Dicen que hacen rock’n’roll. Utilizan el mismo recurso que los míticos Whitehouse cuando les preguntaban por su ruidismo saturado de intolerables frecuencias. Así era el directo de la
Fasenuova, una célula viva desde los noventa (como Goodbye o Hegemonia) que poco a poco fue contaminando el degradado ambiente de la cuenca minera asturiana hasta mutar, más de veinte años después, en un organismo complejo de folk posindustrial.
“A la quinta hoguera” es la reconstrucción –por la vía de la obsesión y la aventura cósmica– de un entorno castigado. Ernesto Avelino coloca la voz a la altura de las circunstancias. Puede sonar chirriante. También severa. Y siempre expresiva, aunque sus imágenes poéticas no se sirven del abuso.
Roberto Lobo aporta la sobriedad. De sus cajas de ritmos se extrae la mugre carbonizada que recubre fábricas abandonadas y oscurece los bosques. Es un sonido crujiente y por momentos bailable. Fasenuova se rebelan como los Cabaret Voltaire de Mieres, panorámica arcaica de un tejido industrial que cuenta historias de otra época. Las planchas de metal (
“Vamos a bailar a la noche”) recuerdan unos oscuros ochenta que quedaron enquistados en la memoria y ahora renacen con una energía brutal. Conocen los entresijos de la cadena industrial tan bien como Esplendor Geométrico, pero la depuración de su estilo engancha mejor con la plasticidad del realizador granadino Val del Omar. Su música casi “táctil” podría haber ambientado un hipotético capítulo asturiano que completara el “Tríptico elemental de España”. ∎