Si en algún momento alguno de ustedes ha pensado en lo bonito que sería encontrar una artista que reuniera con gran esplendor los vapores oníricos que informan el mejor dream pop –pongamos, Beach House–, la experimentación drone más luminosa –si bien pensamos en la escucha profunda de Pauline Oliveros– o los viajes brumosos que brinda la new age menos complaciente –aquí se aparece el fantasma hogareño de Joanna Brouk–, entonces, no busquen más: Kelly Lee Owens is the one.
Con semejante carta de presentación, parece como si se nos acabaran los argumentos, pero no es así. En realidad, “LP.8” es un disco que no se conforma con pertenecer a una tribu determinada, aunque su chamán sea el más pinturero del lugar. Es verdad que en la primera referencia entrarían cortes como “One”, en la segunda, “Anadlu” –al revés se lee “Uldana”, quizás un nombre secreto de mujer–, y en la tercera, cosas como “Nana Piano”. Pero el tercer álbum de Owens es mucho más.
Su comienzo no es precisamente un mar de tranquilidad. “Release” es su frontispicio, un momento catártico, percutante y erógeno de cinco minutos, cercano al estilo insidioso de Robert Ashley, que desafiará al más impaciente. Cayendo en el tópico, también podría afirmarse que la artista galesa ha querido escapar de su zona de confort viajando a una gélida Oslo para dar continuidad a “Inner Song”, su álbum de 2020, desde una perspectiva inevitablemente exploratoria tratándose de Noruega (sede de su sello, Smalltown Supersound).
Allí se alía con uno de los mejores hechiceros del lugar, el veterano Lasse Marhaug, conocido por sus trabajos con Merzbow o Sunn O))). Ambos realizan la visión inicial de Owen a la hora de amalgamar la aspereza de Throbbing Gristle con el misticismo céltico de Enya. En mi opinión, el resultado no es ni una cosa ni la otra, lo que quizás no suponga un desvío total de aquella intención primigenia. El ambient de “LP.8” quiere vivir su propia vida.
También se ha querido desvelar la razón de su misterioso título. Con solo tumbar el ocho obtenemos el símbolo de infinito. Y es cierto. Pero no es nada nuevo en Owens. Solo hay que escuchar cosas como “Corner Of My Sky”, su colaboración de 2020 con John Cale, para tocar con nuestros tímpanos y resto de engranajes internos algo parecido a esa sensación espacio-temporal que tanto anhelamos y a la que esta joven música ya dedicó el cierre de su primer álbum con el recurrente motivo del “8”.
Kelly Lee Owens parece haber iniciado, empleando para ello todo el combustible a su disposición, un viaje hacia Júpiter y más allá a bordo de “LP.8”, evolucionando desde la electrónica analógica y cruda, vanguardista pero pop, de su álbum homónimo de debut de 2017, hacia terrenos que invitan más todavía a la introspección. Un lugar ocupado por navegantes como Mica Levi, donde, estamos prácticamente seguros, será difícil que Owens se conforme con mirar por la ventanilla. ∎