba los Harpoons con un soleado cóctel folk-punk de evidente inspiración dylanesca. El pop aquí presentado es menos sudoroso, más introspectivo, y parecería que, en términos de referencias, se pasea por otros derroteros/épocas musicales. Sin embargo, la sombra del cantautor de Duluth es larga: no solo hay resquicios de su entonación –que no tono– y lírica poético-narrativa en esa primera canción (el evocador retrato de una geografía urbana del interior estadounidense), sino que en otros puntos del álbum reflotará el Dylan de principios de los 80, tanto en lo relativo a la producción o arreglos (dejes gospelianos en la utilización de coros) como a las imágenes conjuradas (alguna que otra simbología religiosa, ya ensayada en obras previas).

En efecto, los tonos de guitarra y uso generoso de teclados filtrados plantean un Ezra Furman abrazando con pasión el pop ochentero (a menudo en su vertiente más oscura, como en el ominoso paisaje de sintetizador de “Lilac And Black”, puntualizado en el clímax por unas notas prácticamente salidas de la YMO), pero con loable variación de fuentes: ya esa primera pieza revela su pujante flirteo con el heartland rock, más categóricamente declarado en “Forever In Sunset”, prácticamente un homenaje a Bruce Springsteen, de estribillo grandilocuente anclado en una simplísima pero efectiva melodía. La precisa irrupción de vientos en un par de ocasiones a lo largo del disco reconfirma la riqueza estilística de la artista, particularmente en esa empática exploración de la amistad y las enfermedades mentales, “Point Me Towards The Real”, donde la presencia de los metales suma una gravitas sureña al relato.

De hecho, el proyecto actual de Furman, ya sea conscientemente o no, se basa en un sincretismo musical de estilos y décadas dispares: si bien abandonó las retrorreverencias más directas al folk garagero de antaño, sigue habiendo mucho de los 60 en su repertorio, bajo la forma de pathos bacharachiano, barroquismo orquestal y exuberancias vocales: es una filia automáticamente evidente en “Dressed In Black”, guiño descubierto a las Shangri-Las que parece sacado de “Perpetual Motion People” (2015), aunque a veces la nostalgia hacia esos años se combina con la ochentera en piezas como las mestizas “I Saw The Truth Undressing” o “Poor Girl A Long Way From Heaven”, donde la drum machine, el guitarreo flirtado y el sintetizador reciben la llegada de celestiales melodías vocales, constituyéndose una afable organicidad transgeneracional.

Sin embargo, debe señalarse que, independientemente de la era en la cual se inspire, la producción del disco, a cargo del rodado John Congleton, para nada aspira a la perfección sónica; si bien hay ensoñaciones de belleza patente (por ejemplo, el fingerpicking acústico que guía “Temple Of Broken Dreams”), es recurrente una insistencia en lo desvencijado y lo roto, incluyendo una fragmentación de sampleado que dota al álbum de una atmósfera nunca del todo reconfortante. Abundan teclados extrañamente pixelados, ritmos feos cortesía de Rolands, palmadas maquinales, pedales inquietantes y la sensación general de que la edificación sonora podría desmoronarse en cualquier momento (véanse, por ejemplo, esos angustiosos acordes de piano que sustentan “Book Of Names”), lo que se complementa bien con la voz de disposición irregular y temblorosa de Furman, cuyas inflexiones en las cúspides de lo agudo amenazan con desafinar; un rechazo a lo pulcro y bien acabado que suma con creces a la personalidad, intimidad y a menudo vulnerabilidad intencional de la actitud y las palabras. La inhóspita –y sin embargo conmovedora– “Ally Sheedy In The Breakfast Club”, que combina la vertiente más espectral de la voz con la mencionada estética casi experimental, parece extraída de un vinilo vetusto (ruido de surcos incluido).

Esa canción, un sentido tributo a “una ídola” de infancia enmarcado en un discurso más amplio sobre la fluidez de género, destaca también por sus letras. Aunque el álbum es loable por su particular construcción de un ecléctico paisajismo sonoro, podría resultar enajenante dada la reiteración de ciertas fórmulas compositivas y la ausencia puntual de ganchos melódicos efectivos; y es precisamente el contenido lírico, en última instancia, lo que podría decantar la báscula. Cuestiones de identidad sexual, espiritualidad, (in)estabilidad psicológica o aceptación social son visitadas con sutileza: aunque hay excepciones (la exorcizadora “Come Close”, tan cargada de empaque biográfico y fragilidad que niega cualquier intento de interpretación objetiva; o la militante y fantasiosa “Lilac And Black”), la reivindicación inherente a la persona de Furman no se refleja de manera frontal. Esa opción por la emotividad más abstracta o metafórica, en vez de una racionalidad burda plagada de evidencias, es asimismo un reflejo de su periplo artístico-personal; y más allá de los discutidos méritos de la arquitectura de los temas, es lo que posiblemente situará el álbum en un lugar especial de su discografía, particularmente como evolución de ciertas temáticas e inquietudes sónicas esbozadas en Transangelic Exodus” (2018). ∎

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