Álbum

Les Conches Velasques

Celebración del trance profanoRepetidor, 2021

El único modo de que el rock siga teniendo capacidad para generar entusiasmo es fusionándose con las raíces intransferibles de quien se acerque a él. El rock por el rock, sin más referentes que el propio rock, está agotado. Por eso, cuando surge un grupo como los zaragozanos Les Conches Velasques hay que aplaudir hasta hacerse sangre en las manos. 

Pablo Jiménez pasó por Bigott como batería, pero el primer proyecto que considera personal era Picore. Ahí tocaba la batería y cantaba su hermano Dani. Les Conches Velasques es un proyecto todavía más personal en el que Pablo toca la batería y canta. Se dieron a conocer en 2018 con un primer EP de dos canciones realizado casi en solitario por Pablo Jiménez, al que siguió “Les Conches Velasques” (2018), un disco de los que abren horizontes, en el que Les Conches Velasques ofrecían un muestrario de ritmos repetitivos a lo PiL (época “Metal Box”, 1979) y guitarras lo-fi insistentes y atosigantes a lo 75 Dollar Bill. Ahora aparece “Celebración del trance profano” y descubrimos que el proyecto resulta mucho más redondo y homogéneo. Podríamos decir que el concepto se aproxima a una versión jotera de lo que Os Resentidos hicieron en los 80 mezclando rock con folk galaico o lo que Nacho Vegas ha hecho con el folk asturiano en Lucas XV. Pero, ¡ojo!, aunque el punto de partida pueda ser la canción popular, el folclor del terruño e, incluso, la música del Magreb (“Cosas de usar” es adaptación de un tema de título desconocido de Hamid Alemmou y “M. Mouma” es una versión del grupo marroquí de los setenta Nass El Ghiwane; aunque, a su manera, las reinterpretaciones resultan más kraut que rai), Les Conches Velasques no son la versión baturra de Los Hermanos Cubero, que sí son folcloristas, ni siquiera se acercan al etnoturismo de Dissidenten. Les Conches Velasques son un cuarteto de rock. Saturado. Machacón. Rotundo. Pero en su sonoridad podemos encontrar referentes atávicos que se convierten en el feliz hallazgo que los hace únicos, como esa versión de las “Seguidillas del laurel” (“Laurel”) del folclorista segoviano Agapito Marazuela.

Capítulo aparte merecen las letras. Es devoción lo que Pablo Jiménez siente por Pedro Salinas, el poeta de la Generación del 27 exiliado en Estados Unidos tras la Guerra Civil y fallecido en Boston en 1951. Buena parte de las letras del primer disco ya estaban formadas por extractos de sus poemas y ahora lo ha vuelto a hacer, con referencias de distintas etapas poéticas del autor madrileño… y una cita de Miguel Hernández. ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados