Álbum

Future Islands

People Who Aren’t There Anymore4AD-Popstock!, 2024

Lindsay Zoladz, crítica de música pop de ‘The New York Times’, escribía hace poco en su recomendable newsletter ‘The Amplifier’ sobre la cuestión del séptimo álbum, que puede ser un momento de inflexión importante en la carrera de un artista: bien una oportunidad para reinventarse seriamente, como U2 con “Achtung Baby!” (1991), o bien (esto solo al alcance de los mejores) una demostración de maestría absoluta sin aparente sobresfuerzo, como hizo Bob Dylan con “Blonde On Blonde” (1966).

Ninguna de estas ideas es aplicable a Future Islands, cuyo séptimo disco solo es otro disco de Future Islands. No hay rastro de reinvención seria (esto sigue siendo esencialmente synthpop con voces crooner) ni tampoco exhibición desbordante de talento natural: solo escuchamos a una buena banda haciendo canciones estimables, que no sorprendentes ni brillantes. Si nos levantamos positivos y bondadosos, hablaremos de oficio. Si tenemos el día apesadumbrado, quizá nos planteemos hablar de inercia.

Los hits evidentes de impulso neworderiano no acaban de estar ahí. Las canciones que más se acercan son el recuperado single de 2021 “Peach” o esa inicial “King Of Sweden”, sobre todo por sus pings de sintetizador, no tanto por una melodía y un ritmo (o ese giro hacia la luz en el estribillo) que empiezan a resultar demasiado familiares. Pasado el ecuador, llama la atención “Iris”, con una melodía de sinte oriental bastante encantadora y un estribillo por encima de la media. También está bien “The Tower”, aunque podría haber sonado sin problemas en “Singles” (2014), quizá porque vuelve al redil Chris Coady como mezclador, y de aquello hace ya una década. Es muy fina la línea que separa coherencia de… lo dicho, inercia.

Future Islands tienen, básicamente, dos tipos de canción: los citados hits bailables y las power ballads para secuelas tardías de blockbusters de los ochenta. De las segundas hay incluso más que de costumbre (“Deep In The Night”, “Corner Of My Eye”, “The Fight”…), pero siguen luchando para superar “The Great Fire”, de “On The Water” (2011), aquella especie de “Up Where We Belong” –la canción principal de “Oficial y caballero” (Taylor Hackford, 1982)– con Jess Wasner de Wye Oak como Jennifer Warnes y Samuel T. Herring como Joe Cocker.

El disco gana un poco cuando lees sobre la(s) historia(s) detrás: cómo “The Thief” está inspirada por una ruptura que llevó a Herring a dejar Suecia, donde vivió unos años (“I know I was home / But I'm all alone now”), o cómo “Iris” es una confesión aparentemente crucial sobre la dificultad de dejar viejas costumbres. Pero los discos no deberían necesitar un manual de lecturas adicionales, o un montón de contexto biográfico, para ser apreciados y disfrutados; últimamente (¿quizá desde “For Emma, Forever Ago” de Bon Iver?) demasiados artistas parecen apoyarse en las backstories para intentar que su disco se entienda como algo importante. Queda esperar un ligero cambio de tercio, o un asalto salvaje de la inspiración, con el tan difícil octavo álbum. ∎

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