Los vapores de la esperanza y el amor siguen alimentando los sueños de una locomotora mestiza que ahora recorre la vía en solitario, marcando su propia velocidad sin los frenos que, paradójicamente, imponía la frenética actividad de
Manu Chao al devenir de Mano Negra.
“Clandestino” (1998) son cinco años viajando por la América perdida con el corazón abierto y el estómago hecho trizas al sentirse perdido en la sinrazón de un fin de siglo que no entiende, o sí: le subleva igual. No exactamente solo (lo acompaña el ingeniero Renaud Letang, su hermano Tonio lo ayuda en los vientos y algunos amigos le rinden visita), pero sin tener que deliberar con nadie, este álbum es la culminación de aquel espléndido “Casa Babylon” (1994), donde la pasión, la dulce amargura, el compromiso con el folclore latinoamericano y, pese a una realidad cruel, la fe en la gente definían mejor que nunca un manifiesto artístico casi definitivo que apostaba por la comunión natural y arrinconaba la colisión de estilos característica hasta entonces de Mano Negra.
Desde ahí arranca ahora un Manu Chao sereno, íntimo, amargo y curado de espanto, pero sensible y cómplice, que hace balance de ilusiones y frustraciones propias (o ajenas que hace suyas); a veces con un lamento que es más estremecedor cuanto más ingenua es la pregunta, porque no hay respuesta razonable:
“Todo es mentira en este mundo / ¿Por qué será?”.
Reduciendo las estructuras a lo más esencial (¿folk?), sin abruptos cambios de ritmo, recuperando el encanto de aquellos teclados de juguete, calzando los
samples precisos, Manu Chao cruje en dieciséis canciones, casi todas en castellano, impregnadas por la mágica ternura de la amargura andina, por la dulce sonrisa del fatalismo colombiano, por el firme romanticismo zapatista, por la cruda convicción de los clandestinos fronterizos, por la admirable vitalidad que florece en campos de miseria brasileños, caribeños o africanos. También entorna los ojos, tocado por esa melancolía tan francesa, en la preciosa
“Je ne t’aime plus” cantada por Anouk, la maravillosa voz femenina que se estremecía en “Out Of Time Man” (de “King Of Bongo”, 1991). Sin altibajos ni pausa entre ellas, las canciones –bellas e inmensas en su sencillez– se suceden de manera extraordinariamente natural, como si no pudiera ser de otro modo, justamente porque no puede ser, porque la amargura de
“Desaparecido” y
“Mentira” (con el
sample de “Llorona”) reciben el tratamiento musical que precisan, porque
“Welcome To Tijuana” es la agridulce fiesta fronteriza que has soñado, porque
“Lágrimas de oro” pide ese guaguancó, porque las calles de Río, y no las del Carnaval, están en
“Minha galera”… porque “Clandestino” es la primera obra maestra de un Manu Chao inspirado, emocionante y maduro –se acabó la verbena–, que escribe y canta con conocimiento de causa, con el dolor y la pena (por los demás) muy dentro, y el amor en la piel:
“Tú no tienes la culpa mi amor / de que el mundo sea tan feo”. ∎