Tras cerrar la campaña de
“Magnòlia” (2011),
Maria Coma pasó un invierno en Berlín, en una habitación con piano, componiendo su tercer disco ante un paisaje blanqueado por copos de nieve. Sí, suena peliculero, siempre hay algo en Coma que lo es, pero las artes de esta pianista y cantante barcelonesa salen de convertir recuerdos y vivencias en material trascendente tocado por un aura mágica. Una opción artística que podría ser flagrante esteticismo, pero no lo es porque Coma no elige los caminos más gratificantes, sino que se adentra en zonas de sombra, buscando una seducción serena y sigilosa.
La evolución desde
“Linòleum” (2009), con su pop naíf, hasta este severo
“Celesta” es llamativa. Estamos ante su obra más introspectiva, en la que combina aislados arrebatos de energía (
“Orió”, donde entra en tromba la característica batería de Pau Vallvé, cómplice desde u_mä) con piezas que invitan a la ensoñación con pocos ingredientes: arpegios, pausas dramáticas y el concurso ocasional del clavinimbus, teclado de sonoridad impresionista construido para la ocasión. El álbum avanza, viajando de una evocación a otra, recorriendo personajes y paisajes, hasta la implosión microscópica de
“Celesta”. Y dejando atrás un rastro sustancioso, aunque su fondo críptico se interponga a veces en el diálogo con el oyente. ∎