Álbum

Luis Prado

La estafa de la vida adultaOsadía Ediciones, 2024

En los últimos ocho años Luis Prado ha publicado tres discos solidarizados con la mediana edad: “Mis terrores favoritos” (2016), “El tsunami emocional” (2021) y “La estafa de la vida adulta” (2024). Teniendo en cuenta que nació en 1972, el primer disco de esta trilogía oficiosa salió cuando el músico tenía 44 años, una etapa en la que empiezas a recapitular salvo que tu madre aún te compre la ropa –con excepciones–. Los tres discos comienzan con un diagnóstico letal sobre la vida adulta, respectivamente: “Estoy gordo”, “Todo está decidido” y “Moderadamente bien”. Un poco como si su protagonista hubiese evolucionado desde la autoparodia al determinismo teleológico y la disonancia cognitiva, por este orden. Tatos temáticos con un denominador común: las prodigiosas manos de Prado tocando cualquier teclado que se le ponga por delante.

Se le compara a menudo con Ben Folds y es verdad que cosas como “You Don’t Know Me” guardan un parecido casi gemelar. Con “Mr. Blue Sky”, de Electric Light Orchestra, o “Breakfast In America”, de Supertramp, sucede algo parecido. No es un secreto que Prado abogue por los años setenta. El póster incluido en la brillante edición de “La estafa de la vida adulta” –felicidades a la discográfica– despliega a nuestro protagonista en un estudio rodeado de discos de Chopin, el “I Am Alive” de la E.L.O., un cómic de Forges del Mundial ‘82, lo que parece un piano Kawai CE-7N, un bajo eléctrico Höfner –McCartney usaba uno–, un laptop y una tableta de chocolates Valor, entre otras herramientas. En esta línea, “Últimamente” sería su “Lately” particular –un tema de Stevie Wonder, quien, por cierto, también aparece en el póster–, si no fuese porque el desencanto no tiene por objeto una persona sino la sociedad entera.

El sentimiento de fracaso y frustración –“Modo hater”– por un mundo que promueve la mediocridad –“Trate de encajar”– o el comportamiento inercial del madurito vapuleado –“La magia de un momento”, con uno de esos guiños clasicómanos que en directo Prado engarza siempre que puede– solo se ve compensado por algo parecido al conformismo –“Todo se va arreglando”, o “La vida adulta es una estafa”, que Prado asimila al sueño americano aunque vivas en Paterna–, o peor aún, a la claudicación –“Deja de intentarlo” suena a consejo de cuñado avinagrado, cenizo y tristón– y a dejar de fantasear y tolerar de una vez por todas la frustración –“Has vuelto a equivocarte”, con su coda de Mellotron–. Si en esto consiste la madurez, mal vamos. La verdad escuece aun con paliativos.

“La estafa de la vida adulta” es un trabajo de base pianística que no escatima en arreglos, menos orquestales que en ocasiones anteriores, con más guitarras quizá y también sintetizadores a lo Chicory Tip –“La magia de un momento”–, aunque el sonido tire hacia el otro lado del Atlántico. Producido por Prado –quien toca además casi todos los instrumentos–, Roger García o su fiel José Nortes, según la pista, el tercer álbum en solitario del ex Señor Mostaza no incluye el single digital “Tejero y su coach (el musical)” (2023), una sátira mordaz sobre el creador de “¡quieto todo el mundo!”. Pero sus discos suelen evitar con inteligencia las alusiones políticas directas y son siempre garantía de un extraordinario virtuosismo, de diversión como maestro que es también de la eufonía y el encadenado, y de empatía al centrarse en asuntos terrenales, envolviéndolos de mucha melancolía y de un tono burlón que lo hace todo más llevadero –Mercadona, su “imperio austrohúngaro” particular, aparece de nuevo en “Tú y yo sabemos”–. Polvorilla, deslumbrante y vainiquero, Luis Prado no solo lo ha vuelto a intentar. ∎

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