Hay discos que nacen de la necesidad de avanzar y otros de la necesidad de volver. El encuentro entre Kieran Hebden (Four Tet) y William Tyler –guitarrista que pasó por Lambchop y Silver Jews, además de mantener una prolífica carrera en solitario– pertenece a esta segunda categoría: un regreso a los sonidos de la infancia, a las raíces que permanecían latentes bajo dos trayectorias distintas pero igualmente empeñadas en expandir los límites de sus músicas.
El título ya contiene la clave: “41 Longfield Street Late ’80s” es la dirección de la casa londinense donde Hebden creció y donde, junto a su padre, descubrió los discos de Lyle Lovett, Joe Ely o Nanci Griffith, transformando un rincón gris del suroeste de Londres en una improbable cápsula de Nashville. Al otro lado del Atlántico, Tyler absorbía esas mismas canciones desde dentro, en la Nashville real, donde su padre trabajaba como compositor para la industria del country. De esa simetría a distancia nace el proyecto: un homenaje íntimo a la América ochentera, reinterpretada desde dos biografías opuestas. En esa fricción –entre lo familiar y lo ajeno, lo aprendido y lo imaginado– se sostiene la tensión central del álbum.
“If I Had A Boat” abre el disco con un tono cálido y prometedor. La guitarra de Tyler guía la melodía con elegancia mientras Hebden deja que la electrónica respire en un discreto segundo plano. Sin embargo, esa claridad inicial se diluye pronto. En el tramo medio, el disco pierde foco: las guitarras quedan excesivamente matizadas, atrapadas entre capas sonoras poco definidas, y las piezas tienden a confundirse entre sí. La supuesta fusión entre lo acústico y lo procesado se resuelve más como dilución que como síntesis.
El álbum recupera parte de su coherencia al final, con “Loretta Guides My Hands Through The Radio” y “Secret City”, donde reaparece la emoción contenida que parecía haberse extraviado. Tyler encuentra entonces el tono adecuado –sobrio pero expresivo–, mientras Hebden se repliega en texturas más atmosféricas y menos intrusivas.
La ambición del proyecto –combinar lenguajes y tiempos– deja tensiones sin resolver. Hebden, pese a su prestigio creciente, confirma cierta pérdida de impulso creativo: su música se ha vuelto previsible, demasiado dependiente del bucle progresivo y la textura. Su mejor colaboración sigue siendo la que firmó junto al baterista Steve Reid, cuando el riesgo y la improvisación eran todavía motores reales. Tyler, en cambio, gestiona mejor la oportunidad. Renuncia –o eso parece– a su virtuosismo y abraza la simplicidad que el proyecto requiere, encontrando un equilibrio que su compañero, a veces, parece haber olvidado.
El resultado remite, más en espíritu que en forma, a los primeros discos del sello Temporary Residence, donde también se publica este álbum. Proyectos como Howard Hello (con miembros de Tarentel y The Court And Spark) exploraban en los años dos mil la frontera entre folk y electrónica con un tono introspectivo, artesanal y espacial. Conecta también con la sensibilidad de Mount Eerie, Grouper y otros autores del minimalismo ambiental, aunque aquí la intensidad se queda en la superficie. Es difícil no pensar en el meme que reza: “It’s just another ambient album”, síntesis irónica de una producción incesante de discos pensados para oyentes con porte trascendental.
Hay ideas poderosas en “41 Longfield Street Late ’80s”: pasajes que revelan intuiciones brillantes –ese country atmosférico prometía–, pero el conjunto no logra mantenerlas vivas. El álbum se percibe más como una promesa que como una revelación. Su humildad y sensibilidad lo salvan del artificio, pero no del desequilibrio.
No suena como uno espera, ni encuentra lo que busca. A veces, esa indefinición puede ser una virtud; aquí, es también su límite. ∎