Álbum

Liz Phair

SoberishChrysalis–[PIAS] Ibero América, 2021

Liz Phair se ha comido una década sin canciones nuevas, sin presencia discográfica desde 2010 (“Funstyle”), más allá de las recurrentes primeras grabaciones maqueteras de “Girly Sound To Guyville” de 2018 (aquel mítico 10 de ‘Pitchfork’ tras un 0 a uno de sus discos de este siglo), previas al histórico “Exile In Guyville” (1993), que acompañó además de gira. Desde luego, algo un tanto inusual en una autora de mediana edad (acaba de cumplir los 54) y con una carrera por consolidar tras su fulgurante arranque. En medio, eso sí, unas jugosas y reveladoras memorias a las que tituló “Historias de terror” (2019; Contra, 2020), donde repartía desde duras confesiones de infidelidades cruzadas o pasividad juvenil ante abusos sexuales hasta denuncias a presidentes de compañías que se insinuaban con cine porno o le ofertaban directamente un sueldo por ser su amante, además de un capítulo dedicado a Ryan Adams sin citar su nombre. No olvidemos que él iba a ser el productor de su abortado disco doble hace un lustro. A priori, toneladas de gasolina para componer, pero que Liz prefirió relatar sin acordes ni biombos de por medio.

Ahora, con “Soberish”, parece querer recuperar el terreno perdido, a base de un disco “sobrio”, de perfil medio y que no va a ser fácil situar en un target concreto, más allá de los descolgados de su generación, en un punto limítrofe entre el pop creativo y el de las emisoras comerciales, quizá bastante más próxima a una Chrissye Hynde suave y melódica (lo que ahora representan por ejemplo HAIM?), o incluso a una Alanis Morissette lúcida (con la que por cierto gira este año junto a los también resucitados Garbage), que a la serenidad rasgada y rugosa de unas últimas Sleater-Kinney. Tengo la sensación de que musicalmente suceden pocas sorpresas en el álbum, más allá de la corrección de oficio, hasta que llega la cuarta canción, “In There”, con sus sintetizadores programados y unos preciosos adornos que envuelven una melodía de fantasía, probablemente primera piedra de toque en la que se viene a notar la mano de Brad Wood, quien ya produjo sus primeros discos y a quien vuelve a recurrir. 

Sheridan Rd.” es una pieza acústica justo en el ecuador del disco, bisagra para enlazar otro de los momentos destacables en la dulce y sedosa “Ba Ba Ba”. Pero la irregularidad asoma con demasiada frecuencia en pasajes anodinos, incluso en el intervalo de canciones que tampoco sería injusto tratar de cálidas y agradables, caso de “Soul Sucker” o “Lonely St.”, frente a otras tranquilamente desechables y que parecen buscar oyentes de circunstancia. En el apartado textual nos volvemos a encontrar la sempiterna matraca del separado/separada, el fuera de tiempo y lugar de las citas y encuentros nocturnos, pero también con la salvedad de algo tan imaginativo como “Hey Lou”, donde Liz fantasea con humor sobre un día en la vida de Laurie Anderson y Lou Reed desde una perspectiva femenina. Es el altibajo el hábitat natural de un trabajo con demasiados años de espera, con demasiados guiños a sonidos convencionales que nunca acaban por redondear del todo su pretendida mudanza al lado luminoso del negocio. ∎

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