La ira, ya lo decía Jonh Lydon, es energía, un mantra que Luke Haines se ha tatuado bajo la piel y que hace que cada uno de sus discos, todos sin excepción, suenen a airado y furibundo ajuste de cuentas con el mundo que lo rodea. Será por eso que el bueno de Luke, 53 años y la nevera repleta de cadáveres de exgrupos a medio descomponer, no canta, sino que mastica las palabras y las devuelve convertidas en ácidas y sardónicas reflexiones disfrazadas de pop tóxico. Un poco como Mark E. Smith, sí, pero con la dentellada hábilmente camuflada entre estribillos adhesivos, melodías engañosamente luminosas y perversos ganchos pop. Esto último es especialmente importante ahora que, tras chapotear en la marmita de folk tenebroso de “I Sometimes Dream Of Glue” (2018) y espoleado quizá por su mano a mano con Peter Buck en “Beat Poetry For Survivalists” (2020), el de Walton-On-Thames recupera el aliento eléctrico y cierto descaro trotón en sintonía con The Auteurs para seguir moldeando lo que, a su entender, debería ser la cultura popular del siglo XX y parte del XXI.
De ahí que este “Setting The Dogs On The Post Punk Postman” nazca bizarro y crezca errático y revoltoso para reunir en poco más de media hora a exespías de la Stasi, espantapájaros nostálgicos, calabazas con instintos suicidas, freaks japoneses y extrañas fijaciones anatómicas (lo de las rodillas de Andrea Dworkin es harto desconcertante) servidas entre pellizcos de glam, explosiones de rock primitivo y folk de trazos psicodélicos. Piensen en un Ray Davies más airado de lo normal o en un Syd Barrett con los pies firmemente anclados al suelo. Piensen en el pop con vehículo para dar rienda suelta a las bajas pasiones y las más retorcidas excentricidades.
Piensen, en fin, en Luke Haines como compositor de primera al que, puestos a buscarle pegas, le falla el hilo conductor de un disco que, pese a hallazgos como “Ivor On The Bus”, “Never Going Back To Liverpool”, “Landscape Gardening” o esa “Ex Stasi Spy” en la que repite alianza con Peter Buck, abarca más de lo que finalmente aprieta. Basta con echar mano del retrovisor y recuperar alguno de trabajos en solitario más logrados –ahí están, por ejemplo, los sensacionales “The Oliver Twist Manifesto” (2001) y “21st Century Man” (2009)– para detectar rápidamente el problema: falta puntería y sobra dispersión. También se echa de menos algo de esa elegancia estilizada que el británico deslizaba sutilmente entre líneas y que con los años se ha acabado diluyendo. Eso sí: aunque ya no siempre dé en el blanco, cuando lo consigue, el resultado sigue siendo una maravilla. ∎