Cosas veredes. Sobre todo cuando impera el sentido del humor y la certeza de que lo realmente importante, rebasada con creces la mediana edad, no tiene por qué estar en la música. O no solamente. Si nos hubieran dicho hace casi cuarenta años, en tiempos de “El imperio contraataca” (1985), que Los Nikis acabarían grabando un disco de country canónico, no sé qué hubiéramos pensado. Ni está especialmente de moda ahora ni tampoco lo estaba (ni en pintura) entonces, cuando Los Secretos se desviaron por su sendero (y había a quien le parecía un giro suicida) y Loquillo aún no había desvelado su rendición a Johnny Cash. Pero ahí están ahora Joaquín Rodríguez, Arturo Pérez y Rafa Cabello, uniendo fuerzas con Mauro Canut (Los Vegetales, Intronautas, Los Acusicas) y Nacho Biosca (Ataque de Caspa), en un disco que se abre precisamente rindiendo tributo al espíritu outlaw del Hombre de Negro en “Forajido del siglo XXI”, con menciones a las criptomonedas y a la delincuencia digital. Los Ramones de Algete son ahora Los Nikis de la Pradera, y no renuncian –cómo iban a hacerlo– al sentido del humor. Por algo advierte Joaquín Rodríguez (piloto de Iberia y autor del esclarecedor libro “NPI de música”, de 2015), en una entrevista con ‘El Independiente’, que el fracaso es algo que dan por garantizado, y que salir de la música es lo que les permitió comer. Las cosas claras.
Otro asunto es que estas quince canciones trasciendan el simpático ejercicio de estilo, pero no creo que ni siquiera ellos mismos lo pretendan. Esto no es “Contigo” (2021), la reformulación de los clásicos duetos mixtos del género que abordaron Maria Rodés y La Estrella de David, aunque podrían haber profundizado por esa senda si escuchamos “Me disparó y me morí”, el delicioso dueto con Carlotta Cosials, de las Hinds, que es una agradecida nota de color en medio de tanta aridez formal. Imperan el country trotón, las baladas lunáticas, los medios tiempos inequívocamente wéstern, las guitarras acústicas, los banjos y las escobillas. Instrumental básico, adquirido “tras vender su pedal de distorsión”. Y unos textos que nos hablan de selfis, redes sociales, playlists, modas pasajeras, nostalgias sangrantes, deficientes coberturas de móvil, empobrecimiento de la clase media y cualquier otro jirón del absurdo en que nos empeñamos en convertir la contemporaneidad. Formas clásicas para cuitas modernas, con buenas dosis de guasa y la necesidad de no tomarse las cosas demasiado en serio. Empezando por sí mismos. ∎