Álbum

Luke Haines

Setting The Dogs On The Post Punk PostmanCherry Red, 2021

La ira, ya lo decía Jonh Lydon, es energía, un mantra que Luke Haines se ha tatuado bajo la piel y que hace que cada uno de sus discos, todos sin excepción, suenen a airado y furibundo ajuste de cuentas con el mundo que lo rodea. Será por eso que el bueno de Luke, 53 años y la nevera repleta de cadáveres de exgrupos a medio descomponer, no canta, sino que mastica las palabras y las devuelve convertidas en ácidas y sardónicas reflexiones disfrazadas de pop tóxico. Un poco como Mark E. Smith, sí, pero con la dentellada hábilmente camuflada entre estribillos adhesivos, melodías engañosamente luminosas y perversos ganchos pop. Esto último es especialmente importante ahora que, tras chapotear en la marmita de folk tenebroso de “I Sometimes Dream Of Glue” (2018) y espoleado quizá por su mano a mano con Peter Buck en “Beat Poetry For Survivalists” (2020), el de Walton-On-Thames recupera el aliento eléctrico y cierto descaro trotón en sintonía con The Auteurs para seguir moldeando lo que, a su entender, debería ser la cultura popular del siglo XX y parte del XXI.

De ahí que este “Setting The Dogs On The Post Punk Postman nazca bizarro y crezca errático y revoltoso para reunir en poco más de media hora a exespías de la Stasi, espantapájaros nostálgicos, calabazas con instintos suicidas, freaks japoneses y extrañas fijaciones anatómicas (lo de las rodillas de Andrea Dworkin es harto desconcertante) servidas entre pellizcos de glam, explosiones de rock primitivo y folk de trazos psicodélicos. Piensen en un Ray Davies más airado de lo normal o en un Syd Barrett con los pies firmemente anclados al suelo. Piensen en el pop con vehículo para dar rienda suelta a las bajas pasiones y las más retorcidas excentricidades.

Piensen, en fin, en Luke Haines como compositor de primera al que, puestos a buscarle pegas, le falla el hilo conductor de un disco que, pese a hallazgos como “Ivor On The Bus”, “Never Going Back To Liverpool”, “Landscape Gardening” o esa “Ex Stasi Spy” en la que repite alianza con Peter Buck, abarca más de lo que finalmente aprieta. Basta con echar mano del retrovisor y recuperar alguno de trabajos en solitario más logrados  –ahí están, por ejemplo, los sensacionales “The Oliver Twist Manifesto” (2001) y “21st Century Man” (2009)– para detectar rápidamente el problema: falta puntería y sobra dispersión. También se echa de menos algo de esa elegancia estilizada que el británico deslizaba sutilmente entre líneas y que con los años se ha acabado diluyendo. Eso sí: aunque ya no siempre dé en el blanco, cuando lo consigue, el resultado sigue siendo una maravilla. ∎

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